Autoevaluación


Juan Poz

Me veo en la obligación moral de hacer de abogado del diablo para hablar sobre una práctica del ejercicio docente sobre la que siempre me he sentido insatisfecho, si bien sobre mí y los colegas con  quienes he formado las diferentes  juntas de evaluación a las que  he asistido durante toda mi carrera profesional ha de recaer toda la responsabilidad por las posibles negligencias cometidas. Acabamos de dejar atrás unas sesiones maratonianas de evaluación que, a mi parecer, si todas se parecen a las que yo he vivido, dejan tanto que desear, que no es de extrañar la decepción profesional que originan. Me gustaría repasar brevemente esta práctica que tan importante habría de ser en nuestra actividad profesional  y que, sin embargo, se han convertido en una actividad mecánica carente de contenidos y de objetivos, y por consiguiente de la mínima eficacia que debería tener.

Lo primero que se ha de criticar es el absurdo evidente de programar las sesiones de evaluación al final de la jornada escolar, de por sí ya suficientemente densa y tensa. Como se han de hacer fuera del horario escolar, el tiempo asignado a cada evaluación no suele pasar de la hora, por lo que las posibilidades reales de convertir la sesión en una herramienta de análisis pedagógico individual de cada uno de los alumnos se esfuma apenas el tutor ha consumido el primer cuarto de hora, de los cuatro disponibles, y no hemos pasado de las tópicas consideraciones globales o, como mucho, estamos a la altura del número tres de una lista de treinta alumnos.

Así que se entra en la dinámica del “vamos caso por caso”, todo va a depender, ¡ay!, de la capacidad de organizar una reunión de trabajo que tengan los tutores correspondientes y de la flexibilidad con que están dispuestos a oír las mismas nimiedades  repetidas ad nauseam. Sobre lo primero es obvio que no vivimos en un país en el que las reuniones de trabajo se ajusten a normas que las hagan productivas, porque, al menos en el sector de la enseñanza, antes parecen una invitación a la relación social que una jornada de trabajo con unos objetivos bien definidos. Lo habitual, lo que resulta insufrible, es que, disponiendo de 60 minutos para 30 alumnos, cualquiera de ellos nos ocupe 15 sin que a la junta de evaluación le preocupe lo más mínimo qué haya de ser de los restantes. Cualquier sugerencia en ese sentido: “¿No nos estamos demorando demasiado?”, supone un acelerón de tal naturaleza que quienes tengan la mala fortuna de seguir en  la lista a aquel “tapón”, apenas concitarán de los apremiados  tres o cuatro expresiones de rigor: “necesita trabajar un poco más”, “no es preocupante”, “los hay peores”, y poco más; excepto que alguien se descuelgue con “a mí no me ha presentado los deberes del tal, el tal, el tal  y el cual de octubre, y claro…”

Más allá, con todo, de la dinámica de la sesión, que reproduce esquemas organizativos y productivos propios del siglo XVII, quisiera llamar la atención sobre el nivel del análisis que efectuamos en esas sesiones, porque tengo el convencimiento de que la incompetencia y esterilidad del mismo bien aconsejaría renovarlas de arriba abajo, eliminarlas y convertirlas en el viejísimo “cantar las notas”, “ponerlas en las actillas” o algo equivalente.  A nadie que haya padecido sesiones de evaluación puede serle ajeno el rubor psicológico y pedagógico que levanta, en cualquiera mínimamente sensible a los juicios bien fundados, los sedicentes con que solemos despachar una evaluación tras otra, con la vista puesta en el momento de liberarnos de semejante condena y poder acogernos cuanto antes al sagrado de nuestros hogares, ínsulas de excepción en el mar de  vulgaridad que nos rodea, que nos acosa y que nos intimida (otro día me preocuparé de otro mal que se deriva de ese acoso marítimo: la infame necedad que, como una marea exclusivamente creciente, se va apoderando de nosotros tras tantísimos años de contacto con la ignorancia y el primitivismo emocional, a los que se suma  la incompetencia absoluta de nuestras autoridades educativas); ínsulas donde el bálsamo de fierabrás, la fórmula del de cada cual sólo cada cual la sabe, es capaz de repararnos para permitirnos afrontar la siguiente jornada.

“Se ha dejado ir”, “se está estrellando”, “falta mucho”, “no hace nada”, “no me presenta las cosas”, “va viniendo, va haciendo”, “sería recuperable”, “muy juguetón”, “es muy justo” -éste es la estrella analítica, sin duda alguna, merecedora de hacernos acreedores a todos sus usuarios del  anillo freudiano (muy otro, evidentemente, del de la NBA), y quien esté libre de pecado, que esconda el dedo…–, “se organiza mal”, “no tiene hábitos”, “tiende a rebotarse”, “¿qué padres tiene esta criatura?”, “de buena gana lo enderezaba yo con un par de ****** bien dadas”, “es impresentable”, “no se entera de nada”, “¿qué ha hecho en Primaria?” “tonto no es, desde luego”, “el día que quiera ponerse”, “pues a mí fulanita me ha dado un cambio bestial, parece otra”, “no me trae el chándal”, “es que está en un grupo que se las trae”, “esta es una ****** de mucho cuidado, y tiene una mala baba que se la pisa”, “yo lo tuve en mi tutoría el año pasado y lo entendí todo cuando me vi con el padre…”, “repite y va para PIL”, “lo pillaron fumando un porro en los lavabos”, “las lenguas no son lo suyo”, “necesitaría un refuerzo, un profesor particular”, “conmigo no aprobará jamás”, “suspende como todos, ¡y estamos haciendo divisiones! ¡En primero de ESO!”, “aquí está perdiendo el tiempo, eso está claro”, “no se deja enseñar”, etc.

¿Quién no ha usado en alguna ocasión cualquiera de estos tópicos desgastados, a fuer de repetidos, que no construyen discurso ni análisis, sino justo todo lo contrario: lo ahogan? Del mismo modo que hay alumnos-tapones que impiden progresar en la evaluación, hay juicios taxativos que, paradójicamente, permiten dinamizarla, al cortar de raíz cualquier posibilidad dialéctica: “Es lo que hay”, llega a oírse como justificación, si alguien cree –con incombustible fe pedagogo-carbonera– que merecería la pena “escuchar otras opiniones” de los junteros para saber a qué atenernos con el discente en cuestión. La insatisfacción es el resultado de semejante acto jurídico, porque sentenciamos con una alegría que asusta al más atrevido. Y siempre salgo de esos tribunales inapelables con la conciencia culpable de no haber sabido estar a la altura de lo que se espera de nosotros como profesionales de la enseñanza. Derivamos  hacia el pseudoanálisis psicológico con una facilidad que sólo está a la altura de nuestra incompetencia en la materia –salvo quien la tenga, aunque en estos casos, los juicios aún son más deplorables…– y renunciamos a lo que debería ser competencia nuestra exclusiva: el proceso de aprendizaje: llegar a saber por qué –al margen de los ponderables tradicionales de la falta de trabajo, etc.– los alumnos son incapaces de progresar en tal o cual asignatura, y tratar de ponerle remedio. Es evidente que las viejas recetas siguen teniendo validez, que son los alumnos los que han de aprehender el conocimiento, no éste instalarse en ellos casi feéricamente, con la consiguiente varita mágica, pero no es menos cierto que no podemos despreocuparnos de ese campo del conocimiento que tanto podría ayudarnos a establecer diagnósticos pedagógicos certeros que nos permitieran ayudar al mayor número posible de nuestros alumnos, siempre y cuando la administración educativa entendiese que una sesión de evaluación no es un trámite relegable extramuros de la jornada educativa, sino un pilar básico de nuestra actividad profesional. ¡Cuántos daños irreparables provoca el fetichismo de la “hora de clase intocable”!

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Categorías: Crónicas del País de las Maravillas, Diagnósticos, Soluciones

Autor:Juan Poz

Profesor de Secundaria y Bachillerato en un instituto público de Barcelona, y autor del blog Diario de un artista desencajado.

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85 comentarios en “Autoevaluación”

  1. José maria
    5 enero 2011 a 9:54 #

    Buena reflexión. En mi centro no podemos alegar como motivo del bajo rendimiento la falta de estudio del alumnado en su casa. Queda feo. Así que imagina la de tonterías que tenemos que poner por escrito, tantas que yo ya no pongo ninguna.

  2. Javier
    5 enero 2011 a 10:37 #

    Querido y admirado Juan,

    Una propuesta que lanzo. En Estados Unidos existen los ¨ Teacher Planning Days¨. El curso consta de 36 semanas divididas en cuatro cuartos ( ¿¿¿ Cómo has adivinado, profesor, las analogías entre educación y NBA¿¿¿) .Cada nueve semanas -eso dura el periodo de evaluación- hay un Planning por lo menos ( a veces, dos). No son lectivos (alumnos en casita). En jornada de 8 a 3 (sí, y con profesionalidad y protocolos) se podría trabajar en sesiones de evaluación serias como las que propones.

    Pero mucho me temo que con la chusma rutinera e inculta que tenemos en las administraciones educativas me acusen como mínimo de ¨agente del Imperio¨ y desestimen mi humilde aportación al debate. De hecho, ya algunos compañeros me han dicho, sin haber pisado una escuela americana, que los yanquis no son mejores que nosotros en educación. Y se han quedado tan panchos.

    Mis más áureos y sentidos respetos.

    Un abrazo andaluz.

  3. Francisco Javier
    5 enero 2011 a 11:39 #

    En una cosa estoy muy de acuerdo: la tendencia al cotilleo, el acto social y la psicología de tres al cuarto deberían ser eliminadas de las juntas de evaluación, pues resulta vergonzoso y no sirve de nada. Además -seamos autocríticos- de ofrecer una imagen muy mediocre del profesorado, que no pasa de emitir opiniones no mucho más fundadas que las que podría tener cualquiera (seguramente personas externas darían datos de mayor interés, más pertinentes.) En este asunto, por cierto, la presencia de orientadores no parece tener ningún efecto corrector, y también ellos deberían hacer mea culpa, pues sus comentarios suelen ir en la línea de los de los profesores (del cuánta penita da que «sus padres se han separado», al juicio condenatorio del «simplemente es un impresentable»). Esta idea es compartida por muchos docentes, que al terminar la junta suelen comentar: «¡Vaya pérdida de tiempo!» Pero tampoco se hace nada por luchar contra la inercia.

    ¿Cabe hacer algo mejor? En mi centro se ha propuesto dentro del plan de mejora las «interevaluaciones» Estas interevaluaciones (habrá que permanecer dos sesiones de evaluación más por la tarde en la 2ª y la final) irán acompañadas de unas reuniones con los padres para anticipar problemas y concienciar de cara a la evaluación (un trabajo más para el sufrido tutor.) Veremos. La «cultura de la evaluación» -muy en boga-, tal como está el panorama, no deja de producirme gran escepticismo. Un saludo, Juan.

    • Ania
      5 enero 2011 a 16:18 #

      Las «interevaluaciones» son otras evaluaciones añadidas, más de lo mismo , más permanencia en el centro , más ….pa ná.

    • Mariquilla
      28 noviembre 2011 a 19:01 #

      Creo que nuestro problema y la aparente vulgaridad lexica de nuestras preevaluaciones, evaluciaciones y postevaluaciones vienen motivadas por el hecho de no habernos dotado aun del lenguaje culto de que hacen gala otros profesionales.
      A un atracon de albóndigas y pimientos fritos a las doce de la noche y sus consecuencias, lo llamaría un medico “epigastritis lata con ramificación lateral multiforme”. Y para certificar la causa de la muerte de la abuela utilizaria la frase de “parada cardio-respiratoria”, o sea, que se le paro el corazon y dejo de respirar exactamente igual que el canario, el gato y el pavo de Navidad. Esto si que es cultura.
      Para comunicarte el juez que el papel que has presentado lo ha mandado amontonar junto con los anteriores en un cajón de la oficina y ha decidido que avisen a la tia Maria, como solicitabas, para que diga si puede aclarar algo, utilizara también su lenguaje culto y profesional: “Por presentado alegato con copia, unase a los autos y ramo de prueba de su razon y entreguese copia a la contraria”. Terminaremos por aprender todos a que no se nos entienda y ahí quedara reflejada nuestra importancia y sabiduria. Los curas dejaron de ser sabios –“saben hasta latin”- y distinguidos en cuanto se despojaron de la sotana y dejaron de decir la misa en latin. Logico, ya los entendía todo el mundo.
      P.S. Se que existen las tildes e incluso recuerdo las normas de aplicación pero el ordenador se resiste a reflejarlas. Disculpen

      • Ania
        28 noviembre 2011 a 20:42 #

        Pero si es que además nos juntamos a preevaluar y evaluar profesores que son en teoría del mismo grupo pero que, en la práctica , apenas dos otres dan clase a ese grupo como tal y , puesto que un grupo de 29 o 31 alumnos en total es » evaluado» en esas reuniones por profedsores que en realidad tratan con distintos elementos del mismo: unos tienen a cinco, otros a 14, otros a 10, etc…las vivencias son lógicamente distintas que las que tiene el que está con los 31. Una charada dichas reuniones. Lo mejor sería meter las notas cada profesor correspondiente en el programa informático correspondiente. Los datos serían objetivos y ahí tendríamos un uso efectivo , objetivo y útil de las TIC.

  4. 5 enero 2011 a 11:51 #

    Excelente artículo que refleja fielmente lo inútiles que son las sesiones de evaluación que se derrochan en cotilleos que en nada ayudan a mejorar nuestro trabajo y, en consecuencia, los resultados de nuestros alumnos. Es necesario huir de esos tópicos tan arraigados y centrarnos en autoevaluarnos. Más allá de la tarea de los padres y la administración, estas evaluaciones han de servir para analizar nuestra labor y mejorar aquellos aspectos susceptibles de mejora. De una sesión de evaluación, como de una memoria de fin de curso, deberian salir propuestas concretas de mejora con su consiguiente seguimiento a lo largo del curso. Es el único modo de ir hacia adelante. Lo demás ya sabemos dónde lleva.

  5. José Miguel
    5 enero 2011 a 12:39 #

    Pues algunos estamos ya bastante cansados de lo que podría sintetizarse en la evaluación de la evaluación, o del «pensamiento que se piensa a sí mismo», de la metafísica evaluadora, del «aprender a aprender» y toda esa verborrea inane. Estamos hartos de las actuaciones periféricas respecto del aula, como, por poner un ejemplo, planes de lectura periféricos redundantes de las actividades de lectura en el propio aula. ¿Y qué hacemos entonces durante toda la evaluación? ¿Es que la propia práctica docente, las operaciones del alumno no quedan suficientemente registradas en el cuaderno del profesor que, a su vez, plasma en las actas de la evaluación? ¿No será precisamente esta última realidad la que hace inncesaria la evaluación, puesto que el docente ya ha dicho todo lo que tenía que decir, al menos, académicamente, sobre el alumno en cuestión? ¿Acaso las juntas de evaluación no son más que un «pedir peras al olmo» psicopedagógico, vacío de contenido, dadas las «categorías» vacuas en las que se mueven estos últimos, presión formalistaa que soportamos los docentes tres veces por curso (incluso cuatro, con el sobreañadido aún más inútil de la «preevaluación», a los quince días de empezar el curso? ¿Acaso no es una muestra burocrático-progresista más de la tiranía del ejército de psicopedagogos ninguneando a los verdaderos protagonistas, es decir, a los responsables directos de la enseñanza en las aulas? Por cierto, observo como se desenvuelven bastantes colegas en las evaluaciones y hasta me parece que se lo pasan pipa interviniendo a lo Belén Esteban en tales degradantes reuniones.

    • 5 enero 2011 a 13:39 #

      Totalmente de acuerdo, José Miguel. La petición de Juan choca con la cruda realidad que se nos ha tejido durante tantos años. El interés ministerial por mejorar nuestra labor en el aula es nulo, y como ejercicio de histeria colectiva nos han arrastrado a unas sesiones estúpidas, obscenas, cuya finalidad no cabe pensar porque ya desde un principio no tienen más sentido que el inane intercambio de cursiladas. Suscribo cada una de tus líneas. La idea de que la labor del profesor no constituya el criterio verdaderamente objetivo sobre el estudio del alumno y que la decisión psicoñoña la tenga un supuesto «equipo» al que llaman «junta de evaluación» es un detalle más de lo bajo que hemos caído. Que tales juntas podrían convertirse en un instrumento capaz de analizar situaciones académicas, por supuesto, pero no en nuestro país ni en nuestros Institutos, tal como anda la cosa ya desde hace mucho, mucho tiempo, porque tales juntas no se han pensado, ni por asomo, para cumplir una función que al cabo resulta que no se quiere que realicemos, que se nos ha negado con insistencia y tesón. ¡Ah, a propósito! ¡Lo de Belén Esteban es poco! ¡Con la llegada de la evaluación en competencias Belén Esteban casi va a parecer una catedrática! Y todo con la bendición de unas instancias administrativas a las que lo verdaderamente importante se la refanfinfla. Un saludo.

  6. Juan Vázquez
    5 enero 2011 a 13:48 #

    Totalmente de acuerdo con José Miguel; ¿a qué viene dar tanto valor a las evaluaciones cuando precisamente las decisiones que deberían tomarse a partir de ellas no se pueden tomar? Por ejemplo esos casos de nenes que no han aprobado ni una asignatura y han de promocionar por ley, ¿qué valor se puede dar a lo que hacemos entonces? Además, como dice Jose Miguel, cada profesor ya ha evaluado, de lo que se trata es de comentar y poner en común nuestras apreciaciones sobre los alumnos, nada más. A ver si vamos ahora a caer en las trescientas clases de evaluaciones que defienden los pedabobos incluyendo la evaluación de la comunidad y chorradas parecidas.

  7. 5 enero 2011 a 14:20 #

    Nuevamente se caer en lo fácil, tirar balones fuera. Si las sesiones de evalaución no son lo que debieran, eso no es culpa de ZP, ni de los padres, ni de los programas de TV. Hay centros en los que sí se llevan a cabo evaluaciones que sirven para algo, donde se toman decisiones, donde se corrigen errores. Y no hay nadie, por nefasto que sea nuestro sistema educativo, que impida el que hagamos nuestra tarea correctamente, considerando cada caso y tomando las medidas adecuadas para su mayor rendimiento y, en consecuencia, mejores resultados. La evaluación ha de ir de la mano de la tutoría, tanto con el alumno como con los padres, pero para eso hay que ir con toda la información bajo el brazo.

  8. Raus
    5 enero 2011 a 14:26 #

    No conozco personalmente qué se cuece en tales juntas, de modo que agradezco a Juan Poz que haya decidido sacarlas a colación, con el valor añadido de cantar la palinodia. Pongámonos en el caso que el otro día Jesús San Martín expuso con su acostumbrado tino, adaptándolo a lo que aquí tratamos. Voy al mecánico para que arreglen la avería del coche. Al día siguiente, me llaman para que lo recoja. El coche sigue sin marchar nada bien, pero, no obstante, me extienden la factura. Lógicamente, yo protesto. Me niego a pagar un arreglo que no es tal. Sale el encargado y, cogiéndome en un aparte, me explica por lo bajini que el mecánico que ha trabajado en mi coche se ha divorciado y, en consecuencia, no se concentra bien en el trabajo, el pobre. ¿Qué diríamos si tal cosa nos pasara? Pues algo así como: “¡¿Y a mí que me cuenta?! Yo no voy a pagar ni un duro si el coche sigue averiado sólo porque este operario haya tenido la desgracia de sufrir un divorcio.” Y si el encargado, para conmoverme, añadiera alguna tribulación más del operario, a mí me daría igual: seguiría sin estar dispuesto a pagar la factura. Cosa aparte es que me condoliera del sufrimiento del mecánico, o, incluso, que me hiciese cargo de él, pero nada de esto cambiaría mi determinación de dar por malo el arreglo y de no pagar la factura. Se me dirá, quizá, que a los alumnos, por ser menores, no podemos tratarlos así, sino que hay que ser comprensivo con sus circunstancias personales o emocionales. Pero no: es la misma situación. La escuela, particular y especialmente a partir de secundaria, ha de preparar para la vida real y, para ello, no puede menos que imitarla, si bien evitando, huelga decirlo, todo extremo cruel o truculento.

    Mientras en las juntas de evaluación se sigan “computando” elementos extraños a la objetiva medida académica, tales como el esfuerzo del alumno, la limpieza del cuaderno o su estado emocional, la psicopedagoga logsiana de turno seguirá en su puesto, plenamente justificada, dirigiendo el cotarro con el látigo de siete colas de pedañoñería insufrible.

    • Ania
      5 enero 2011 a 16:28 #

      Cuantas más «interevaluaciones» se haga entre «evaluaciones», más ocasión a los sicopedalocos y a los directivos Logsianos y los lobbys varios para que practiquen sus injerencias e introduzcan a sus amiguetes externos para hacernos la puñeta.

    • 5 enero 2011 a 16:54 #

      ¡No sabes lo que te pierdes, Antonio! ¡Cuatro horas cada tarde oyendo memeces! Oye, excelente artículo el último que publicaste, que no te he dicho nada porque he andado un poco ausente…

      • Raus
        5 enero 2011 a 17:30 #

        ¡¿Pero cómo coj… digo glándulas seminales podéis aguantar tal sobredosis de psicomemeces, Ania, Antonio y demás reos?! ¡Cuatro horas de suplicio vespertino! ¿No es preferible la muerte? ¿No le suplicáis a la psico-verduga que os dé muerte?…
        Gracias, tocayo.
        Un abrazo.

    • Francisco Javier
      5 enero 2011 a 17:21 #

      Aunque suene duro lo que dices, estimado Antonio, creo que das en el clavo. La victimización del alumno, llevada a menudo al proxismo de la cursilería, tiene un resultado perverso. Se debe ser comprensivo, pero ello no debe influir en las decisiones académicas como está sucediendo ahora (y sucede mucho, mucho.) Las circunstacias personales tristes y hasta trágicas no son sólo de ahora, han exitido desgraciadamente siempre, pero cuando uno se va haciendo mayorcito debe asumir con responsabilidad su destino. Ello forma parte de espíritu de autosuperación, nos fortalece como personas y nos hace mejorar.

      • Raus
        5 enero 2011 a 17:33 #

        Ni más ni menos, Francisco Javier.
        Un abrazo.

    • Juan José
      9 enero 2011 a 12:53 #

      ¡Muy bien Raus! Tenía que ser una persona de fuera del entorno académico quien dijera la verdad del fracaso escolar. La enseñanza, convertida en educación, se ha convertido en un pupurri indigesto que lo destruye todo. Lo asombroso es que nadie diga que el rey está desnudo. Me asombra también que alguien, todavía, crea en las juntas de evaluación después de ver, durante años, su inutilidad (diga lo que diga alguno). Y es que todo lo que sea hablar de los alumnos sin que si sigan consecuencias inmediatas hacia ellos es perder el tiempo. La educación no se estudia, se aprende colateralmente de muchas maneras, por ejemplo cumpliendo el alumno con su deber, y asumiendo consecuencias si no lo hace (como los adultos). Si se volviera a una valoración simplemente académica de conocimientos (trabajo para el que muchos profesores ya están incapacitados dada la desvalorización del saber a que han sido sometidos) y hubiera consecuencias reales de esa valoración, la enseñanza (y la educación con ella y sin otro esfuerzo), mejorarían de manera asombrosa. Se llama segundo principio de la Termodinámica, ese que se puede expresar diciendo que sin foco frío y caliente (es decir, diferencia de nivel) no hay motor ni movimiento. Y el que crea que los seres humanos no funcionan según las leyes de la naturaleza que pruebe a tirarse de un quinto piso. El sistema igualitarista actual (que premia a los peores, que no a los más necesitados, que es otra cosa) es un sistema termodinamicamente muerto. Se reforme lo que se reforme es como revolverr un excremento. Cada vez huele peor. Y te lo dice un profesor que se lo pasa pipa en clase a pesar de que fracaso como todos a nivel global (es que tengo que empezar, en secundaria, por enseñarles a entrar a clase, a pedir la palabra y otras cosas básicas, como que hablando nadie aprende ni deja aprender, luego enseñarles a dividir y cosas así, todo ello en medio de un lavado de cerebro de su concepto del derecho yoísta que padecen, con posterior desinfección y reinstalación de un sistema de valores en sus celulíticas neuronas, sistema que luego, si quieren, podrán destruir, ya que fundamentalmente, les enseño a pensar. Y después, tras cosa de un mes de despiadada sátira y ridiculización de sus indefendibles posiciones con beatífica sonrisa -siempre les quiero mucho- les puedo enseñar, en cuatro días, máquinas eléctricas, motores y todas esas tonterías que no entienden de estados de ánimo sino de si funcionan o no). Y es que hemos hecho perder tanto el tiempo a nuestros alumnos durante tantos años que nos merecemos ampliamente el desprecio general conque nos pagan. La furia de mis alumnos cuando me paso sus miserias por la entrepierna sin ningún pudor, se cambia al poco tiempo en admiración y respeto cuando empiezan a recibir conocimiento real. Y hablo de conocimiento, no de utilidad, que es ésta, una de sus menores ramas. Y entro cada día al instituto entre las sonrisas de mis alumnos, a pesar de que los suspendo sin piedad. ¡Me importan una m… tus circunstancias! -les suelo decir. ¡Y al mundo también! ¡Si quieres aprobar estudia! Y cuanto peor lo tengas, ¡más has de estudiar o luchar! ¿No estás ya harto de las palmaditas en el hombro de los que cobran por oír y justificar tus debilidades? ¡Ya debes tener callo! ¿Quieres dar pena toda tu vida? Además, ¿cuál es el problema para que te sientes y estudies a parte de tu debilidad moral?.
      Y no hago sino imitar a mis profesores, que gracias a que los muy capullos -como yo- que no sabían nada de psicología, pasaban totalmente de mis problemas personales (también me dejó una chica muy jovencito, tenía granos y otras cosas, y ni remotamente me creía especial para nada) y me suspendían sin piedad SI NO SABÍA, peligrara o no, mi equilibrio emocional (y así estoy, por lo visto.)
      Y por si alguno ha llegado hasta aquí, saludos y lo siento.
      Juanjo Ibáñez

      • Raus
        9 enero 2011 a 15:46 #

        Gracias, Juan José.
        Pienso que lo que aquí está ocurriendo es de juzgado de guardia. ¿Cómo es posible que los docentes, en general, se traguen esta fórmula?: NOTA ACADÉMICIA OBJETIVA + SUFRIMIENTO DEL ALUMNO + ESFUERZO PERCIBIDO EN ÉSTE + LIMPIEZA DEL CUADERNO + CONDUCTA EN CLASE + ORIGEN SOCIAL, RACIAL O ÉTNICO + OTROS = NOTA FINAL. A mí me parece de locos. Y lo digo siendo muy consciente de lo que significa locura, que la estudié en su momento. Ahí cabe todo con tal de conceder y regalar el aprobado. ¿Cuándo y dónde van encontrar los alumnos ahí fuera una fórmula tan benigna? Si suspenden el carné de conducir, ¿le aplicarán la fórmula? ¿Les valdrá contarle al examinador sus tribulaciones? ¿Es que no las tiene acaso el mismo examinador y cualquier otro mortal?

        Si tú llevas a tu hijo a clases de esquí, ¿consentirías que el niño pasara a esquiar a una pista más peligrosa sin haber superado la pista para principiantes? ¿Qué padre en su sano juicio pediría al examinador que considerara que el niño está pasando una mala racha por culpa del divorcio de sus papás? Nadie. Todo el mundo encontraría descabellado computar el sufrimiento del niño y, por su bien, seguiría sin pasar a la siguiente pista. Pero como parece que suspender a un alumno que no sabe el mínimo académico establecido no comporta peligro alguno para el afectado, pues el conocimiento, relativismo mediante, ha dejado de tener buena parte de su importancia, ese alumno recibe un aprobado. Como el batacazo es diferido, pues que pase al siguiente curso. Al alumno que sepamos que sufre un trauma muy duro, hay que decirle que sentimos por lo que está pasando, incluso que comprendemos, por qué no, su bajón en los estudios, pero que, por su bien, no podemos aprobarlo hasta que no se recupere o rinda el mínimo exigido.

        La aplicación de esa fórmula revela algo de tremenda importancia: que los docentes, en general, no valoran o no alcanzan a entender la importancia del trabajo que realizan, que no es otro que el de enseñar contenidos académicos y evaluarlos con la mayor objetividad posible. Si los docentes, en general, han dejado que se cuelen elementos tan extraños en la evaluación final del alumno, si han permitido tales injerencias, es porque no se tienen en muy alta estima. Consecuentemente, nada puede extrañarnos que no se hagan de valer. Es que no se creen su labor. Es que están acomplejados o terriblemente confundidos. A la señora psicopedagoga hay que mandarla con mucho respeto a freír espárragos, porque su intrusismo no es de recibo: punto pelota. Y cada vez que se siente a la mesa de esas juntas de evaluación, hay que decirle que allí no pinta nada, y que sus tonterías no serán atendidas. Que os deje hacer vuestro trabajo. Creo que muy pocos profesionales, incluso en este pasivo país de inauditas tragaderas, consentirían semejante injerencia profesional.

        Diré algo más, y sé que va a sonar duro. Pero me da igual, que cualquier docente sabe que defiendo su labor. Y como lo cortés no quita lo valiente ahí va:. Pienso que más de cuatro docentes ven con buenos ojos la presencia del psicopedagogo de turno y su fórmula coladero. ¿Por qué? Porque esa fórumla les permite, en muchos casos, aprobar a quien no deben aprobar y, con ello, quitarse la posible presión de encima. Bien la que venga del director, bien la que venga del alumno y sus padres. Pero claro, esto tiene la contraindicación de que la psicopedagoga tendrá cada vez más y más fuerza decisoria en el centro, en detrimento de las propias competencias del docente. Esa fórmula «psicologicista» es muy cómoda para muchos, pero su aplicación debilita a quien la aplica.

        Me parece fenomenal, Juan José, que trates de sacar a los alumnos de su coraza de victimismo con tan contundentes maneras. Lo haces por su bien. Ya está bien de tanto llorar, hombreya.

        Un abrazo.

  9. Fran Risueño
    5 enero 2011 a 14:34 #

    Al hilo de este post, comentaré una impresión que ya me valió un disgusto en su momento. Perdonad si no uso términos pedagógicos ni ná de ná de eso…

    COmo sabeis, en las sesiones de evaluación se pide también que algunos alumnos (delegado y subdelegado) presenten al inicio de la sesión su propia evaluación, consistente en decir: «al principio de la evaluación nos comprometimos a estudiar más, a callarnos… no hemos cumplido nada de eso, también nos comprometimos a hacer lo otro, y tampoco lo cumplimos». Luego los profesores se dedicaban (vale, ocurrió una vez, pero supongo que no seré el único en haber visto esto) a cargar toda la ira por el grupo, que era bastante escandaloso, contra los dos pobres muchachos, que posiblemente eran de los mejorcitos.

    En fin, yo asistí atónito a esta venganza sin entender qué sentido didáctico tiene que unos nenes de primero de ESO se comprometan (ya me da la risa, un niño de 12 años prometiendo cosas) y se personen delante de un grupo de profesores quemados; y que estos descarguen su santa ira contra los dos desgraciados.

    • Ania
      5 enero 2011 a 16:35 #

      Pues yo he visto temblar a grupos de profesores con la visita de la parejita de alumnos de 3º y 4º de la ESO, protegidos del orientador , tutor y/o Directivo de turno…Qué cosas, oye…

    • Francisco Javier
      5 enero 2011 a 17:12 #

      Lo de los delegados y subdelegados dando sus pueriles informes sobre los porqués de lo mal que ha ido, ¡otra vez más!, la evaluación; lo mal que se portan con el pobre de música (yo mismo ) y el cachondeo que montan en sus clases; los propósitos de enmienda; y todas la demás memeces, todo eso forma parte del tinglao democrático que tan buenos resultados está dando.

      • Pasos para hacer mamografía/ Es que lo había entendido mal
        7 enero 2011 a 15:39 #

        Y de cómo dar ocasión para victimizar a ciertos profesores y asignaturas para que otros puedan quedar por encima de ellos.

  10. José Miguel
    5 enero 2011 a 15:57 #

    La respuesta de «Alonxo» es una palmaria muestra del discurso de una junta de evaluación, afirmaciones sin fundamento, genérico-divagantes, jamás acompañadas de datos fiables y contrastables: «Hay centros en los que sí se llevan a cabo evaluaciones que sirven para algo, donde se toman decisiones, donde se corrigen errores.» Analicen la «profundidad» de la «réplica»: «Y no hay nadie, por nefasto que sea nuestro sistema educativo, que impida el que hagamos nuestra tarea correctamente, considerando cada caso y tomando las medidas adecuadas para su mayor rendimiento y, en consecuencia, mejores resultados. La evaluación ha de ir de la mano de la tutoría, tanto con el alumno como con los padres, pero para eso hay que ir con toda la información bajo el brazo.» ¿Acaso los profesores en el aula no «hacemos nuestra tarea correctamente», «analizamos cada caso», «tomamos las medidas adecuadas para su mayor rendimiento», buscando «mejores resultados», llevando «toda la información bajo el brazo» de cada profesor que ejercita su labor docente? ¿Qué añade el tutor a esta labor, aparte de coordinar toda la información que ya se ha obtenido en todo el desarrollo de la evaluación para ofrecérsela tanto al alumno como a los padres? ¿Añade algo el señor «Alonxo» a lo que ya hemos comentado innumerables veces en este hilo? No añade absolutamente nada, aparte de una vulgar retórica de la psicopedagogía al uso. Es decir, este sujeto afirma dogmáticamente, pero sin dar razón de tales afirmaciones, es decir, justificación, argumentación, relación entre las ideas mismas y de estas con los hechos, sistemáticamente realizada. Se repite en lo mismo. Es decir, no razona. Esto hay que hacerlo así porque lo digo yo.

    • 5 enero 2011 a 18:14 #

      Dando por excelente el artículo, como he señalado anteriormente, insisto en que las evaluaciones las hacemos nosotros. Por tanto, algo podremos hacer para mejorarlas. Si nos pasamos la hora, o las horas, divagando, poco provecho sacaremos de ellas. Ni más ni menos.

  11. 5 enero 2011 a 16:17 #

    Juan, es muy interesante que saques este tema, pero estoy en total acuerdo con José Miguel y Antonio. Las evaluaciones no aportan nada, es mera cháchara, como argumentas. Pero, ¡cuidado!, no demos pistas a la administración y a las pedagogos de turno a ver si nos van a tener haciendo el tonto más tiempo, que ya lo hacemos bastante. La evaluación la hace el profesor desde el primer día. La evaluación tiene sentido en la LOGSE, y como toda ella es una entelequia y un vacío absoluto al más puro estilo de la náusea de Sartre.

    • Ania
      5 enero 2011 a 16:38 #

      No puedo estar más de acuerdo con usted, Señor Viñuela.

    • Francisco Javier
      5 enero 2011 a 17:26 #

      Y yo también, yo también. De ahí, que al leer este artículo, por lo demás muy interesante y bien escrito, no pude dejer de sentirme escéptico. El marco de las evaluaciones, ¿qué otra cosa es sino LOGSE-LOE en su salsa?

  12. Mari Cruz Gallego
    5 enero 2011 a 16:17 #

    ¿Las sesiones de evaluación pueden ser útiles? Sí. ¿Son los profesores los que las convierten en inútiles? En parte, también (¿qué orden ministerial nos manda que se cotillee sobre la vida de los alumnos y sus familias?). Ahora bien, dejando a un lado la incompetencia profesional de ciertos docentes, que muchas veces (y aunque esté tirando piedras sobre mi propio terreno, debo decirlo) es cierta, el asunto en sí es algo mucho más profundo.

    1. Mientras tenga una ley que me impida pedir responsabilidades a un alumno.
    2. Mientras tenga una ley que permita a los alumnos pasar de curso con todas suspensas.
    3. Mientras tenga un sistema de enseñanza mediocre que no permita hablar de excelencia.
    4. Mientras se presione a los equipos directivos para que a su vez presionen al profesorado para que no repitan alumnos.
    5. Mientras yo no pueda decir en una sesión de evaluación: fulanito no cumple con los deberes que se le exigen para permanecer en un sistema gratuito de enseñanza (por faltas de respeto, por amenazas a los compañeros o a los profesores, etc.), así que hay que plantearsse si se merece este derecho o no (así, tal y como suena).
    6. Mientras yo tenga que hacer de profesora, maestra, madre, psicóloga, pedagoga, educadora social, etc. de mis alumnos y no ÚNICAMENTE DE PROFESORA porque el sistema es tan nefasto en sí que todos esos medios que pueden ser útiles y necesarios no los provee, sólo nos lo exige a los profesores (porque así sale más barato).
    7. Mientras no se reconozca oficialmente que el sistema de enseñanza es eso, un sistema de enseñanza, de formación y culturización, no una guardería para salvar al Estado de turno de los problemas que se derivarían de tener a miles de jóvenes en la calle.
    8. Mientras se me exija que trate los problemas de los alumnos que van mal y no que hable de los mejores alumnos como si ellos no necesitasen nada.

    Mientras todo esto sea así, las sesiones de evaluación serán la estupidez más estúpida de mi trabajo.

    • 5 enero 2011 a 17:08 #

      Maricruz, en la última frase te falta: «¡Y ya es decir!»

  13. Maximiliano Bernabé Guerrero
    5 enero 2011 a 16:48 #

    » Eliminarlas y convertirlas en el viejísimo “cantar las notas”, “ponerlas en las actillas” o algo equivalente. (…)
    Derivamos hacia el pseudoanálisis psicológico con una facilidad que sólo está a la altura de nuestra incompetencia en la materia –salvo quien la tenga, aunque en estos casos, los juicios aún son más deplorables…–»
    Yo me apuntaría a la primera afirmación de este sensato artículo de Juan Poz, precisamente debido a la segunda; porque la mayor parte de juntas de evaluación en las que estado presente (unas cuantas porque como mi asignatura es optativa debo estar presente en las de todos los cursos y grupos) han sido una inútil pérdida de tiempo. La verdad es, y lo digo por si sirve de alivio el «mal de muchos, consuelo de…», que las reuniones (algunas a un nivel muy alto) a las que he debido asistir desde que asumí mi quehacer jurídico tampoco es que sean mucho mejores. Se empieza llegando tarde, hablando a voces con el vecino, interviniendo sin orden y pasándose el orden del día por algún sitio recóndito, atascándose en los prolegómenos (lo que en nuestras juntas son esos 3 o 4 alumnos que copan ellos solos 45 minutos), para despachar lo verdaderamente importante «de dos patás», y al final se acaba hablando de la lotería de Navidad, de las prestaciones de no sé qué coche o de un pograma de famosos de la tele. Esto aplicado a cualquier reunión que se precie de serlo. Y en nuestras juntas, por lo menos en las que yo he asistido, siempre se concluye por hablar del novio que se ha echado la Jennifer, que desde que al Christian le han comprado la moto no me sube del 3, o que a la Jessica habría que llevarla al psicólogo. Tengo tal hartazgo de estas juntas, a las que siempre suelo llegar con acidez de estómago o gases, ya que he debido comer en 10 minutos para ser puntual, que las sustituiría por eso mismo, por que se cantasen las notas. O, y para complacer a los entusiastas de las nuevas tecnologías, por que se crease una aplicación informática donde cada uno pusiera su nota y un comentario.

  14. Javier
    5 enero 2011 a 16:50 #

    Excelente Mari Cruz,
    Mientras nuestra profesión no la profesionalicemos, andaremos mal .

    Abrazos bellos.

    • Raus
      5 enero 2011 a 19:22 #

      Me uno a la felicitación a Mari Cruz.
      Saludos.

  15. 5 enero 2011 a 17:54 #

    Efectivamente, Maricruz. Por eso no se puede hablar de evaluación mientras el marco sea la LOGSE-LOE, independientemente de la incompetencia de muchos compañeros, que no es más que fruto de la condición humana que todos compartimos. En mi región, avanzadilla de las nuevas tecnologías en la educación, pero que no se presenta a la evaluación PISA, se siente uno totalmente absurdo cuando pone las notas a través de Internet, pudiendo comentar todo lo que quiera y, luego, tiene que ir a esas aburridas y soporíferas reuniones. Pero, que, dicho sea de paso, nada tienen que envidiar en inutilidad a las CCPs, por ejemplo. Excelente síntesis la que has realizado de los males de la LOGSE-LOE.

  16. Gladiator
    5 enero 2011 a 18:28 #

    No le deis más vueltas. Lo mas sensato sería eliminar las sesiones de evaluación. Se ponen las notas en unas actillas y cuando estén todas puestas se fotocopian para que cada profesor pueda saber si el alumno hace el golfo sólo en su clase o en todas, sobre todo para poder tener argumentos ante una posible visita de los padres. En nuestro instituto, a parte de la nota, cada profesor ha de evaluar 6 conceptos más (trabajo de clase, trabajo de casa, respeto de normas, etc) y esa hoja se le da a los papas. A mí no parece mal (aunque un 1 ó un 2 en la calificación debería eximir de rellenar cualquier otra casilla) pero entonces que no me hagan asistir ya a ninguna reunión de evaluación ni me venga ningún papá a hablar conmigo pues ya no tengo nada más que decir

  17. Jesús San Martín
    5 enero 2011 a 18:44 #

    Acabo de encontrar una iniciativa que puede ser útil para los profesores de lengua.

    http://es.tendencias.yahoo.com/familia/palabras-textuales-blog-58-pintalabios-y-chupetes.html

    Seguro que aprenden la ortografía, divirtiéndose, y además fuera de clase.

    Saludos.

    P.S. La dejo en este artículo, porque veo mucha actividad en él.

  18. Josepho
    5 enero 2011 a 22:54 #

    Las evaluaciones son una creación de la dictadura de Franco. Concretamente de la psicopedabobez opusdeísta de Villar Palasí. En el Bachillerato antiguo no las había. Ni en de la Segunda República. No hacen ninguna falta. Con que cada profesor ponga sus notas basta.
    Por cierto, también el tutor es una creación de la Ley General de Educación del 71. Y todavía no sé para qué sirve, salvo para distraer esfuerzos de la mera docencia, para ahorrar en auxiliares administrativos y para dar alimento a los Departamentos de Orientación (estos no se atrevió a crearlos Villar Palasí: aun era pronto).

  19. 6 enero 2011 a 10:59 #

    Agradezco sinceramente todas y cada una de las participaciones a las que, si tuviera tiempo, me gustaría contestar personalmente, pero una diabólica tesis me lo tiene robado… Si he planteado esta cuestión de las evaluaciones ha sido por la profunda insatisfacción que me producen -en todo idéntica a la de que los de la Junta Directiva me lean en un claustro un documento, como si no hubiera acreditado mi competencia lectora o no tuviera una casiilla en la Sala de Profesores o un correo electrónico oficial que se me puede enviar- y porque, experiencia obliga, cuatro ojos ven más que dos. A veces ciertos rendimientos o la ausencia de ellos de algunos alumnos creemos que se debe a nuestra asignatura, a nosotros mismos o a la idiosincrasia singular del alumno, sin tener en cuenta que hay un mundo alrededor del hecho educativo que mediatiza de forma radical el rendimiento de nuestros alumnos, y las situaciones son tan diversas como casi immposibles los remedios, porque afecta aquella influencia a esferas alejadas de nuestro campo de acción. Por más que la experienccia habitual de las juntas de evaluación sea la que he tratado de describir sin ningçun tipo de exageración o deformación, también puedo decir que de alguna de ellas he salido con conocimientos que me han permitido «rescatar» a algunos alumnos, al entender «exactamente» la realidad failiar o social que los condicionaba. Un ejemplo. Una chica recién llegada que no domina el castellano y muy poco el catalán. Una actitud muy negativa. Educada, pero distante. Renuncia total a hacer el más mínimo esfuerzo. Un día el grupo celebra la Fiesta del Cordero y ella, la única no musulmana del grupo me viene a clase. Hacemos practica de conversación. Me intereso por su circunstancia familiar, para que le sea fácil hablar de algo que conozca. Y allí empezó una sesón de psicoterapia. Desde los tres años hasta los trece no habia visto a sus padres. Se crió con los abuelos. Sus padres son dos extraños. No los quiere. Su madre trabaja todo el dçia y apenas la ve. el padre trabaja fuera y sólo lo ve los fines de semana. Con su hermano se lleva fatal. Su aislamiento sólo se ve compensado con el afecto con que la acogen tres compañeras del grupo superior. Acaba llorando. Yo, conn un pedazo de nudo en la garganta que ni sé cómo me salió el elogio de la fortaleza individual y el clásico consejo quevediano: vive para ti solo, si puedes, pues solo para ti, si mueres, mueres. Hablé con el tutor, a solas y nos «concertamos» para tratar de atraer a la chiquilla a un mundo, el del estudio, en el que acaso pudiera algún día hallar un contrapunto amable y feliz a su tragedia individual. Y en esas estamos. Reconozco que al segundo mes mi opinión de la chica era la de que me las había con una pasota total y, como suelo tender a hacer, me «desinteresé» de ella. En fin, no dudo de que quizás la vertiente extraeducativa vaya más allá de mis competencias profesionales, pero, nos guste o no, trabajamos con seres humanos cuya complejidad nos supone un reto constante al que, en ocasiones, podemos hacer frente y obtener resultados muy gratifiicantes. Resulta sorprendente, en el proceso de aprendizaje, el efecto que puede tener un contacto humano auténtico.

  20. José Miguel
    7 enero 2011 a 18:21 #

    Debemos deslindar las anécdotas personales com la contada por Juan Poz, pues no tienen ningúna relevancia en el marco de una crítica a un elemento estructural del sistema educativo; es mera anécdota personal que no representa la realidad del alumnado; además, aunque así fuera, es muy cuestionable que lograramos algo desde nuestra condición académico-profesional. Además, de lo que se trata es, precisamente, de des-psicologizar el problema, es decir, de que la alumna se aplique al estudio, que no se encharque en ese lodazal emocional (y en el que, por lo que cuenta, el propio Juan Poz parece que se contagió), que mire al mundo. Eso de la actitud «comprensiva», «empática» de honda raigambre psicologista, no vemos que haya solucionado la problemática académica de los alumnos. Por otro lado, se han dado casos en los centros con historias bastante más desgraciadas que la que nos cuenta Juan Poz, y no, por ello, los alumnos han quedado atrancados emocionalmente. No se trata de ser «insensibles», sino de mantener la firmeza, el norte profesional, y evitar, sobre todo, caer en la trampa sentimentaloide, que, generalmente, no conduce más que a un engolfamiento emocional, es decir, a la debilidad del alumno, y, en bastantes ocasiones, a la del profesor.

    • 7 enero 2011 a 19:50 #

      José M iguel, pues yo tengo la convicción de haber salido fortalecido de la experiencia, y en ningún caso considero que hubiera ninguna trampa «sentimentaloide» porque, como dije, se trataba de una comunicación humana genuina, auténtica, en el sentido gestáltico y en el de la filosofía del Tu-Yo de Martin Buber. Aún ignoro si la alumna se aplicará al estudio o no, porque está por ver; pero la percepción externa tuya de «no quedarse atrancados emocionalmente» otros alumnos admite, como mínimo, la devolución de la pelota, porque no puede nacer sino de un ejericio de psicologicismo del que reniegas. En cualquier caso, es evidente que ese «elemento estructural del sistema», así presentado, poco parece dferenciarse de una cadena de montaje de una empresa automovilística, la verdad. Aunque lo sea, lo concedo, es evidente que, para mí al menos, no tiene otra función que estar al servicio de las personas, de ahí que reivindique la validez de mi anécdota. Sobre la dicotomía «norte profesional» y «trampa sentimentaloide», pues no me cabe sino decir que, así enunciada, revela una escasa comprensión de la complejidad del fenómeno educativo. En el sur, ya que estamos metidos en metáforas de baratillo, es donde están quienes nos necesitan. Digamos que a lo mejor todo es tan sencillo como constatar que tenemos diferentes maneras de orientarnos. Feliz año.

  21. José Miguel
    7 enero 2011 a 20:24 #

    No sé qué pueda significar eso de «comunicación humana genuina»; acaso es más de lo mismo, psicologismo viscoso, puesto que no se ve en qué haya más «auténtica» o «genuina» comunicación respecto de tu experiencia personal, que la que pueda haber, por ejemplo, cuando explicas el teorema de Pitágoras, lees o comentas «La divina comedia», escuchas o tocas la 9ª sinfonía, etc., etc. A veces pienso que lo ideología psicopedagógica al uso está introducida en nuestro discurso de forma tan sutil que ni siquiera nos enteramos. Y cuando escribo «no quedar atrancados emocionalmente», me refiero a que no es deseable moverse, ni estancarse en la sensiblería, en las emociones más primarias, una especie de Gran Hermano (donde priman las emociones más básicas y vulgares, en un recinto donde no existen ni libros, ni plumas, todos enlodazados en la subjetividad más primaria) en que van progresivamente conviertiendo los centros educativos. De hecho, las juntas de evaluación son una prolongación de tales actitudes, tal como se constata en el «discurso» o cotilleo de muchos colegas, en la simpleza, divagación, vacuidad de la mayoría de los «juicios» que uno puede escuchar.
    Y nadie niega la complejidad del fenómeno educativo, pero, desde luego, no resolveremos sus dificultades explicando lo oscuro por lo más oscuro y metiéndonos en camisas de cien mil varas, sobre todo, aquellas que no nos corresponden como docentes profesionales. Y a eso me refiero con el distinguir qué «orientaciones» ejercitamos, puesto que el barco es el mismo para todos (y a esa escala se ejerce la crítica, no reduciéndose al ejercicio de cada marinero, que sin perjuicio de su personal actuación, no se debe olvidar que está envuelta y moldeada por los principios de los que gobiernan ese barco, que, actualmente, va a la deriva).

    • Francisco Javier
      8 enero 2011 a 12:07 #

      Excelentes tus comentarios, José Miguel (no estaría mal que dieran lugar a un artículo.) En algunas intervenciones a este post, así como en el propio artículo de Juan Poz, se alude con bastante juicio a la necesidad de tomarnos con seriedad el asunto de las evaluaciones, de llevar los deberes bien hechos y de que las sesiones de evaluación se convierten en algo con sentido, en vez de un puro trámite, mitad tontería pseudopsicologizante, mitad -como alguien ha dicho- acto social. Las contrarréplicas a este punto de vista resultan en mi opinión aún más juiciosas y la cuestión, que habría que aclarar, es qué se quiere decir cuando se defiende la pertinencia de las evaluaciones, qué quiere decir llevar bien hechos los deberes. Al final, la mayoría de comentarios suelen ser tautológicos: «que empiece a estudiar algo», «que atienda un poco más o que simplemente atienda algo», «que estudie», «que mejore su comportamiento indeseable», …¿?, «que se pase por el orientador para que le haga un informe psico-pedagógico». En resumen, habría que concretar en qué consisten esas buenas prácticas de evaluación, que algunos parecen defender. De lo contrario, no se sabe muy bien de qué estamos hablando.

  22. 9 enero 2011 a 13:18 #

    Las juntas de evaluación son sin duda un elemento importante de nuestra tarea. Estoy con Mari Cruz en todo lo que dice en su acertado comentario, el cual, no lo perdamos de vista, comienza afirmando la necesidad de estas reuniones. ¿Por qué? Porque, lo queramos o no, el grupo de profesores que trabajamos con 2º W o con 4º Z, formamos un equipo, y es absolutamente necesario que los miembros de un equipo compartan información sobre su objeto de trabajo. Este extremo hace también muy útil la figura del tutor. También sería bueno que compartiéramos mínimamente unos criterios y unos objetivos, pero eso ya, en nuestro oficio, es un delicado cantar, sobre todo tal y como lo han puesto entre los políticos, los legisladores y sus contactos en los centros. En las juntas de evaluación se da la presencia simultánea de todos los profesores, así que son una ocasión extraordinaria para intercambiar información y acordar posturas y medidas que puedan ser beneficiosas para que los chicos de 2º W o 4º Z saquen el mayor provecho de su paso por nuestras manos.
    Lo dicho hasta aquí poco tiene que ver con las calificaciones; como muy bien se ha señalado, al llegar a la junta, cada profesor YA ha evaluado mucho, YA se supone que lo tiene todo tan claro que, en efecto, podría ser suficiente con un mero cantar de notas, y de hecho, este vuestro seguro servidor, que ya lleva a sus espaldas algo así como 500 juntas de evaluación, ha conocido tiempos en los que se reducían a esto: los profesores le confirmaban al tutor que las notas que habían puesto (a boli) en la actilla estaban bien, se comentaba alguna incidencia notoria si la había y el tutor se llevaba la actilla para pasar (a mano) las notas a los boletines. Y funcionaba. Que ahora nos hayamos hecho todos psicólogos, o consejeros matrimoniales, o asistentes sociales, o simples fanáticos del marujeo son males propiciados por el sistema que han llevado a las juntas a convertirse con demasiada frecuencia en reuniones estériles. Quiero finalizar llamando la atención sobre el pecado más inadmisible de las juntas de hoy: el haberse convertido en mercadillos de chalaneo con las notas. ¿Cuántas veces habéis coincidido con alguien que entraba a ellas con alguna o muchas calificaciones sin poner, y que luego las ponía en función de cómo veía el patio? ¿Cuántas veces habéis estado en una junta (sobre todo, de final de curso) a la que Fulanito entraba con cinco suspensas y salía con solo una o dos? Esto sí que son aberraciones, y con ellas tienen mucho que ver la LOGSE y esos simpáticos compañeros del departamento de orientación o del equipo directivo que a menudo se embuten en las juntas sin que nadie sepa muy bien por qué ni para qué. Esto sí que es convertir las juntas en actos muy perjudiciales para el oficio de enseñar.

    • Francisco Javier
      9 enero 2011 a 13:39 #

      Estimado Pablo,

      llevas toda la razón respecto a esos profesores, que tienden a cantar las notas según el momento y capricho, cuando su deber es haberlas pasado con anterioridad, para agilizar el asunto y poder ganar tiempo sobre lo que se tenga que comentar. Este proceder no es nada profesional y crea además confusión, errores, discusiones estúpidas y tensión. Eso sí que no es hacer los deberes: por lo menos, ¡pon las notas a tiempo en la aplicación informática!, que para eso está. Feliz año, Pablo.

      • 9 enero 2011 a 16:44 #

        En efecto, lo peor no es el destiempo, Javier, sino que la mayoría de las veces el retraso procede del miedo a suspender a alguien a quien no hayan suspendido otros, con lo que eso conlleva de sometimiento a las perniciosas presiones sobre la nota, uno de los cánceres que nos matan hoy en día. De esa actitud nacen las tensiones de que tú hablas, cosa lógica: si suspender al que se lo merece se ha convertido a veces en un riesgo, las triquiñuelas ventajistas por fuerza habrán de ser mal recibidas. Un abrazo y a ver si nos vemos.

  23. José Miguel
    9 enero 2011 a 15:29 #

    Escribe Juan Poz:

    “Lo queramos o no, el grupo de profesores que trabajamos con 2º W o con 4º Z, formamos un equipo, y es absolutamente necesario que los miembros de un equipo compartan información sobre su objeto de trabajo. Este extremo hace también muy útil la figura del tutor.
    En las juntas de evaluación se da la presencia simultánea de todos los profesores, así que son una ocasión extraordinaria para intercambiar información y acordar posturas y medidas que puedan ser beneficiosas para que los chicos de 2º W o 4º Z saquen el mayor provecho de su paso por nuestras manos.”

    Bien. Por poner un ejemplo, mi centro tiene una cuenta de correo electrónico y, por tanto, cada profesor tiene asignada una dirección electrónica que permite intercomunicarnos. Sería deseable que el tuto, previamente, solicitara información especialmente significativa (que desbordara la información de la evaluación, con sus respectivas notas, ya introducida informáticamente) por correo electrónico de los alumnos que lo requirieran, y una vez reunida tal información establecer un orden del día (tal como se hace previamente a la realización de un claustro) de la Junta de Evaluación e informar a todos (por el mismo correo electrónico) de que solo interesa información relativa a esas cuestiones pues son las únicas que se tratarán. El tutor ejercería la figura de cargo que realmente le corresponde, y en ello va filtrar todas las intervenciones espurias de colegas verbalmente incontinentes. Porque no lo olvidemos: mucha responsabilidad de la inanidad de las Juntas de Evaluación la tienen los propios tutores. Cuando yo lo he sido, la orientadora trataba de meter baza, y yo le cortaba por lo sano; pero también las intervenciones innecesarias de determinados colegas. ¿Por qué? Porque el que DIRIGE la reunión, es el CARGO de tutor. Esto se hace en la primera reunión, porque en las siguientes el personal ya sabe a qué atenerse. Se ahorra mucho tiempo, aumenta la eficacia, la precisión… y todo ello en beneficio de la salud física y psicológica de todos los presentes. He recibido por ese proceder efusivos agradecimientos y felicitaciones por parte de bastantes compañeros.
    Eso sí, conozco también a colegas que cuando son tutores hablan hasta por los codos para congraciarse con la dirección participando en la pantomima del ideario psicopedabobo. Pero cuando participan como un profesor más, son convidados de piedra.

    • 9 enero 2011 a 17:12 #

      José Miguel, no sé si habrás leído un comentario de Maximiliano en el que hace unas precisiones acerca de cómo funcionan (es un decir) en general las reuniones en cualquier rama profesional. La tendencia a perder el tiempo es universal, no es privativa de la enseñanza. Lo específico en nuestro caso son algunos de los desagües por los que se escapa ese tiempo. La serie de medidas que propones para hacer operativas las reuniones me parecen sensatas. Mirándolas atentamente, encuentro que en la base están la selección previa de la información relevante, el mantener una actitud seria en la reunión y el dejar que coordine quien debe, o sea, el tutor. En pocas palabras: propones que hagamos lo que sería lo normal, lo que todos sabemos que tenemos que hacer. Y sin embargo, a pesar de ser tan sencillo, con demasiada frecuencia hacemos justamente lo contrario. Me temo (y perdona que me meta a psicosociólogo) que esto tampoco es en absoluto anormal, sino que es esperable y forma parte de la conducta humana: llegar tarde, desconcentrarse, irse por los cerros de Úbeda, meter la pata… Y para estos casos, de nuevo vuelve a ser esencial la figura del tutor, que será el encargado de hacer lo posible por que la reunión no naufrague. De todos modos, hasta de lo malo se puede sacar algún efecto positivo: el comportamiento y las palabras de la gente en las juntas de evaluación también sirven para manifestar cómo es cada cual, y eso también es información relevante: seguro que el observar a esos tutores de los que hablas en las tres últimas líneas de tu anterior comentario te habrá servido de mucho.

  24. 9 enero 2011 a 17:37 #

    Muy sugerente la entrada de Juan Poz y muy atinados los comentarios, en especial el de Mari Cruz.

    La efectividad y la utilidad de las reuniones en los centros de enseñanza es un asunto que no se ha planteado con criterios de efectividad. Veamos. Los nuevos tiempos en la educación han ido acompañados de una mayor permanencia de los profesores en los centros, en especial en los institutos. Uno de los instrumentos de la reforma, nada casual, es la multiplicación de las reuniones (CCP, JE, departamentos, claustros, consejo escolar, plan de acción tutorial, etc). Las juntas de evaluación son reuniones de algo parecido a un órgano colegiado, cuya finalidad no siempre está definida de manera explícita. El pertinente artículo de Juan Poz da pie a que analicemos para qué sirven las juntas de evaluación, que se inician con la ley 70, como ha señalado algún comentario.

    Desgraciadamente, para lo que han servido muchas juntas de evaluación, ya desde los tiempos del extinto COU, ha sido para presionar a los profesores más exigentes y dejarlos solos, para ir extendiendo el modelo de aprobado general tan caro a los modelos de enseñanza comprensiva más heavy metal.

    Las reuniones (tanto de juntas de evaluación, como de claustros, departamentos y otros órganos, como la CCP) pueden servir para realizar un trabajo en equipo o simplemente para aumentar una burocracia improductiva y hacer “permanecer” el mayor tiempo posible a los profesores en el centro sin saber muy bien para qué, generar mil papeles y de paso ir recortando la autonomía de los profesores en su capacidad profesional de evaluar y calificar a sus propios alumnos. Hace tiempo discutí agriamente con un orientador al que me une una relación familiar y de amistad sobre el asunto. Su tesis es que había que acabar con el “poder de suspender” de los docentes. Y me temo que no es una opinión aislada.

    La efectividad del tiempo dedicado a las reuniones no es un mal exclusivo de los centros de enseñanza, ni siquiera de la Administración Pública. En este artículo de EL PAÍS se analiza la cuestión desde el punto de vista de sus resultados, del tiempo perdido y de la efectividad.

    Cualquier reunión de un equipo de trabajo tiene que tener bien determinados sus fines. En principio, en los manuales de organización, se definen tres tipos de reuniones (o de fases de una reunión):

    1.- Informativas.
    2.- Deliberantes.
    3.- Decisorias.

    Las reuniones informativas están de más en la era de Internet, a menos que haya una necesidad de intercambios entre sus participantes de los que se vaya a obtener algún fruto. Respecto de la evaluación de los alumnos, es bueno que cada profesor disponga de la máxima información sobre la evolución de los estudiantes en todas las materias. Pero el tutor puede ir recogiéndola periódicamente y haciéndola llegar a los profesores en tiempo real. En esa línea va también alguno de los comentarios. Las circunstancias personales de los alumnos no deben servir de coartada ni de pena para regatear sus esfuerzos, pero sí es positivo que todos los docentes de un grupo conozcan lo mejor posible a sus alumnnos y para ello el intercambio de datos relevantes no sobra. En algunas universidades el profesor puede acceder al expediente académico completo de sus alumnos; en otras, no.

    Respecto de las reuniones deliberantes, lo que tiene sentido es que haya un puesta en común de ideas que puede ser enriquecedora.

    Sobre el último punto hay que plantearse qué es lo que puede decidir (de iure y de facto) una junta y qué autonomía tiene cada profesor para evaluar.

    En cualquier reunión bien organizada su presidente o moderador debe saber muy bien qué quiere hacer. Por este motivo, las juntas deberían tener una mecánica de actuación razonable.

    Como ya han señalado también muchos comentarios, en la enseñanza en España, con la promoción automática, la evaluación a la baja y la inexistencia de unos criterios de calificación mínimos reales (no los que están en la ficción de los documentos oficiales) en la enseñanza obligatoria, las juntas de evaluación no dejan de ser un trámite, un paripé más en esa terrible farsa en que se ha convertido la calificación en el sistema educativo español.

    Por eso, no es de extrañar que las reuniones se conviertan en tertulias, degeneren en divagaciones banales… E incluso, a veces, en terapias de grupo. Una reunión bien organizada no debería desmadrarse nunca por esos derroteros.

    Asimismo, habría que cuestionar la figura del orientador en las juntas de evaluación, sobre todo cuando no es profesor del grupo. Claramente, su presencia está destinada a presionar en un determinado sentido, que todos sabemos cuál es. Es una oportunidad más de aumentar su poder, si no lo remedian los equipos directivos.

    Finalmente, en un sistema en el que la evaluación está destinada a maquillar las estadísticas, a favorecer la escuela-guardería y a fomentar la promoción automática para combatir el “fracaso escolar”, hay que dar por hecho que la mayoría del tiempo dedicado a las juntas está miserablemente perdido. Y hasta que no se establezca una enseñanza mínimamente rigurosa y exigente, todas las energías invertidas en papeles y reuniones son energías, sencillamente, despilfarradas.

    Dentro del actual marco legal una evaluación que tenga en cuenta unos mínimos sine qua non por curso es sencillamente inviable. Luego vendrán estudios externos a confirmar lo obvio, que los conocimientos y las capacidades (las inefables competencias) están por los suelos. Lo que no parece preocupar en exceso a las autoridades, que buscarán siempre argumentos de lo más estrafalarios para no reconocer que con el vigente modelo de enseñanza no se garantiza una formación mínimamente decente para los alumnos de la enseñanza obligatoria.

    • Jesús San Martín
      9 enero 2011 a 20:55 #

      El docente no suspende, lo hace el alumno. A ver si ahora el juez va a haber cometido el delito.

      Hay una anécdota, que me ha contado un gran amigo varias veces. En una universidad los alumnos decidieron que habría aprobado general, pasado el tiempo las actas estaban sin firmar y el bedel fue a ver al profesor para pedirle la firma, su contestación fue: “que firme el acta quien ha dado el aprobado”. Lo dicho, que firmen las actas los dicta-tutores.

      • 9 enero 2011 a 22:42 #

        En rigor, lo que dices es cierto. De ahí la diferencia entre «He suspendido» y «Me han suspendido». Pero el que realiza el acto administrativo de hacer constar que el alumno no ha sido declarado apto, no ha aprobado, o, simplemente, que ha cateado, es el profesor.

        Si un alumno escribe un examen con uná cantidad exagerada de faltas de ortografía, no se entiende nada de lo que dice, no usa un léxico apropiado, su expresión es pobre, el manejo de los conceptos es insuficiente y, además, demuestra que ni ha aprendido nada ni sabe hacer nada con la lengua más allá de lanzar improperios, expresar sentimientos primitivos y decir lugares comunes, expresados con torpeza y tópicos… Si el alumno hace eso y más. Demuestra su ignorancia supina. Y al profesor honrado, no coaccionado ni abducido, le corresponde el papel de levantar acta del estado académico que acaba de diagnosticar mediante instrumentos objetivos, congruentes con el programa, la tradición académica y su saber hacer. El profesor es sólo un notario. Cuando un docente, tras tener pruebas abrumadoras e irrefutables de que el estudiante al que está examinando no alcanza ni por asomo el nivel de conocimientos prácticos y teóricos que le exigen el programa de la asignatura y una visión benevolente y no excesivamente severa de lo que es tener los conocimientos mínimos, en esos casos, algunos rayanos en el escándolo más alucninante, el susodicho profesor levvante su acta notarial y decide declarar apto al alumno, prevaricca y miente. Y cuando acude a la junta de evaluación con una idea ya predecidida y modifica su criterio, no por una revisión y replanteamiento del caso, sino por una presión o por un temor a no ser el único, no salir del redil, estamos ante un estado de alarma (aunque no lo encontremos en el BOE).

        Por eso, hay profesores que aprueban a pripir otros que, siguiendun criterio honrado y recto, profesional, otorgan la calificación que el alumno se merece. Han llegado a la conclusión, con las pruebas en la mano, de que el alumno sabe hacer lo que tenía que hacer.

        Pero no olvidemos que el planteamiento «es que los profesore suspenden mucho» va en la línea de perseguir, intimidar y anatemizar a los docentes exigentes.

        Por eso, a la larga, hay profesores que suspenden y otros que regalan el aprobado para no buscarse problemas. Salvo casos patológicos de profesores que suspendían de forma despropocionada sin definir claramente sus cruterios de calificación, con lo que yo me he encontrado es con profesores que no han tenido ninguna posibilidad de explicar sus calificaciones, cosa que yo siempre he hecho con mucho gusto.

        Si hay muchos suspensos, se hunde el fracaso escolar, llegan los padres, los medios, los psicólogos y algún que otro inspector dira ********, a lo que habrá que responder ^··****»·····»»»»»»!!!!!!!! Pero si un profesor suspende injustamente, lo cual demuestra o su claudicación, su desidia, su amoralidad o su absoluta falta de ética profesional, nadie le va a decir nada.

        Es como en el régimen de Franco: el que se adaptaba a la putrefacta oficialidad, no tenía ningún problema con la autoridad. Sí la tenía el que no se dejaba arrastrar por la mediocridad moral e intelectual del casposo y cutre régimen fascistoide del caudillo. Aunque fuera un buen profesional (si tenía notoriedad, que se fuera preparando), el sistema lo trataba como apestado.
        Hoy, en España, un profesor que levante actas de de que 50 alumnos suyos no tienen ni puta idea de nada, será considerado, como mínimo un aguafiestas.

        ¿Se imaginan lo que diría la asociación de madres y padres de pacientes y los colegas de copas del enfermo si el diagnóstico, no digamos el pronóstico, del sufriente de una dolencia, fuera grave,
        negativo, crítiico, casi en el desahucio… Si tras una analítica aparecieran señaales de alarma, no le dijera a su paciente que «everytthing is okey, your health is wonderful, don´t worry ¿Volvería usted a un médico asÍ Pues en la educación sucede al revés. Quien no mienta -a la baja- sonbre el estado académico del alumno será algo más que el mensajero de las malas noticias al que hay que liquidar. Será un nostálgico de una periclitada concepción del error y del saber enciclopédico. Y que debe concebir una enseñanza adaptada al mundo real como una escuela cooperativ, lúdica, inclusiva y progresista. No han dicho prohibido suspender, porque como quisieron prohibir las prohibiciones, hoy son los más puritanos y represivos, quizá veinte años después suspender se pone de moda, para descolgarse de las generaciones que nos han gobernado en la educaci´´on y a las que en un futuro se recordará y reconocerá como una cursi, inepta y poco edificante patulea de incompetentes.

      • Juan José
        11 enero 2011 a 21:42 #

        Es un error frecuente creer que es el alumno el que suspende. Lázaro Carreter, en El dardo en la palabra, ya llama la atención sobre este punto. Traigo aquí la quinta acepción de la RAE en la red sobre el partícular:

        5. tr. Negar la aprobación a un examinando hasta nuevo examen.

        Es el profesor el que suspende.
        Sólo es un apunte a una frecuente confusión.

      • Jesús San Martín
        11 enero 2011 a 21:58 #

        Pues claro Juan José, es un error tan frecuente como pensar que es el asesino quien mata, ya que lo hace la bala que le entró al finado en la cabeza.

  25. Jesús San Martín
    9 enero 2011 a 18:17 #

    A la hora de reunirse hay que tener en cuenta el dicho:

    “¿Nos reunimos o trabajamos?” Una forma irónica (como pide Juan Pedro) de un hecho cierto (como indica Mariano)

    En cuanto a los resultados de la reunión hay que tener en cuenta el dicho:

    “Un dromedario es un caballo diseñado por un comité” Otra vez una forma irónica de aglutinar todas la quejas que estamos oyendo.

    Y por último, nuestra metáfora favorita en Deseducatvios, usada por todos de distintos ángulos:

    “No me voy a dejar operar por un cirujano, que no tenga ni idea, pero que haya aprobado porque: se le ha muerto la madre, ha trabajado mucho, es muy guai, ………”

    P.S. Todas las decisiones tomadas en grupo están viciadas de origen (Le Bon, Psicología de las masas). No en balde, las revistas científicas, para conseguir un juicio objetivo, piden opinión a un grupo de referees, pero que no se ponen en contacto entre ellos para no contaminar el juicio de los demás. Es equivalente a lo que alguien ha comentado en un post, basta que te lleguen las notas de los demás, sobra la presión psicológica del rebaño y de la ideología representada por la psicopedajaja presente

  26. 12 enero 2011 a 17:35 #

    A Juan José.

    Si lee la 8ª definición que da el DICCIONARIO DEL ESPAÑOL ACTUAL; dirigido por el académico Manuel Seco, verá que también se incluye el sentido semipasivo de «el alumno suspende».

    En la lengua, pues, suspender se usa con los dos sentidos, con el alumno suspenso como sujeto y como objeto.

    No sé dónde encuentra el «error». Creo que estamos ante uno de los pilares de la pedagogía imperante: el profesor como culpable del suspenso de sus alumnos.

    Y ahí sí que se da un grave error. Es obvio que son muchos los alumnos que no alcanzan el nivel presuntamente exigibie de acuerdo con los programas oficiales. Es obvio, también, que los conocimientos y los rendimientos son una cuestión de grado.

    Pero de lo que no cabe ninguna duda es de que en los últimos años la evaluación y la calificación se han degradado en todos los niveles del sistema educativo. Y la prueba del nueve es que podemos encontrarnos a bachilleres, diplomados y titulados que carezcan de la formación que deberían tener si tenemos en cuenta los títulos académicos que ostentan.

    Es evidente, asimismo, que ningún burócrata-pedagogo quiere una evaluación intelectualmente honesta del sistema educativo, pese a que todo el mundo sabe que el rey está desnudo.

    Imagínese que un conductor ha ingerido media botella de brandy y es sometido a un control de alcoholemia. A lo mejor es el agente de policía el que tiene la culpa de que el etilómetro señale una cantidad muy superior al límite legal permitido. Quizá, según la lógica inherente al lamentable sistema que nos gobierna, el malo de la película es el guardia civil que hace constar en su denuncia que el conductor estaba a los mandos de un automóvil en evidente estado de embriaguez, con grave peligro para él mismo y para los demás conductores y peatones que pudieran sufrir las consecuencias de la evidente infracción.

    • 12 enero 2011 a 18:22 #

      De lo que se habla, en el fondo, es de la capacidad de la palabra para crear realidades. El debate sobre «suspende» me trae a la memoria aquel glorioso invento, creo que anterior a la LOGSE, de los desdoblamientos en horas A y B. Avisé desde el principio: horas de Primera y Segunda división. Y así acabó el invento: horas A, las legales; horas B, las de la basura. No, no es gratuita la elección ni de las palabras ni del sentido de las mismas. Con todo, los padres, en su expresión coloquial, tienen clara la diferencia entre que su niño «les suspende cinco», y que «a» su niño «le suspenden cinco», lo que constituiría, en el segundo caso, una injusticia de la que muy probablemente se tomarían la justicia reparadora por su mano…

      • Jesús San Martín
        12 enero 2011 a 18:41 #

        Creo que leí 1984 en el 82, y cuanto más ahondo en esta sociedad, más fácilmente la recuerdo, a pesar del tiempo transcurrido: es lo que vivo ahora. Vigilancia digital en el metro y el autobús, localización por el móvil, control de tu gastos y gustos, y el famoso control de la palabra y de la historia (memoria histórica). El problema es que con 7000 millones de personas en el mundo no puedo decir: me cojo un libro de física y una caña de pescar y me pierdo en un arroyo para siempre. Sueño cuando las naves espaciales empiecen a destrozar el cinturón de asteroides para recoger materias primas, un poco después el cinturón de Kuiper, y ya habrá tantos cometas y tan lejos que algún grupo se pueda escapar de esta locura, como los fundadores de EEUU. Y allí renacerá la libertad otra vez, porque lo que aquí nos espera es la esclavitud. ¿Locura? ¿Seguro? Otro expresidente comprado (perdón, ha sido el subconsciente, quería decir contratado) por una multinacional, lo que indica que es la economía y no la política (la democracia) quien ostenta el poder. Y el poder determina la política ,y por tanto las leyes que le benefician: que trabajen hasta tres meses antes de su muerte para que podamos cobrar los bonos, les bajamos el sueldo, y lo mejor de todo les subimos las materias primas (lloveréis la subida de la comida). Apenas tendrán para comer, y estarán cogidos por el estomago, además hará tiempo que el sistema educativo habrá sido destruido, las universidades estarán asociadas a las empresas, donde se impartirá que la empresa recibe el poder de Dios como antaño el rey: lo mismo, con distinto nombre.

      • Jesús San Martín
        12 enero 2011 a 18:44 #

        Perdón, donde dice “lloveréis”, debe decir “ya veréis”

      • Jesús San Martín
        12 enero 2011 a 20:45 #

        Raus, Mariano ya ha traído otra explicación de la voz en el diccionario, aparte de lo que él ya había dicho:”el que realiza el acto administrativo de hacer constar que el alumno no ha sido declarado apto, no ha aprobado, o, simplemente, que ha cateado, es el profesor”. No es esa la cuestión, sino la perversión del lenguaje, indicada por Juan, que busca hacer responsable del hecho a quien sólo levanta acta del mismo, de ahí la ironía con el asesino y la bala. De todas formas esa perversión nos afecta a todos, y va a ser bastante difícil resolver el problema hasta que la gente no sea profesor, porque hasta que yo no sea policía, en mi condición de humano, seguro que seguiré diciendo que el policía me ha puesto una multa. Estamos recelosos del tema, como el policía con la multa, el juez con su decisión, etc.
        Ahora mismo estoy corrigiendo un artículo, como referee. Por otro lado estamos muy pillados de tiempo en el grupo de investigación. Esta mañana, a las nueve, entraba una doctora del grupo en mi despacho, cuando andaba con el artículo, que a la sazón tiene un montón de fallos tontos (y que yo ya le había comentado) y me ha dicho: “cárgatelos ya, con menos los has frito”. La cuestión es que ella estaba usando el lenguaje de “tú suspendes”. Hasta no hace mucho, yo también decía “el referee me ha echado para atrás el artículo”, y desde que empecé a preguntarme por qué, en vez de acusar, el número de rechazos bajó muchísimo. Si los padres, en vez de acusar al profesor, se preguntaran por qué conseguirían lo mismo.
        Aprovecho el tema, y si hay algún padre leyendo quizá saque alguna enseñanza. Por la mañana, con la doctora, trabajábamos en un artículo nuestro. El subíndice de una definición no coincidía con el utilizado en el teorema que usaba tal definición, mientras que otro índice en otra parte coincidía su representación con otra letra; todo era matemáticamente correcto, absolutamente preciso, pero he mandado que se cambien las letras. Tras la corrección, que puede llevar un par de horas, repasar todas las demostraciones para comprobar que no se ha quedado ningún índice sin cambiar y genere un error, me llevará toda la mañana de mañana. No tenemos tiempo, por eso no quiero que el referee lo rechace dentro de seis meses. Si no quieres repetir pregúntate por qué “te ha suspendido el profesor”.

        P.S. Aunque el artículo que estoy juzgando tiene un montón de fallos, los autores han usado una técnica muy bonita, por eso no los he frito ni los voy a freír, aunque mejor me vendría utilizar las horas frescas de la cabeza para mi artículo. Lo mismo sucede con cualquier alumno señores padres.

    • Raus
      12 enero 2011 a 19:27 #

      Permitidme, estimados compañeros, que opine sobre esta cuestión de suspender o ser suspendido, a ver qué os parece. Yo, con Juan José, también recuerdo el artículo de Lázaro Carreter al respecto. Indudablemente, él no es sospechoso de haber ehcado ningún capote a los pedagogos. Yo lo veo de la siguiente manera. El conductor puede conducir bien o mal (respetando o no el código de circulación). Si bebe alcohol, o alcohol de más, infringen las normas del código. Y la culpa es suya, y de nadie más. Ahora bien, el guardia, si lo pilla, tiene potestad para multarlo. Y esto es algo diferente a conducir bebido. El conductor multado, si es honrado, deberá decir: “el guardia me ha multado porque yo conducía mal”. Es el conductor quien actúa mal, pero es el guardia quien lo castiga. Análogamente, un alumno puede hacer bien o mal un examen y, el maestro, suspenderlo, pues le asiste esa potestad: es a la vez su derecho y su obligación. El alumno deberá decir: “el maestro me ha suspendido porque yo he hecho mal el examen”. Hacer mal una cosa (o bien) no es lo mismo que evaluarla, sancionarla o premiarla. El procesado es quien comete el delito, mas es el juez quien le condena. Entiendo que son dos cosas distintas.

      La expresión “el alumno ha suspendido” funde el significado de “hacer mal algo” y el de “sancionar” ese mal hacer; lo cual no me parece del todo satisfactorio, en la medida en que con-funde momentos y estados diferenciables que el lenguaje recoge.

      En mi opinión, el general desprestigio de la autoridad (y más si cabe la del docente) origina en el docente un cierto complejo al ejercer la potestad de suspender al alumno. Reacciona, digamos, a la defensiva: “Yo no suspendo: suspende el alumno”. Creo que lo correcto es decir: “suspendo al alumno (que hace mal el examen)”. Dicho de otro modo: si la autoridad del profesor no estuviera bajo general sospecha, no habría ningún problema en aceptar y utilizar la expresión “he suspendido al alumno”, pues todo el mundo sobrentendería que lo suspende porque ha hecho mal el examen.
      Cordiales saludos.

  27. Juan José
    12 enero 2011 a 21:49 #

    Hola a todos. Sólo dispongo de un poco de tiempo por las noches. Llegué a esta web por casualidad, hace un par de días, y me interesó de inmediato, aunque todavía no sé como responder a los que responden, de todas maneras os agradezco vuestras opiniones en general (que denotan mucha calidad en este foro) y en particular, en estos momentos, las relativas al debate sobre quién es el que aprueba o suspende.
    Me gustan los juegos de palabras, pero creo que el que hace San Martín no tiene relación con lo que se debate. Podría seguir su propia línea (con la misma razón o sinrazón), diciendo que es un error (menos frecuente), creer que es la bala la que mata. ¿No será la energía cinética que le proporciona su carga explosiva? Y por esa senda podríamos acabar concluyendo que el asesino es el químico que la preparó. O más allá: que el culpable es el profesor que le enseñó. Divertido, pero distrae la atención de lo que para mí me parece importante: la perversión del lenguaje. Todo sistema de valores cae, entre otros motivos, por la perversión del lenguaje que sustentaba sus valores, y el sistema que lo sustituye tiende a establecer su propio lenguaje junto con sus propios valores (es natural). De esto, los reformadores de la Enseñanza saben un rato. Yo puedo estar de acuerdo con ellos en unas cosas, y en otras no, entre ellas con la desautorización del profesor ante el alumno que tiene muchos matices y se realiza de muchas maneras. Como profesor, me resisto a transferir competencias. Así que en mi caso, yo suspendo y el alumno es suspendido, aunque por supuesto conozco la costumbre inveterada de los alumnos de decir: “me ha suspendido” y “he aprobado” que nos han contagiado a todo el colectivo. ¿Tiene eso importancia? Yo creo que sí. Y para verlo mejor os invito a trasponer la situación a otra profesión (que ya se ha mencionado por aquí en algún comentario). Probad a decir, en lugar de que el juez juzga y el encausado es juzgado, que el encausado ha juzgado (o que he absuelto / me han condenado, que sería el equivalente del aprobar-suspender). En esta situación creo que a todos nos chirriarían lo oídos, pero en el fondo es lo mismo, sólo que los jueces no han pasado por un acoso de su autoridad como hemos sufrido los profesores. Sólo habría que acostumbrar a la ciudadanía a ese lenguaje con una progresividad y tiempo calculados. Y el diccionario acabaría incorporando las nuevas acepciones, como debe ser.
    No sigo en la línea porque creo que otros ya la han desarrollado suficientemente, y tampoco es mi intención polemizar, cada cual actuará como considere.
    Buenas noches
    Juan José

    • Jesús San Martín
      12 enero 2011 a 23:25 #

      Bienvenido Juan José, Jesús para los amigos. También había pensado en la energía cinética, y en la falta de oxígeno en el caso de estrangulamiento. Claro que es una sinrazón decir que la bala lo mató, y es precisamente la sinrazón lo que quiero destacar, lo mata la persona, y en ese sentido digo que suspende el alumno. Y digo que suspende el alumno si el padre quiere culpabilizarme de la incompetencia de su hijo; y lo digo correctamente atendiendo a la voz que ha traído Mariano de otro diccionario, por lo que aunque chirríen los casos que indicas no lo hace en este. Que soy yo el juez, ya lo indico dos comentarios por encima del tuyo.
      Anoche, antes de que Mariano trajera la nueva voz, pensaba yo en otra definición. Suspender.- acto por el que el profesor da fe de la incompetencia del alumno. Y eso es realmente lo que hago, por contrapartida a otro que también realizo. Aprobar.- acto por el que el profesor da fe de la competencia del alumno.

      No obstante, vamos al diccionario de la RAE

      Suspender.-Negar la aprobación a un examinando hasta nuevo examen.

      Pero yo no sé lo que significa aprobar, así que recurro otra vez al diccionario

      Aprobar.- Justificar la certeza de un hecho.

      Entiendo que levanto acta de su incompetencia en la materia.
      Un saludo
      Jesús

      • Raus
        13 enero 2011 a 11:23 #

        Querido Jesús y demás contertulios, por mí podemos dar por zanjada la cuestión, un tanto sutil. Los argumentos de ambas partes ya están presentados. Cada cual que medite y elija. Lo importante en cualquier caso es que el alumno lleve a casa la nota que le corresponde y obre en consecuencia.
        Me alegra, por otro lado, que este blog atraiga la atención de personas tan bien formadas y de buen juicio. Bienvenido, Juan José.

  28. José Miguel
    13 enero 2011 a 16:11 #

    Estoy absolutamente perplejo con el enfoque que habéis dado al asunto del suspender o aprobar. Y estáis todos imbuídos del más nefasto psicologismo subjetivista que se haya podido leer en estos hilos. Pero vamos a ver: claro que suspendemos y aprobamos los profesores, puesto que el suspender y el aprobar es una realidad institucionalizada, es el marco que regula, que socializa las operaciones de los discentes, es decir, la que establece los parámetros de las actuaciones, no solo del discente, sino también del docente. Porque las operaciones de aprobar y suspender del docente también están regladas, institucionalizadas adminstrativa, políticamente. Las categorías de «suspenso» o «aprobado» se han determinado desde las instituciones, en la polis, porque es en la selva, en la caverna donde ni siquiera existen esas categorías. Así que no tiene sentido esa disquisición bizantina de si es la subjetividad psicológica del profesor (sin perjuicio de que existan casos puntuales) la que determina el suspenso o el aprobado, sino que es su condición de funcionario de carrera público, estatal, es decir con unas oposiciones oficiales superadas, y sancionadas por el Estado, el que le faculta para aprobar o suspender, pero cuando aprueba o suspende lo hace desde unos planes y programas establecidos por un Estado, por un sistema educativo oficial, el mismo para todo funcionario público. Es decir estás suspendido y yo doy constancia en el acta; y constato que en una sociedad urbana, de cierto nivel de desarrollo, al constituirse la figura adminstrativa del suspenso según unos cánones establecidos por el Estado, por la polis, yo solo constato en el discente una realidad configurada por ese mismo Estado, por la que se determina qué operaciones, acciones se ajustan a lo que exige la polis y cuáles no. Hay que ver cómo está el patio, cuando leo a profesores, a los que supongo de probada competencia, enfangados en el psicologismo más ramplón, vulgar imaginable. No es así colegas, no es así… Es inquietante que a estas alturas andemos con estas historias que no conducen a ninguna parte, más que al oscurantismo más retrógado…

    • José Miguel
      13 enero 2011 a 16:39 #

      Y para muestra un botón: ¿acado no es el propio Estado (en este caso gracial a un determinado gobierno, el del PSOE) el que ha instituido la promoción automática, una institucionalización de la arbitrariedad más flagrante que quepa imaginar, que supera las actuaciones particulares o subjetivo-psicológicas arbitrarias de cualquier profesor que hayan podido existir en la historia de la enseñanza? Claro que aprueba el Estado, de la misma forma que se podría institucionalizar que un sujeto con un solo suspenso (establecido por el Estado, es decir, por el profesor funcionario miembro profesional de ese mismo Estado) no le salvaran ni las aguas del Jordán. Exactamente igual como institucionaliza el Estado determinadas acciones como delitos y otras no. Es el Estado el que condena, nadie se condena a sí mismo en sentido jurídico, como nadie se «suspende a sí mismo». «Suspender» o «aprobar» es una categoría o realidad institucional, construida por la polis, por el Estado y nosotros simplemente solo somos ejecutores de tales planes y programas. Si un alumno o padre reclama un suspenso, están las instancias pertinentes para determinar si fue un suspenso conforme a las reglas administrativas, y no por un profesor negligente en ese ajustamiento, como representante de ese mismo Estado.

      • Francisco Javier
        13 enero 2011 a 18:08 #

        Creo que lleva razón en lo que dice. Es así. El sistema educativo es una parte del Estado, cuya función es establecer de forma oficial a través de una serie de mecanismos legales qué individuos disponen de la titulación X que les acredita para acceder a determinados estudios, oposiciones, cargos, puestos de trabajo, etc. Se trata, evidentemente, de un filtro social y se vincula directamente con el mundo del trabajo. Que esto deba ser así o no es discutible y sería interesante exponer los razonamientos a favor o en contra. Pero es así. ¿Dónde está el problema? El problema está en el Estado. Si bien parece que la Ley es la que que establece la Norma con sus planes y programas, y «nosotros -los profesores- simplemente solo somos ejecutores de tales planes y programas», no podemos dejar de señalar que esa Norma (LOGSE-LOCE-LOE) es la que ha sometido a una psicologización sin precedentes en la teoría y en la práctica. Es esa tensión entre el carácter selectivo propedéutico (del mundo laboral capitalista) y el pedagogismo furioso (que relativiza radicalmente la «objetividad» legal) lo que hace tan confuso y oscuro el panorama. A ello se añade el factor político: el Estado (representado por un Partido x, que busca a toda costa eternizarse en el poder) utiliza la educación como arma propagandista para comprar votos (de ahí los intentos de aprobar por la cara, de que los resultados sean buenos -aunque en el fondo sea falso-, incentivar a los profesores que aprueban a todo quisqui -los profes buenos-, y todo el rollo paternalista, psicologista, victimizador, etc.) Un ejemplo (ente múltiples) de estas confusiones lo tenemos en la reciente medida impulsada por el Estado extremeño de premiar a los profesores que más SB pongan, más aprueben, etc.

        En síntesis el Estado es en el Gran Psicólogo (e insoportable).

        http://www.abc.es/20110112/local-extremadura/abci-educacion-201101120805.html#formcomentarios

  29. José Miguel
    13 enero 2011 a 19:44 #

    No, no, el Estado no es el «Gran Psicólogo», es el Gobierno del PSOE y su viscosa ideología psicologista, su ejército de psicopedagogos infiltrados en el Estado. No confundamos el Estado con el Gobierno, el Estado, los funcionarios de carrera permanecen, los gobiernos cambian. El problema radica en un gobierno que tiene como presidente a un sujeto que dice «ser hombre antes que español». Aquí se han disuelto todas las categorías políticas, institucionales, para disolverlas en mera antropología, o psicología, pero psicología zoomórfica, es decir, la perteneciente a la especie Homo sapiens, y, desde estas coordenadas, tan abstractas (como la propia psicología que ejercen esos psicopedagogos logsianos), es desde donde campa a sus anchas el subjetivismo más primario, el «buen salvaje», la espontaneidad subjetivista, el constructivismo piagetiano, es decir los esquemas subjetivos del discente al que se tiene que plegar el sistema educativo, cuando debiera ser al revés, la conciencia subjetiva del discente es la que debiera plegarse, conformarse, a las instituciones que encarnan la propia racionalidad en su mayor grado de desarrollo, la racionalidad académica. Pero la LOGSE ha torpedeado todo esto, no el Estado, sino la ideología de un gobierno con nombres y apellidos. Ese es el problema. Y ahí es donde tiene razón Francisco Javier.

  30. Alejandro González
    18 enero 2011 a 0:44 #

    Vaya. Reconozco que me habéis convencido: en efecto, es el profesor quien califica al alumno y ‘aprobado’ y ‘suspenso’, calificaciones que otorga. No obstante, creo que se cae en cierta conspiranoia. La acepción cuarta de ‘aprobar’ en el DRAE (‘Obtener la calificación de aprobado en una asignatura o examen’) es, sospecho, muy anterior a la LOGSE, y refleja de forma legítima el punto de vista de la persona que se examina: ‘he conseguido un aprobado’ -> ‘he aprobado’ (hay casos paralelos: de licenciar con el sentido de ‘Conferir el grado de licenciado’ se pasa a ‘licenciarse’ = ‘Recibir el grado de licenciado’). De ahí a construir, por analogía con ‘he aprobado’, ‘he suspendido’ (= ‘he obtenido un suspenso’) apenas hay camino, aunque el DRAE no recoja (¿de momento?) este sentido del verbo.

    • José Miguel
      18 enero 2011 a 11:09 #

      Pero la propia definición de la RAE es institucionalizada por el Estado. Nosotros explicitábamos que la propia realidad, la existencia misma del hecho de «obtener o no obtener la calificación» la ha establecido el Estado, que antes del Estado ni siquiera es posible hablar en esos términos, ni los propios términos. Y, nosotros, funcionarios, representamos el Estado y también nuestras actuaciones. Tu mensaje se mueve en el ámbito psicológico-subjetivo: «he aprobado», pero está envuelto en un marco que lo desborda, el institucional, que ha creado la misma posibilidad de la conciencia de pensarse sujeto del aprobado, incluso las propias emociones de satisfacción que pueda conllevar.

      • 18 enero 2011 a 11:42 #

        Lo que no organiza ni controla el Estado, aunque pueda pretenderlo (y tener en ello un éxito limitado), es la lengua misma. Son los hablantes los que expanden o limitan con su uso el sentido de una palabra, en este caso ‘aprobar’, y la tendencia a presentar al alumno como sujeto activo del proceso en el que participa no parece ni preciso ni ajustado a la verdad considerarlo como resultado del movimiento, digamos, logsiano, aunque en algún momento pueda darse un solapamiento. Tampoco es cierto que ‘aprobar’ y ‘suspender’ sólo tenga sentido dentro de un marco estatal: en cualquier tipo de enseñanza (o ritual iniciático) en que se planteen pruebas se da la dualidad entre superarlas o no. El marco institucional en que nos movemos es un caso particular de la dinámica educativa, pero no crea sus elementos fundamentales. Introduce, eso sí, novedades aberrantes, como la de pasar de curso sin haber superado las pruebas que se supone regulan dicho paso, o titular sin haber demostrado la competencia de la que se supone que da fe el título en cuestión (anteriormente, se podían producir aprobados o titulados inmerecidos, por corrupción o desvarío del docente, pero no estaban previstos y sancionados por el sistema). Precisamente es la comparación con otras formas de organizar la educación, y con el marco tipológico que establece las constantes y variables del proceso, la que nos permite detectar lo aberrante y contradictorio de estas innovaciones. En caso contrario, no sólo no tendríamos otra cosa que una ley que acatar, a modo de camisa de fuerza innegociable, sino que no le cabría al legislador la posibilidad de imaginar una reforma o cambio brusco de la misma. Estamos dentro de ese marco del que hablas, sin duda; pero es igualmente cierto que, por fortuna, lo desbordamos, y que el cierre que pretende producirse, en el sentido de que esto es lo que hay y punto, siempre es provisional e ilusorio (además, en este caso, de chapucero).

  31. José Miguel
    18 enero 2011 a 16:09 #

    A Alejandro:

    Alejandro escribió:

    “Lo que no organiza ni controla el Estado, aunque pueda pretenderlo (y tener en ello un éxito limitado), es la lengua misma. Son los hablantes los que expanden o limitan con su uso el sentido de una palabra, en este caso ‘aprobar’, y la tendencia a presentar al alumno como sujeto activo del proceso en el que participa no parece ni preciso ni ajustado a la verdad considerarlo como resultado del movimiento, digamos, logsiano, aunque en algún momento pueda darse un solapamiento.”

    Si el español es o existe como idioma universal, como pueda serlo el inglés, es debido a un Estado que proyectó, planificó y materializó plataformas políticas imperiales imperiales. Es decir, las lenguas universales se dan desde los imperios, que, a su vez, es un Estado que reabsorbe organiza otras comunidades, sociedades, etnias y Estados más débiles.

    Alejandro escribió:

    “Tampoco es cierto que ‘aprobar’ y ‘suspender’ sólo tenga sentido dentro de un marco estatal: en cualquier tipo de enseñanza (o ritual iniciático) en que se planteen pruebas se da la dualidad entre superarlas o no. El marco institucional en que nos movemos es un caso particular de la dinámica educativa, pero no crea sus elementos fundamentales. Introduce, eso sí, novedades aberrantes, como la de pasar de curso sin haber superado las pruebas que se supone regulan dicho paso, o titular sin haber demostrado la competencia de la que se supone que da fe el título en cuestión (anteriormente, se podían producir aprobados o titulados inmerecidos, por corrupción o desvarío del docente, pero no estaban previstos y sancionados por el sistema).”

    Si empezamos a mezclar churras con merinas, mal vamos, es decir, prima la imprecisión, la falta de clasificación y, por tanto, acciones impropias de quienes somos funcionarios docentes. Los términos “aprobado” o “suspendido” (como “notable”, “suficiente”…) son categorías construidas en sociedades civilizadas, es decir, con escritura, con Estado, y, por tanto, con derecho, y este regula (enseñanza reglada) los propios aprobados y suspensos. Así que no empecemos a hablar de “dualidades” genéricas, incluyendo las ágrafas, porque, en principio, habría que precisar qué quiere decir usted con el término “dualidad”, y qué pueda significar, por ejemplo, en una cultura ágrafa. Y ¿quién le ha dicho a usted que un miembro de la tribu de los hopi, por ejemplo, o cualquier otra, piense en términos duales? ¿Desde qué otro “marco institucional” escribe usted que incluso puede reducir el propio marco estatal?

    Alejandro escribió:

    “Precisamente es la comparación con otras formas de organizar la educación, y con el marco tipológico que establece las constantes y variables del proceso, la que nos permite detectar lo aberrante y contradictorio de estas innovaciones. En caso contrario, no sólo no tendríamos otra cosa que una ley que acatar, a modo de camisa de fuerza innegociable, sino que no le cabría al legislador la posibilidad de imaginar una reforma o cambio brusco de la misma. Estamos dentro de ese marco del que hablas, sin duda; pero es igualmente cierto que, por fortuna, lo desbordamos, y que el cierre que pretende producirse, en el sentido de que esto es lo que hay y punto, siempre es provisional e ilusorio (además, en este caso, de chapucero).”

    Todos los planes y programas que puedas presentar existirán y podrán imponerse en la sociedad política a través del Estado, y de ninguna otra forma. Si encontramos contradicciones en el sistema educativo es por la propia dialéctica de las partes que intervienen, pero siempre dentro del mismo Estado. En un instituto la dialéctica podría consistir en la confrontación de los planes y programas del equipo directivo, de la degenerada realidad fragmentada de los sistemas autonómicos en España, cada cual inventándose su propio sistema educativo, el ejército de psicopedagogos, los padres, los alumnos, la sociedad y… nosotros los profesores. Y en esa compleja dialéctica, la peor parte nos la llevamos nosotros. Si aquí se está escribiendo durante un largo tiempo e innumerables escritos, es porque la realidad institucional nos ningunea continuamente (y no lo escribo por cuestión gremial, sino por la misma naturaleza del sistema de enseñanza, si en ella los que enseñan son arrumbandos, ¿qué le queda al sistema de enseñanza? Pues toda la panda de charlatanes que nos acosan a diario en los centros educativos, esos que nos inflan de burocracia papelera, cursillos infames….) desde que se instauró la LOGSE, dándose prioridad a otras partes del sistema educativo y desde ciertos principios ideológicos de una determinada parte con nombres y apellidos (PSOE). Todas estas partes son realidad institucionales y están en continua dialéctica, solo que somos nosotros la parte que más hostias institucionalizadas llevamos recibiendo. Dentro del Estado se da una dialéctica, y no armónica, entre partes grupos, ideologías, gremios, asociaciones, etc…, pero todo ese fárrago dentro del marco de un Estado. Es el que ordena a esas partes en conflicto de modo que no se disuelva el propio Estado. ¿O no lo vemos, por ejemplo, en lo que sucedió en la huelga de controladores?

    A mí me da la impresión, que muchos funcionarios no han reflexionado suficientemente sobre la naturaleza de su condición. Y no me extraña, porque hay expandida una pseudoideología anarcoide y relativista que, desgraciadamente, se ha infiltrado en las propias instituciones, entre ellas, las propias aulas, como se constata diariamente en las actitudes de los discentes.

  32. Alejandro González
    18 enero 2011 a 19:27 #

    Ah, bueno. Si es por perder el tiempo descalificando al personal y retroalimentando sin fin el propio credo, estatalista en este caso, que no quede. No será mi tiempo, no obstante. Un saludo.

  33. Alejandro González
    18 enero 2011 a 19:38 #

    Para quien le interese la perspectiva lingüística, y salir un poco de nuestro propio marco, una última nota: en inglés se utilizan tradicionalmente verbos que expresan el proceso de calificación en forma activa desde la perspectiva del alumno: éste ‘pasa’ una prueba o un curso (‘to pass a exam’) o ‘fracasa’ en el intento (‘to fail’).

  34. José Miguel
    18 enero 2011 a 20:26 #

    Alejandro escribió:

    «Ah, bueno. Si es por perder el tiempo descalificando al personal y retroalimentando sin fin el propio credo, estatalista en este caso, que no quede. No será mi tiempo, no obstante. Un saludo.»

    Desde luego, no sé a qué viene este exabrupto. ¿Descalificando? Simplemente le he expuesto una argumentación que cuestiona tu afirmación de que «el Estado no controla la lengua»: la universalidad de unas lenguas y no otras, en función de las actuación historico políticas de los Estados. Y no sigo, porque leo tu inclinación a la facilona afirmación dogmática y acrítica, y poco dado a dar razón de tus juicios, sobre todo eso de «credo estatalista». ¿Dónde vives si puede saberse? ¿Acaso este mismo medio en el que escribes no es una infraestructura estatalmente configurada y que tal Estado te permite utilizar? Por cierto, ¿te crees tan libre de «credo» como para atribuírmelo a mí?

    Un saludo.

  35. José Miguel
    18 enero 2011 a 20:28 #

    Se me olvidaba: ¿no serás tú uno de esos funcionarios del Estado que clasifican a otros de «estatalista»? Porque ya sería el colmo del absurdo.

  36. José Miguel
    18 enero 2011 a 20:48 #

    España es la única nación política del planeta, cuna de una lengua universal (una de las tres más habladas del planeta, con 500 millones de hablantes), el español, donde puede hacerse el ridículo hasta decir basta de esta manera. Esta es la verdadera autoevaluación de un país. Si así está el patio político, qué esperamos del sistema educativo. Qué esperpento:

    http://www.abc.es/20110118/espana/abcm-rebelion-pinganillos-senado-201101181940.html

  37. Alejandro González
    18 enero 2011 a 21:49 #

    ‘Facilona afirmación dogmática y acrítica’. Es lo que yo digo: cualquier cosa menos faltar. Un solo apunte, también lingüístico: gran parte de la jerga que utilizas es la misma de los departamentos de Orientación y demás leviatanes que crees combatir (‘discente’ por alumno y cosas así). Asígnale tú mismo a la coincidencia el valor que quieras.

  38. José Miguel
    18 enero 2011 a 22:28 #

    Mi afirmación de que escribe dogmática y acríticamente es su callada por respuesta cuando he refutado su tesis de que las lenguas no son controladas por el Estado, argumentándole que las lenguas de cultura superior, universales, lo son por las actuaciones histórico-políticas de determinados Estados. Todavía no he leído una contraargumentación a esta réplica (entre otras que he escrito) que cuestiona su juicio.

    Respecto al término «discente» (y de raigambre latina), es la RAE la que en 1983, introduce el término, bastante antes que la instauración de la plaga psicopedagógica en los centros. Por otro lado, se te olvida que también podría haber utilizado el término «estudiante». Y ya puestos te diré los términos que se ajustan a tus respuestas ya introducidas en el siglo XVIII por la RAE:

    «sofista»: «el que se vale de sofismas»
    «sofisma»: «la razón o argumento aparente con que se quiere defender lo falso».

    Es decir, es usted el que se descalifica al faltar al principio de una mínima honestidad intelectual. Y esta consiste en engranar su discurso con las réplicas racionalmente argumentadas que le he expuesto. Por tanto, yo no descalifico gratuitamente como usted, sino que doy razón de su dogmatismo y juicio acrítico.

    Para terminar: es usted el que en su ejercicio discursivo es una palmaria muestra del estilo habitual en un despacho de orientación, o en un cursito de «disrupción» (no de raigambre latina, sino anglosajona, que supongo que sabe, pues deduzco que es profesor de inglés), es decir, un sofista.

  39. Alejandro González
    19 enero 2011 a 0:37 #

    Vd. no ha refutado, ni remotamente, ‘mi tesis’ de que las lenguas no son controladas por el Estado, y da idea de la acuidad de su autoestima que crea haber logrado tal cosa: difícilmente podría, cuando es obvio que ni en el campo más externo de la lengua, el de la ortografía, se ha conseguido que la gente acepte engendros como ‘güiski’. La lengua, anterior y exterior al Estado, suele desvelar a éste y ser objeto de sus fantasías de dominio: la labor, sin embargo, es de cumplimiento venturosamente imposible. Lo más que cabe hacer es ir ralentizando el reconocimiento oficial de la deriva que van tomando las palabras: pero, del mismo modo que Clitemestra tornó Clitemnestra o ‘nimio’ llegó a significar, incluso oficialmente, ‘insignificante’, la necesidad psicológica de convertir al alumno en sujeto gramaticalmente activo del proceso de aprendizaje (como ya sucede en otras lenguas) hace inevitable que tras el reconocimiento de ‘aprobé esta asignatura’ como válido llegue el de ‘suspendí esta otra’. Pero no me gustaría que esto quedara fuera del método científico. Es fácil falsarlo: yo apuesto por un par de ediciones más del DRAE antes de que la acepción se incorpore al mismo. De lo contrario, me comprometo a decir al menos una vez, ante notario, ‘voy a dar clase a mis discentes’ sin morirme de la risa.

    • José Miguel
      19 enero 2011 a 11:41 #

      Vuelvo a pegar lo que yo critiqué de su escrito:

      “Lo que no organiza ni controla el Estado, aunque pueda pretenderlo (y tener en ello un éxito limitado), es la lengua misma. Son los hablantes los que expanden o limitan con su uso el sentido de una palabra, en este caso ‘aprobar’, y la tendencia a presentar al alumno como sujeto activo del proceso en el que participa no parece ni preciso ni ajustado a la verdad considerarlo como resultado del
      movimiento, digamos, logsiano, aunque en algún momento pueda darse un solapamiento.”

      “Lo que NO ORGANIZA NI CONTROLA EL ESTADO…. es la lengua misma. SON LOS HABLANTES LOS QUE EXPANDEN O LIMITAN CON SU USO EL SENTIDO DE UNA PALABRA…”

      Mi réplica:

      1. La RAE institución estatal ORGANIZA Y CONTROLA (labor de los funcionarios docentes) el USO CORRECTO DE LA LENGUA Y EL USO INCORRECTO DE LA LENGUA. Acaban de hacer una reformas la RAE, pero es una REFORMA INSTITUCIONALIZADA, siempre dentro de reglas canalizadas por el Estado. De la misma forma que unos padres podrían impartir enseñanza en sus casas a los hijos, esa enseñanza no estaría institucionalizada, es decir, no tendrían ningún reconocimiento oficial (no habría titulaciones) y, por tanto, esos hijos a la hora de desenvolverse en la vida laboral (incluso aunque tuviesen exquisita formación, bastante improbable y excepcional, desde luego) tendrían serios problemas, puesto que no constaría en ninguna parte su formación extra-académica. Y claro, que la lengua es anterior al Estado, e incluso anterior a la propia gramática académica, pero ahora es la academia la que regula el uso correcto (incluso instituye la propia distinción entre uso correcto e incorrecto) de la lengua, sin perjuicio de que los hablantes o grupos de hablantes no cumplan con las normas de la RAE.

      2. La expansión de una lengua no es debida a los hablantes, SINO A LOS PLANES HISTÓRICO-POLÍTICOS DE ALGUNOS ESTADOS. EJEMPLOS: LENGUAS DE CULTURA SUPERIOR COMO EL LATÍN (IMPERIO ROMANO), ESPAÑOL (IMPERIO HISPÁNICO), INGLÉS (IMPERIO ANGLOSAJÓN)… Pero, por ejemplo, el náhuatl, lengua uto-azteca, no se expandió, muy al contrario, debido a la dialéctica de los propios Estados que atraviesa toda la Historia.

      “La necesidad psicológica de convertir al alumno en sujeto gramaticalmente activo del proceso de aprendizaje (como ya sucede en otras lenguas) hace inevitable que tras el reconocimiento de ‘aprobé esta asignatura’ como válido llegue el de ‘suspendí esta otra”.

      Uno no sabe qué quiere usted decir con eso de “necesidad psicológica de convertir al alumno en sujeto gramaticalmente activo”. Es un enunciado tan oscuro, impreciso… ¿”sujeto gramaticalmente activo”?… ¿”tras el reconocimiento de aprobé esta asignatura como válido llegue el de suspendía otra”?… Pero qué quiere decir esta jerga. Por cierto, muestra flagrante contradicción, porque ¿quién convierte al alumno? ¿No será el propio Estado? ¿Quién moldea esa psicología?

      Su discurso es un galimatías calcado del que nos ofrecen la caterva de psicopedagogos. Y, desde luego, la última emoción que me provoca es la de la risa. Y usted se ríe por lo de “discente”…; lo que no entiendo es por qué no se ríe del término “docente”, pues dados los tiempos que vivimos, incluso sería más propio.

      En mi juicio de que usted fuera docente, y de inglés, confieso en que me excedí, y mucho. Disculpe usted por atribuirle una función que no tiene nada que ver con su persona.

  40. Alejandro González
    19 enero 2011 a 0:43 #

    De todas formas, hay que reconocer el valor de quien lo tiene: sería injusto no reconocer que en lo de deducir cuál es mi especialidad se ha movido Vd. con el mismo rigor y acierto con que obtuvo sus demás certezas.

  41. Alejandro González
    19 enero 2011 a 15:30 #

    Bueno, al menos ya sabemos que se puede estar a favor o en contra de la LOGSE con la misma propensión a la pedantería y la autosuficiencia y haciendo gala de idéntica incapacidad para procesar cualquier punto de vista que desborde tus dogmas. Los enemigos de nuestros enemigos no siempre son nuestros amigos. Nada de lo que no nos hubiera advertido, antes incluso de la experiencia, el refranero. La jerigonza de nuestro colega, por cierto, es afín, si no clónica, de la Felipe Giménez, un catedrático de instituto de filosofía obsesionado con la LOGSE y los logros (es un decir) filosóficos de Gustavo Bueno. ¿Familia (ideológica), tal vez?

    • José Miguel
      19 enero 2011 a 16:11 #

      Señor Alejandro, se le «olvida» continuamente ceñirse al discurso argumentado que le he escrito. Si es un dogma, tendrá que demostrarlo, de lo contrario el dogmático lo será usted. No ha tocado ni una línea de mis contraargumentaciones. Parece usted un disco rayado. Le he expuesto hechos objetivados para desmontar sus juicios. Es exigible, desde cierta honestidad intelectual, que haga lo propio, más que nada, para evitar que su último mensaje repleto de descalificaciones gratuitas se interprete como una manifiesta impotencia.

      Y, por supuesto, explique eso de “necesidad psicológica de convertir al alumno en sujeto gramaticalmente activo”. Se lo confieso, ardo en deseos de saber qué quiere decir con tal enunciado. Máxime cuando usted parece aborrecer toda “ideología” (¿o acaso no me he enterado y esa frase es un teorema “neurolingüístico”, un principio de la gravitación universal docente?) Se va superando en cada mensaje.

    • José Miguel
      19 enero 2011 a 17:29 #

      Por cierto, haciendo un somero repaso a sus escritos, puede constatarse la retahíla de viscosa terminología psicologista en cada una de sus respuestas. Desconozco su profesión, si la tiene, pero perfectamente podría deducirse que no anda usted muy lejos de un dpto. de orientación: responde realizando continuamente pseudoanálisis psicológicos a quien le replica.

  42. Alejandro González
    19 enero 2011 a 21:48 #

    Va usted de acierto en acierto. Ayer profesor de inglés, hoy soy ya medio orientador, u orientador y medio. Alguien menos consciente de su acribía podría pensar que estos resonantes éxitos suyos a la hora de deducir lo que, al fin y al cabo, puede comprobarse, pondrían un poco en sordina sus otras certezas, más difíciles de falsar. Pero qué va: ahí le tenemos, impertérrito en su convicción mccarthyana de que todos menos usted somos un hatajo de viscosos psicologistas. Y yo, para más inri, sin ceñirme a sus formas de argumentar. Acabáramos. Qué cruz, querido colega, la suya.

    • José Miguel
      20 enero 2011 a 9:16 #

      Señor Alejandro, veo que lleva el pinganillo, y ahí situaría el sentido de su oscura «la necesidad psicológica de convertir al alumno en sujeto gramatical activo», tan oscura la actitud de los miembros del Senado, solo concebible en España.

      Le pongo un ejemplo de su viscoso psicologismo:

      «alguien menos consciente»
      «certeza»
      «impertérrito»
      «convicción»

      Y no pongo la inacabable lista de los otros mensajes. Por cierto, esto que escribe, «Y yo, para más inri, sin ceñirme a sus formas de argumentar», debo decirle que otra vez escribe vulgar retórica, y no argumentativa, pues todavía no ha dado razón o fundamento de lo que yo le criticaba (eso de la «expansión» espontánea de las lenguas por los hablantes). «Elija la forma de argumentar» que desee, pero argumente, haga el favor. Y ahora, sí, voy a decirle algo psicológico: deje de ponerse a la defensiva, pues cada vez es más evidente su impotencia discursiva.

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