Frankenstein y la sociedad terapéutica

Para los amigos de ACJEF, con quienes ayer discutía de todo esto en Cantonigròs

El título original de Frankenstein era Frankenstein o el moderno Prometeo, porque el protagonista de la novela era, en la intención de su autora, el doctor Victor Frankenstein. Sin embargo en nuestros días el protagonismo absoluto ha recaído sobre el monstruo, que ha acabado usurpando hasta el nombre de su creador.

Victor Frankenstein es un joven inteligente y audaz movido por una síntesis explosiva de filantropía, conocimientos técnicos, devoción absoluta a su trabajo y prisa por anticipar el futuro. No tiene ni la más mínima duda sobre la bondad de su empresa. Por eso cuando se enfrenta cara a cara con la obra surgida de sus manos es incapaz de reconocer en ella su autoría. “Aparta de mis ojos tu inmunda vista”, le dice. Y de este rechazo se nutre la “maldad” de la criatura. Pongo la palabra “maldad” entre comillas porque, aunque es cierto que el monstruo nos da miedo, nos negamos a considerarlo malo. Preferimos pensar que está mal diseñado.

La primera edición de la novela se abría con esta cita, esencial, del Paraíso Perdido de Milton: “¿Acaso te pedí, creador, que transformases en hombre el barro del que vengo? ¿Acaso te rogué alguna vez que me sacaras de la oscuridad?”. Si la respuesta a estos interrogantes es negativa, entonces la criatura es irresponsable de los fallos de su diseño. Si hay alguna culpa en ella, es previa a sus actos e incluso a su voluntad. Más aún: su voluntad está completamente modelada por esta culpa antecedente.

Cuando el monstruo se enfrenta a su creador, ya con las manos manchadas de sangre, lo que le pide es lo siguiente: “Dadme la felicidad y seré virtuoso”.

Es decir, no pide que le enseñe el camino de la virtud para conquistar con su tránsito la felicidad accesible al hombre, sino que exige el disfrute de la condición previa de la felicidad para poder ser considerado como ser moral.

En este sentido “Frankenstein o el moderno Prometeo” prefigura nuestra actual sociedad terapéutica y, de manera muy especial, nuestra escuela.

Hoy nadie parece ser realmente responsable de su drogadicción, su obesidad o su fracaso escolar. La culpa de lo que nos ocurre precede y condiciona nuestra voluntad. Nuestros alumnos, por ejemplo, ya no se distraen en clase, sino que padecen el “síndrome de déficit de atención”, que puede ser combatido con diferentes productos farmacéuticos. La responsabilidad sobre nuestros vicios se ha esfumado porque no tenemos vicios de los que poder responsabilizarnos, sino enfermedades que padecemos inocentemente y que reclaman la piedad de un terapeuta. La escuela, en este sentido se enfrenta hoy a un dilema esencial: o pedagogía o farmacología.

Algo tiene que ver también con todo esto el hecho de que la vieja pretensión liberal de conceder a todos las mismas condiciones de acceso al saber esté siendo sustituido por la moderna (rawlsiana) pretensión de equidad, que quiere garantizar para todos el mismo saber.

Seguimos queriendo seleccionar en nuestras escuelas a los “mejores”, pero no estamos dispuestos a que el precio a pagar por ello sea la existencia de “peores”. Y, por supuesto, nos negamos a aceptar que los no-mejores puedan tener alguna responsabilidad personal sobre su condición.

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Categorías: Diagnósticos

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3 comentarios en “Frankenstein y la sociedad terapéutica”

  1. Luzroja
    22 noviembre 2009 a 0:42 #

    Los talentos; cada cual es responsable de los suyos y debe rendir por ellos.
    La parábola bíblica es magnífica, además es rotunda porque nadie sabe con cuántos talentos ha sido creado.
    En el camino del esfuerzo nos iremos dando cuenta de ellos, si abandonamos jamás lo sabremos.
    Son las circunstancias de Gasset, aquellas que si no las salvo, no me salvo.

    Los mejores existirán siempre y los peores que estudiaron con ellos, se enorgullecerán de haber sido sus compañeros.

    La verdadera instrucción es aquella que nos permite apreciar el valor de lo costoso y sólo se consigue cuando nos enfrentamos a su consecución. El despreciar los conocimientos del otro, es de memos.

  2. 25 noviembre 2009 a 21:02 #

    Un hijo de una persona analfabeta y sin dinero, no tiene las mismas ventajas que un hijo de un doctor de cuarta generación, el primero no tiene mucha ayuda el segundo la tiene toda. Los cristianos le llaman a eso talentos, cuando en realidad son desigualdades.

    La diferencia está en exigirles mas a los alumnos, pero también en incentivar en ellos el deseo de aprender, darles las herramientas necesarias a todos por igual desde pequeños, el acceso a la biblioteca, la lectura de libros pero sobre todo enseñarles a preguntar a otros, a preguntar en los libros, a despejar sus dudas.

    Por ejemplo, a no creer en que el hombre fue creado hace ocho mil años, si no que ha evolucionado desde hace mas de mil millones de años y que nuestro planeta se formó hace unos cuatro mil millones de años, a no creer en cualquier mentira que les digan.

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