Los padres: el peso de una ausencia

 


Antonio Gallego Raus

 

 

[Este, como ven, es un artículo muy largo. Lo siento, principalmente por el efecto disuasorio que, seguramente, tendrá en algunos lectores con poco tiempo o paciencia. Trata de un problema inédito, o casi, en estas páginas: las nefastas prácticas educativas que emplea la mayoría de padres hoy día en este país (en todo Occidente, más bien). Diría yo que es uno de los artículos más políticamente incorrectos de este magnífico blog. Si alguna razón llevo, la longitud del escrito estará, creo, plenamente justificada.]

LOS PADRES: LA ASIGNATURA PENDIENTE

¿Por qué nos llamamos Deseducativos? En pocas palabras: porque entendemos que los docentes están para enseñar, no para educar. Si los maestros y profesores deben dedicarse, principalmente, a transmitir contenidos académicos, ¿quién debe educar? ¿Es una pregunta retórica? Por desgracia, no. Hoy no. La respuesta del sentido común es clara: los padres, fundamentalmente ellos. Pero ya sabemos lo que le pasa hoy al sentido común. Bien, pues si para que los docentes puedan enseñar en condiciones, los padres deben educar bien a sus hijos y que éstos se muestren respetuosos con sus mayores y maestros, ¿no es hora ya de que dediquemos aquí escrupulosa atención a las prácticas educativas de los padres de hoy y de aquí? Es cierto que otros compañeros o comentaristas han tocado el asunto con palabras certeras y contundentes, pero breves; y, salvo que me equivoque, no hay ningún artículo al respecto en estas dolientes páginas. Y a mí me parece asunto clave. Analizar los estragos que la LOGSE ha producido en las escuelas es necesario. Y examinar cómo los ideales igualitaristas han maleado la sindéresis de muchos profesores, cuestión ineludible. Sin duda, pero todos nuestros análisis quedarán incompletos mientras las prácticas educativas paternas no reciban la atención que merecen. ¿Por qué omitir el análisis del papel de los padres en el fracaso escolar?

 

POSIBLES CAUSAS DE LA OMISIÓN

No deja de sorprenderme la ausencia de que hablo. Creo, no obstante, saber a qué se debe. Veámoslo despacio. Los maestros y profesores más lúcidos señalan el comienzo del ocaso académico en la implantación de la LOGSE. ¿Por qué no hacen lo propio los padres? ¿Por qué éstos le echan la culpa a los docentes y no a la ley igualitarista? Hay varias y complejas razones que lo explican. Para empezar, esa ley la conocen y sufren los docentes, no los padres. La sufren a diario. De ahí la necesidad imperiosa que tiene el profesorado, o parte de él, de sacudírsela de encima: la desazón que causa no le permite trabajar honrada, digna y eficazmente. Hay un antes y un después de la dichosa ley.

La Administración logsiana, además, halaga a los padres y les concede poderes decisorios en cuestiones académicas, les regala libros, ordenadores… Los soborna, en definitiva. Y lo más importante, la ley exime a muchos de tener que estar pendientes de la evolución académica del hijo, por todo aquello de la promoción automática y el abaratamiento de títulos. Es difícil que los padres puedan tener una visión nítida y objetiva de la ley en cuestión. Lo públicamente visible e inmediato es el docente, no la ley bajo la cual éste trabaja o intenta trabajar.

Es cierto que, desde hace años, padres y docentes libran una agria batalla de acusaciones y reproches mutuos. El cruce de perlas y donaires entre unos y otros es ya cacofónico ruido de fondo; sin embargo, no hay, que yo sepa, ostensible intención en estos de atribuir públicamente a los padres la parte de culpa que, sin duda, tienen. Es la ley de marras la que ha sido blanco de los más duros, agudos y certeros análisis, hechos por la facción más crítica e inteligente de los profesionales de la enseñanza. Se ha destazado con habilidad de fino anatomista. Una crítica valiente, demoledora y sistemática que merece aplauso y reconocimiento.

¿Qué hay de los padres? Se percibe, diría yo, un cierto miedo o, cuanto menos, reparo en corresponsabilizar públicamente a la población de progenitores de la bancarrota académica que nos compunge. Como si se tratara casi de un tabú o una imputación políticamente muy incorrecta. Un escrúpulo que convierte en tráfico vergonzante la queja cotidiana de los atribulados profesores. ¿Por qué ese reparo a hacer la imputación correspondiente? ¿Por qué ese pudor? En las tiendas, el cliente siempre tiene la razón. En las democracias, especialmente las picadas por la viruela de la demagogia y la venalidad, es el pueblo quien siempre la lleva, aunque no la lleve.

General es la idea, igualmente, de que los padres –el pueblo, el sagrado e inocente pueblo llano- es, antes que nada, víctima de componendas y contubernios gubernamentales. Víctima de la propaganda y de oscuros planes del poderoso. Frágil e indefenso se le supone frente la arrolladora maquinaria estatal. Para colmo, cualquier propuesta de cambio –en educación o lo que sea- necesitará del apoyo electoral de la población. Nuestros propósitos podrían verse truncados si los padres se sintieran molestos u ofendidos con nuestras palabras. De una u otra manera, antes o después, necesitaremos su colaboración, tenerlos de nuestra parte. Al cabo, ese ciudadano-cliente goza del privilegio de no ser responsable de sus actos o de buena parte de ellos. Todos (o casi todos), políticos, comerciantes, poderosos e intelectuales, lo quieren inocente de toda culpa.

Hay más razones que explican la omisión. Veámoslas. Los correligionarios de la secta pedagógica exculpan la ley. Lógico, ellos la hicieron o la apoyaron con entusiasmo. Arguyen que la sociedad ha experimentado cambios perjudiciales para la escuela. Ominosamente, señalan la inmigración como concausa del desastre (si acaso, milagro mediante, lo reconocen, que no siempre). Los datos no avalan la coartada. Ricardo Moreno Castillo desmontó la falacia con brillantez. Esa, y otras muchas falacias…

De acuerdo, pero preguntémonos abiertamente: ¿todos los cambios sociales que se han producido en España desde que contrajimos la LOGSE, o desde la instauración de la democracia, eran, o son, buenos para la enseñanza? Me temo que no. Los cambios sociales que señalan los pedagogos palatinos no son, ciertamente, el origen del estropicio. Mas sí otros que aquí apuntaré. ¿Por qué no ponerlos en el punto de mira y denunciarlos? La cuestión es que si nosotros, los autores de esta bitácora y afines, afirmásemos que algunos cambios sociales han coadyuvado a malograr la escuela, nuestros nefastos opositores –los pedagogos oficiales y gurús educativos- podrían engallarse y creer que se les está dando la razón, siquiera en parte, y que a la ley no le alcanza culpa. Y no: le alcanza de lleno. Lo que ocurre es que el virus LOGSE (su espíritu) es pandémico. Ha penetrado las líneas defensivas del sentido común de la escuela, los hogares, la justicia, la política toda y las instituciones. Los pedagogos logsianos (y los psicólogos progresistas) son también, en gran medida, culpables de los cambios sociales que malogran la educación y la formación académica de niños y jóvenes. Es una áspera ironía que los pedagogos logsianos quieran desviar la atención hacia unos torticeros cambios sociales y familiares que ellos mismos han provocado o, cuando menos, bendecido. Cuando señalan la televisión como una de las causas del fracaso educativo, siento remoción de intestinos. Sí, ciertamente, la televisión no es ningún buen influjo educativo ni académico. Verla, empaparse de ella, contribuirá a hacer una juventud más superficial y banal, más insolente, iletrada y caprichosa. ¡Sí, pero es que esa televisión-basura es, como la escuela logsiana, una televisión igualitarista, relativista, progre, palurda, bastión de la libertad entendida como exabrupto, desahogo hedónico y diversión bárbara! Es la televisión de los pedagogos logseros, la que armoniza a la perfección con esos ministerios de sanidad que animan a los jóvenes (o niños) a tener sexo oral, o con los cabildos progres que organizan talleres para “enseñar” a las niñas de trece años a ligar o a masturbarse. Es la tele que glorifica una juventud desobediente y emocionalmente desapegada de los padres (abortar a los dieciséis a espaldas de los padres, por ejemplo), que ridiculiza y cuestiona la autoridad de los padres (véase lo que dice el defensor del menor, Arturo Canalda al respecto), que ensalza el taco y el hablar onomatopéyico y macarrónico… La televisión es el vocero horrísono de una política demagógica de espantosas facciones. Televisión y política entonan la misma canción. La telebasura que sufrimos es una manifestación más de una forma de entender la vida anterior a la misma LOGSE.

Los miembros de la secta pedagógica achacan al capitalismo y sus escaparates mercantiles la culpa de la debacle educativa. Confunden, por supuesto, educación (urbanidad, cortesía, atención, buen modo) con formación académica. Pero, como digo, la televisión, Internet, la radio y los demás medios de que se sirve el mercado para publicitar sus infames productos, espectáculos y servicios, son, irónicamente, hijuelos de la misma mentalidad libertaria que tan bien encarna de la secta en cuestión. Al mercado le interesa sobremanera una juventud que viva en la indigencia mental, que crea tener derecho a todo (móvil, Internet, mp3, ropa de marca, mil juguetes, tabaco, alcohol…). Una juventud entregada al capricho y el placer, que actúe siempre por el acicate de la motivación y no por la voluntad, la disciplina y el sentido del deber. De modo que los integrantes de la secta pedagógica son los menos indicados para volcar culpas en el consumismo sandio. Son ellos quienes, cantando loas a la motivación, lo promueven con más devoción y esmero. La libertad que placean y reivindican para la juventud es esa que, en su cortedad hedonista, están inflando las cuentas corrientes nada corrientes del mercader híper-lúdico.

 

COMUNIDAD EDUCATIVA

Nosotros podemos seguir destazando la LOGSE y demás leyes educativas clónicas y hacer caso omiso de otros factores; o considerar, todo lo más, que éstos son el epifenómeno. O podemos ampliar el foco de análisis. Ello, créanme, no aneja riesgo alguno. Pues no se trata de exonerar a aquella del peso de la culpa, sino de alcanzar una visión más cabal y realista del problema.

¿Me acerco acaso a la enojosa y manida expresión de que “educa toda la tribu”? ¿Estoy diciendo eso? Sin duda, educa o maleduca toda la sociedad. Huyo, no obstante, con brioso paso del torcido sentido que esa expresión tiene en boca de los pedagogos de relumbrón. Son los padres, principalmente, quienes deben educar a los niños. La famosa “comunidad educativa” integra, cómo no, a los maestros, y menos, mucho menos a los profesores. En general, a cualquier adulto. Pero la tarea fundamental de los docentes es enseñar. Cuando los principales educadores de esa comunidad –los padres- fallan estrepitosamente, como hoy lo están haciendo (la mayoría, no todos, evidentemente), el sistema de enseñanza se resiente terriblemente de arriba abajo. Hágase la prueba: obsérvese la distribución de aprobados y suspensos en cualquier aula. No todo alumno malo o mediocre es un maleducado; empero todos o casi todos los maleducados fracasan en los estudios. Estoy seguro de que podría establecerse una alta correlación entre el grado de mala educación (insolencia, malos modos, falta de respeto…) y fracaso académico. Mídase la educación del alumno y, de paso, se estará midiendo su rendimiento escolar.

Un niño maleducado tiene todas las papeletas para engrosar el día de mañana las nutridas colas del paro o, peor, ser carne de presidio, o, quizá, bocado fácil del narcotráfico. En el mejor de los casos, se verá obligado a vivir de trabajos precarios o peligrosos; tal vez sea explotado por oportunistas empresarios sin escrúpulos. Dar una mala educación (que es lo mismo que no darla: “laissez faire”) conlleva el desbaratamiento inexorable de la enseñanza. Ni siquiera el sistema de enseñanza más eficaz imaginable sacaría provecho de un chaval malcriado desde la cuna. Para colmo, la escuela de hoy, en la parcela educativa que le corresponde, maleduca. La escuela logsiana maleduca (en especial cuando el docente comulga con ella). Se suma, así, a las malas prácticas educadoras de los padres. Luego entraré en esta cuestión. Explicaré cuál es su parcela propiamente educativa.

Quizá algunos compañeros pensarán que nos metemos en un tinglado desbordante, que ya tenemos bastante con intentar desmontar un sistema escolar basado en unas leyes nefastas. Si ya son muy arduos nuestros problemas para cambiar algo tan concreto como esa ley o leyes, ¿no sería empresa de locos megalómanos pretender que los padres modifiquen su modo de (mal)educar a los niños o que los medios de comunicación masivos dejen de vomitar basura y de hacer el mamarracho? A mi juicio, no nos queda otra, al menos en lo tocante a los padres. La buena educación es imprescindible para aprender, estudiar y adquirir cultura y formación intelectual. Si no la hay, el resto se viene abajo como un castillo de naipes. La realidad es la que es. Negarla sería proceder como el avestruz.

No faltará, imagino, quien me acuse de querer injerirme en cuestiones privadas: cada padre tiene derecho educar como desee a su hijo –conductas punibles aparte-, y nadie debería inmiscuirse en las relaciones que mantienen padres e hijos. Sin embargo, un par de cosas: 1. Los padres sí se han injerido en cuestiones académicas y poca resistencia han encontrado en el profesorado. 2. No es injerencia informar realistamente sobre las consecuencias de educarlos bien o mal. Y me queda la legítima libertad de aseverar que los padres no están en condiciones morales de exigir a la escuela que dé una buena formación a los chavales mientras ellos, por su parte, los sigan maleducando. Padres y docentes deben exigirse responsabilidades mutuamente, pero, antes, cumplir cada cual con su parte.

Cuando se habla de sistemas escolares eficaces de los países académicamente más avanzados, ¿cuál es la razón de que no se haga explícita referencia a la relación que en esas sociedades mantiene padres e hijos? ¿Acaso no importan? Mi opinión es que para que haya buenos resultados académicos es necesario, entre otras cosas, que docentes y alumnos se lleven razonablemente bien. Por supuesto. (Si hay tirrias e inquina comunes de por medio, mal asunto). Pero para que eso ocurra, los padres y los hijos deben mantener buenas relaciones. Si son malas, también serán malas las que mantengan maestros y alumnos.

 

UN ANTES Y UN DESPUÉS DE LA LOGSE. UN ANTES Y UN DESPUÉS DE LA CONSTITUCIÓN

Algunos sabemos que al igual que hay un antes y un después de la LOGSE, también hay un antes y un después de la Constitución: un “padre pre-constitucional” y un “padre post-constitucional”. No son expresiones mías. Son de Emilio Calatayud, juez de menores de Granada. Conoce bien el paño.

¿Por qué la ley de marras penetró sin dificultades en nuestra escuela? Pues porque los ideales político-sociales de la sociedad casaban a la perfección con el espíritu progresista (al fin, progre) de aquella. Ni más ni menos. Las providencias y disposiciones logsianas fueron bien acogidas por la población, al menos por la mayor parte de ella. La escuela, se creía, debía dar un giro copernicano hacia el igualitarismo. Lo dio. Y no hubo protestas, sino anuencia y general conformidad. Quizá celebración. Claro, pero ahí no acabó la cosa. El nuevo espíritu igualitarista (confundido con el democrático, como advierte Juan Pedro Viñuela) también invadió los hogares y las relaciones entre padres e hijos. Y lo hizo de una forma tan sonada y cabal que lo dejó todo hecho unos zorros, cual deshecho de riada. Aulas y hogares quedaron dominados por las más memas, ridículas y necias consignas paidocéntricas. Los psicólogos progres, -señores adeptos al cientifismo, vestidos de bata blanca y con licencia para disparatar-, arrogándose conocimientos científicos que no tenían, se encargaron de dar forma a los deseos y prejuicios progresistas de la población. De cincelarlos y afianzarlos. Bajo su dirección, los señores padres aprendieron que debían ser los mejores amigos de sus hijos, sus colegas incluso. A darles un trato de igual a igual. Cuidado con negarles sus deseos, que podría traumatizarlos (tal cosa advirtió la nefastamente influyente psicoanalista Françoise Dolto). Cuidado con imponerles deberes y obligaciones, pues acabarían odiando esos deberes y a quienes los imponían. Ojo con darles un cachete o un azotazo, ojo con no contar con su opinión. Nada de reñirles y hacer que se sientan culpables (ni responsables), que eso es cosa de la moral católica y tiempos represivos… Era el turno de la idolatría de la infancia, el laissez faire y la permisividad para aulas, hogares y calles.

 

PROMESAS DE FELICIDAD

Los padres tenían una formidable tarea por delante, de complejidad mareante: educar a sus hijos, pero ojo, (aquí viene lo nunca visto): auto-despojados de toda autoridad. Es decir, educarlos sin poder sancionarlos ni presionarlos jamás. En realidad, el objetivo dejó de ser educarlos, sino hacerlos felices. ¿Lo consiguieron? ¿Lo consiguen?

El deseo de ser feliz es una aspiración legítima de todo humano, universal. El mundo actual, con sus incontables señuelos, escaparates y promesas (falsas), ha poblado la imaginación ciudadana de entelequias y quimeras. Tanto la política como el mercado bregan de firme para ofrecer a sus clientes la promesa demagógica de un paraíso terrenal, de una vida de excitación sin límites. Ya nos creemos con derecho a ser siempre felices. Incluso con derecho a reclamar que los demás (el estado, la sociedad, la televisión, las instituciones…) nos hagan felices. Esa quimera informa los programas políticos, las leyes igualitaristas, las continuas reformas sociales, la propaganda comercial… Felicidad a toda costa es lo que el ciudadano pide y exige para sí y para los suyos: sus vástagos.

¿Cómo conseguir una educación feliz? Educar y dar felicidad o contento no son siempre cosas compatibles; de hecho, casi nunca lo son. Educar exige imponer límites y sanciones que en modo alguno coinciden con las melifluas ebriedades de la felicidad, en especial cuando esta tiene un carácter esencialmente hedónico, gonadal, superficial y pueril. ¿Cómo educar y dar felicidad a un tiempo?

EL PLAN A: REGALOS, DIÁLOGO Y RAZONES

Los instrumentos permitidos para tan circense y paradójica tarea eran (son) el incentivo, el regalo-soborno y el diálogo democrático paterno-filial. Para que el retoño haga sus deberes domésticos o escolares no puede recurrirse jamás a la imposición, sino a la motivación. Forzar la voluntad del niño era inequívoco acto de despotismo paterno, y algo por completo ajeno a la imperiosa necesidad psicológica de procurar felicidad al hijo. “Si le hago regalos al niño, lo haré feliz, me querrá y me hará caso.” “Si dialogo con él y le pido opinión, se sentirá respetado por mí, me considerará su mejor amigo, su colega, me confiará sus secretos y conseguiré llegar a acuerdos con él, de modo que todo lo hará por voluntad propia, sin enojos ni forcejeos”.

EL PLAN B: SÚPLICAS, BRONCAS Y VISTA GORDA

¿Y si fallasen el soborno y el razonamiento dialogante? En tal caso, los atribulados padres progresistas (y, créanme, los hay de derechas e izquierdas a partes iguales), podían recurrir, qué remedio, a la súplica, el ruego, el engatusamiento, el chantaje emocional, la discusión, las voces, los reproches, las amenazas, el forcejeo y, al cabo, y muy a menudo, como nada de lo anterior funciona, la bronca y aun el azotazo (a destiempo, claro). Después, muy común también, emergerá el arrepentimiento paterno por las voces y la agresividad desatada, la sensación de impotencia y de haber fracasado una vez más… Sentimientos que se tratan de compensar con renovadas muestras de talante democrático (igualitarista más bien), nuevas cesiones y claudicaciones. Podrá observarse por doquier el miedo de los papás a enfrentarse al hijo, el deseo de evitar un nuevo encontronazo con el rey de la casa. Lo mejor es hacer la vista gorda y espesa, dejar campar libre al crío no tanto por convicción ideológica como por impotencia progenitora. Si no puedes con el enemigo, déjale hacer (y haz virtud de la impotencia). La educación “feliz” y permisiva, la que predica las bondades del buen rollo, la que cultiva los hipocorísticos y el “colegueo” paterno-filial, acaba a menudo en tremendas peloteras, espesura visual y en mucha infelicidad para todos. Esos padres no son agresivos. No se puede decir que esos niños procedan de familias violentas, ni que los padres enseñen explícitamente a sus hijos a ser violentos, ni mucho menos. Todo lo contrario. Recurren, desesperados, al azotazo, el cual solo puede tener una eficacia efímera, pues está dado a destiempo y el que lo recibe ya cuenta con una larga historia de victorias despóticas, desafíos continuos y chulería irreductible.

 

DELEGAR LA EDUCACIÓN DEL HIJO

Los padres y los docentes postconstitucionales debían conseguir que el crío hiciese cosas poco agradables (la cama, poner la mesa, los deberes, estudiar, ir a la escuela…) mediante el uso continuo de la fiesta y la diversión (crear un ambiente lúdico). Una alquimia didáctica de una complejidad sólo inteligible para los autodenominados “expertos” pedagogos. Como los padres no consiguen ni un minuto de paz con tan endebles instrumentos educativos, han decidido, muchos, que lo de educar es cosa de los “profesionales de la educación”. O sea: de los maestros y profesores. Y en ellos han delegado la ingrata tarea (más de un 30% de padres delegan, según leo en Internet). Como estos pobres, los docentes, tampoco pueden transmutar el vino en agua, miran al psicopedagogo de turno para que les enseñe cómo hacerlo, el truco de magia providencial. Y de ahí, entre otras razones, que se organicen continuamente cargantes e inútiles cursos pedagógicos impartidos por los “expertos” en la cuestión. Pero nada, ni oro alquímico ni vino del agua. Los niños siguen reinando con mano de déspota.

Varias fueron las razones para desterrar la voluntad de la educación en la mentalidad del igualitarista. Apuntaré sólo dos:

Nuestra época ha acabado identificando satisfacción del deseo hedónico con libertad, y libertad con felicidad. Por tanto, la fuerza de voluntad, al ser la negación del deseo inmediato (“le echo fuerza de voluntad para no irme de copas y ponerme a estudiar”), se reputó enemiga por antonomasia de la libertad y la felicidad. Consecuentemente, se dio la bienvenida al laissez faire y la permisividad.

Los psicólogos conductistas (positivistas) no podían ver –literalmente hablando- la voluntad en sus sujetos experimentales. En realidad, tampoco la motivación, que no es cosa que tenga masa, extensión o color, pero se las ingeniaron para “operativizarla”: ciertas conductas del roedor podían traducirse como conductas causadas y mantenidas por la motivación. No supieron hacer lo propio con la voluntad, de modo que quedó fuera de sus altas consideraciones científicas.

 

PADRES EN ACCIÓN

Por tanto, el niño debía hacer sus deberes motivado: contento, ajeno de toda imposición; es decir, libre, feliz. Padres y docentes se estrujan la mollera y la cartera para conseguirlo. Miles de juguetes invaden los hogares y las escuelas. Inútiles, claro, porque el niño no tiene ya curiosidad para despachar tanto obsequio, ¡que ya es decir! Reciben más regalos de los que esperan. Lo nunca visto. Conseguir anegar la curiosidad y el afán de novedad de un niño es prodigio jamás visto en la historia humana. Algo digno de reverencia y genuflexión.

Si acaso el bolsillo y el magín festivalero del adulto ya están bien secos, sin que ello encauce al niño por el camino apetecido, se puede probar con el otro recurso apuntado, también inestimable: intentar convencerle mediante razones de que tiene que hacer o dejar de hacer tal o cual cosa. Se trata, como se ve, de que el niño haga siempre lo que quiera, expedito el deseo. Si no quiere hacer su cama pese a los recursos motivadores desplegados por mamá, a esta no le quedará más remedio que ensayar aterciopeladas palabras y mullidas razones. Razones para que el nene entienda por qué es bueno que él haga su cama; y para que, el cielo lo quiera, desee hacerla en lo sucesivo. Esto, señoras y señores, ha dado, y está dando, los más hilarantes capítulos de insensatez pedagógica que jamás los siglos hayan visto. Según el talante del observador, fluirá la risa o la grima al ver al padre, un señor o señora de 50 años, pretenden razonar con un niño de dos, tres, ocho años… Veamos unos ejemplos paradigmáticos sacados de la surrealista vida real. Un rapaz de esa edad, dos años, aporrea la planta del cuidado jardín de la abuela con una pala de juguete. La madre, corajuda cual tigre de Bengala, esboza, titubeante, una meliflua explicación de por qué no hay que hacer eso: “No, cariño… eso no, no hay que pegar a las plantas, porque lloran”… Niña de cuatro años que arrebata la revista a la madre en la sala de espera del dentista: “No, cariño, eso no se hace, porque mamá estaba leyéndola antes y si me la quitas ya no puedo seguir leyéndola. Anda, cariño, devuélvesela a mamá… Mira, mamá llora”. Otra llorona. No, señora, espere usted unos años más y verá cómo las lágrimas le ruedan por las mejillas sin necesidad de forzar artificios de plañidera. A veces visito la academia de música de un amigo. Me cuenta que, en los minutos previos a las clases, por los pasillos corren y bullen, cual centellas vocingleras, niños de 4 ó 5 años, ante la santa pasividad de sus papás. Golpean puertas, se revuelcan por el piso, chillan, riñen, se propinan estimulantes patadas, lo tocan todo… Hablo con un fontanero que tiene el sentido común en su sitio. Me dice que cuando lleva a los niños, de 7 y 9 años, a la piscina siempre los vigila, no sólo por el peligro anejo al nado, sino porque es sólito que los niños más abusones campen por sus respetos, hagan rabiar a otros, se metan con los más débiles o pequeños, etc. Todo ello, agrega, ante unos padres indolentes que, en su mayoría, pasan el rato bajo las sombrillas, chismorreando, fumando y bebiendo cervezas, por completo ajenos a las maniobras de los abusones y el mal trago –nunca mejor dicho- de sus víctimas. Insisto: es lo que me cuenta el fontanero. En fin, no quiero aburrir con casos por el estilo. Todo el mundo los conoce de siete sobras.

La insolencia y los brotes de violencia infantiles o juveniles no sólo los sufren los maestros y profesores. El “buen rollo” ya florea antes en los hogares. Los niños llegan a la escuela con buenos hábitos boxísticos y agonales. Sus padres, acolchados y blanditos, ya han hecho las veces de saco y esparrin. Sin duda, la escuela es un cuadrilátero más que pronto será conquistado por aspirantes que tienen todas las de ganar.

Conviene reparar en la trascendencia del problema. La fiscalía da la voz de alarma: ha habido un aumento alarmante de casos de maltrato filial.

Esto se veía venir. Ya formaba parte de nuestra realidad nacional desde los tiempos en que brotaron las semillas del padre postconstitucional. Algunos lo venimos advirtiendo y denunciando desde hace mucho, con la inutilidad propia de quien clama en el desierto.

 

OBEDIENCIA Y RESPETO

La cosa es seria. Especialmente cuando reconocidos pensadores o divulgadores científicos salen a la palestra para complicar todavía más las cosas. El caso de Punset –en cuanto que pedagogo- ya ha sido aceradamente tratado por otros compañeros de Deseducativos. Pero hay más de quien guarecerse, y siento tener que decirlo así. Hace unos meses leí “La Recuperación de la Autoridad”, de José Antonio Marina. Contiene eruditos análisis y datos valiosos, sin duda. Sin embargo, falla, a mi juicio, en lo principal. Veamos qué dice sobre estas cuestiones:

La recuperación de la autoridad pasa por la clarificación del concepto. Respecto de las normas, podemos exigir al alumno dos comportamientos: la obediencia o el respeto. Aunque ambas actitudes parezcan iguales – porque, en último extremo producen efectos muy parecidos- tienen mecanismos distintos. La obediencia implica sumisión a las órdenes de quien tiene poder para darlas. Respeto, en cambio, implica un reconocimiento de la dignidad, la capacidad o el valor intrínseco de la persona cuyas indicaciones se van a seguir.”

Parecen, a primera vista, palabras sensatas. Pero, como conozco el percal, algo hay en ellas que me alarma: estoy seguro de que las suscribiría cualquier miembro de la secta pedagógica, o cualquier padre progre. ¿No les suena a ustedes a aquello de “ganarse la autoridad”? A mí, sí. Creo que Marina contribuye muy poco a clarificar el concepto de “recuperación de la autoridad” con ese párrafo. Una porfiada falacia alienta la concepción psicopedagógica vigente, bendecida por el ilustre filósofo toledano, a saber: la de que los niños deben comprender las acciones (educativas) de sus padres o tutores. Dicho de otro modo: que los padres deben hacer lo posible para que el niño entienda por qué es bueno o necesario hacer o no hacer tal o cual cosa.

¿Qué método propone Marina en su libro para conseguir que los niños se comporten adecuadamente (hagan sus deberes escolares o domésticos, etc.)? El método consiste en leerles un cuento en que se explica y apela al sentido del deber. Leído el cuento, se supone que el niño empezará a obrar correctamente: habrá comprendido que, al igual que es deber inexcusable de los bomberos apagar un fuego para evitar víctimas, también él tendrá que hacer ciertas cosas por deber. Sí, el cuentecillo es muy convincente… para el adulto. Pero los niños, me temo, se van a quedar igual, sean pequeños o grandes. Aunque su lectura sea adecuada para niños de cierta edad, en modo alguno es suficiente. Dejémonos de cuentos: Así no se recupera la autoridad.

A mis colegas (los psicólogos) siempre les he oído la misma pamema: las instrucciones que se les den a los niños deben ser comprendidas por estos. De lo contrario –añaden- las cumplirán por la pura fuerza, en contra de su voluntad. No hay que apelar, por tanto, insisten, a la simple obediencia, que es coercitiva y despótica, sino a la intelección de la instrucción dada al crío y la conquistada aquiescencia de éste. ¿Es cierto todo esto? No, no es cierto. Los niños deben aprender a hacer determinadas cosas (o a no hacerlas) muchísimo antes de que acierten a entender ni por asomo por qué deben o no hacerlas. Este punto es tan importante que, si pudiera, lo anunciaría con luces de neón. Como no puedo, lo diré con tono apodíctico y vehemente: ¡Es una insensatez pretender que los niños entiendan el porqué de las instrucciones paternas o docentes!

La idea de que los niños deben comprender lo que les piden sus mayores se deriva de la lógica reluctancia del adulto a acatar órdenes que él no comprenda. Ningún adulto quiere, en efecto, obedecer ciegamente órdenes de nadie (bueno, sobre esto mucho habría que hablar). Quiere comprender las razones de tal o cual autoridad y actuar por voluntad propia. Es decir, desea que la autoridad de turno inspire respeto y no miedo o algo por el estilo. Muy bien, de acuerdo (con reparos que aquí no expondré), pero esto no es aplicable a los niños. Mucho antes de que un niño pueda llegar a entender razones éticas (o de otro tipo), deberá hacer mil cosas simple y llanamente porque así lo cree conveniente el adulto a su cargo: deberá simplemente obedecer. Ni más ni menos. ¿Cogen manía los niños al adulto si éste le obliga a hacer cosas cuya razón no entienden? No, en absoluto. A quienes cogen manía es, precisamente, a los padres débiles, tornadizos, agoniosos, volubles y evasivos que no saben imponer su voluntad.

¿Es cierto que los niños pequeños (y no tan pequeños) no entienden el porqué de sus deberes? ¿Por qué  digo que es absurdo explicar a un niño el porqué de una orden o instrucción? ¿Por qué digo que no entiende nada o casi nada? Veamos un ejemplo. El padre le pide al niño de tres años que no dé saltos en el tresillo. Lógicamente, el niño no sabe por qué le pide eso. El padre, para que lo entienda, le dice: “es que, si saltas, el sillón se ensucia y se rompe”. Bien, ¿y qué? ¿Qué le importa al niño que se ensucie o se rompa? ¿Cómo le podría importar a un crío de esa edad que tal cosa le ocurriera al mueble? Los críos se arrellanan y revuelcan por el suelo para jugar, sin importarles ni lo más mínimo que se ensucie nada. En consecuencia, el crío seguirá dando saltos en el tresillo. Le importa un bledo en qué estado quede. El padre, entonces, vuelve a la carga. Deberá prodigarse en más explicaciones: “si se ensucia o estropea, luego hay que limpiarlo, o comprar otro nuevo”. ¿Y qué? De nuevo al crío le es indiferente que haya que limpiarlo o comprar otro. Y si el padre le explica que las cosas cuestan dinero y que éste se obtiene con esfuerzo, ¿entenderá algo el crío? No, rotundamente no. Él no puede entender ni lo que es trabajar ni lo que es dinero ni nada remotamente parecido. ¡Cómo podría entenderlo, válgame el cielo! La cuestión, estimado lector, es que, para que el niño entienda algo tan concreto y nimio como por qué no debe saltar sobre el sillón, el padre se verá obligado a explicarle la vida entera, hazaña de lo más inútil, pues cada explicación exigirá, a su vez, una explicación más compleja. El niño nada de nada comprenderá. Todas las razones le son ajenas, ninguna accesible a sus entendederas. Entonces, ¿estoy diciendo que no hay que explicar cosas a los niños? No exactamente: lo que digo es que la explicación no basta. Que el padre acompañe su orden (no su ruego, ojo) de una breve explicación, no está mal (servirá para que el crío se la repita en la cabeza la próxima vez, aunque no la entienda: “No hago esto porque mamá dice que…”). Pero nadie pretenda que con eso basta. La explicación a edades muy tiernas es, de hecho, opcional. Quizá recomendable en ocasiones, dependiendo de la edad, jamás suficiente, empero. Al niño le debe bastar con saber que al adulto le agrada o le desagrada tal o cual conducta. Para empezar y durante muchos años, así será.

De modo que, por favor, señor Marina, no pongamos la carreta delante de los bueyes. Lo primero es enseñar al niño a obedecer al adulto ciegamente: es que no hay otra manera. Con ello no se le falta el respeto ni se atenta contra su dignidad, pues se procede de acuerdo con las naturales limitaciones de su entendimiento. No es que el adulto deba tener vocación militar y desear dar órdenes y hacerlas cumplir, es que no le queda otro remedio que hacerse obedecer, le guste o no. *La manera de conseguir que el niño obedezca un mandato o instrucción es, por lo general, sencilla. Se trata de presionar al crío con consecuencias desagradables para que haga lo que debe. Si no recoge los juguetes esparcidos por el suelo, se le lleva durante unos minutos a un cuarto donde no se pueda divertir. No a un cuarto oscuro infestado de roedores, no: a un cuarto donde, sencillamente, no tenga con qué divertirse. Pasados esos minutos se le pregunta si recogerá los juguetes. Si es que sí, ahí acaba todo felizmente. Si es que no, seguirá en su cuarto otros tantos minutos (esto se repetirá tantas veces como sea necesario, hasta conseguir que el niño obedezca). Si no deja de golpear la planta de la abuela tras pedirle un par de veces que no lo haga, pues se le quita ipso facto la pala. Y así con todo. Una consecuencia desagradable para el niño sigue inmediatamente a su desobediencia. Nada debe importar que llore por la rabieta. Ni voces, ni sermones, ni zarandeos son necesarios en la inmensa mayoría de las ocasiones.

¿Y un cachete a tiempo? Algunas acciones infantiles pueden exigir un azote o cachete, pero a tiempo. Así, por ejemplo, si el niño desobediente cruza la calle sin mirar, exponiendo su vida. Así, por ejemplo, si el crío le propina una patada al abuelo, o a mamá… Nada tengo que objetar al azotazo en tales casos. A juicio de Javier Urra, bastará con un solo azote en la vida, pero dado a tiempo. Quien quiera hacer un drama políticamente correcto de esto último, que lo haga. Yo no lo voy a hacer. No faltará, por supuesto, quien me acuse de hacer apología de la violencia doméstica. Sería irónico, pues violencia continua de varia consideración es lo que hay en los hogares “gobernados” por padres progres, abanderados del “buen rollo”, el diálogo paterno-filial y las “relaciones horizontales” (que no son las de cama, como pudiera pensarse). Lo que yo propongo, con otros, es, precisamente, autoridad paterna para evitar las consuetudinarias broncas presentes en demasiados hogares (en general son conatos paternos aparatosos, más ruido que nueces, pero cotidianos y muy frecuentes).

Cuando los padres no enseñan al niño a obedecer ciegamente (¿cómo podría un niño de tres años (ó 7, ó 10…) obedecer críticamente?), aparecen los problemas. Por el contrario, cuando sí se les enseña, no suele haberlos: el niño sabe que tiene que escuchar al adulto, atenderle, obedecerle. Si no, sufrirá una consecuencia desagradable de manera inmediata. El empeño ridículo y sandio de que el adulto debe hacerse entender del niño, está dejando un rastro interminable de sufrimiento innecesario en nuestros hogares. Y destrozando la enseñanza escolar.

Obviamente, cuanto mayor sea el niño, más podrá el padre explicarle las cosas de la vida, los límites y las reglas a observar. Y enseñarle a razonar. Pero ojo, no con la quimérica intención de que así, sin más, obedezca. Si con ello bastase, fantástico. Si no, aplíquese la sanción y presión necesarias. No hay otra. Y si llora enrabietado, que llore.

(*Por razones de espacio, he resumido a lo esencial el método a emplear para conseguir que los niños aprendan a respetar a sus padres y los lógicos límites a su conducta. Lógicamente, hay otras cuestiones importantes que quedan en el tintero.)

 

¿GANARSE LA AUTORIDAD ANTE EL NIÑO?

Una persona adulta reconocerá la autoridad de otra cuando esta le demuestre su solvencia en tal o cual ámbito del saber. Solemos comprender por qué el médico es una autoridad en materia de salud: tiene un título que lo acredita y un saber hacer pertinente, excepciones aparte. Demuestra su conocimiento (autoridad) cuando nos cura. ¿Pero de qué manera podríamos aplicar este esquema al caso del adulto y el niño? ¿Cómo va a entender un crío de cuatro o seis años que su padre es quien debe tener la autoridad para gobernar su vida y la casa? ¿Tendrá que demostrar el papá tal cosa? ¿Cómo? Sólo plantearlo da risa. El adulto no puede demostrar nada de nada. No tiene que “ganarse el respeto” del niño, sino hacerse respetar por él, que es distinto. Y aquí, “hacerse respetar” es exactamente lo mismo que “hacerse obedecer” (empleando la presión adecuada, que no la represión). Los señores padres que no saben hacerse obedecer de sus hijos, difícilmente serán respetados por estos. El adulto, por el hecho de serlo, ya tiene autoridad sobre el niño o joven. Lo que tiene que hacer no es “ganársela” sino no perderla. Dicho de otro modo: su deber es ejercerla. Por si alguien lo duda, que sepa que también lo dicta la ley. Los artículos 154 y 155 del Código Civil establecen que los hijos deben obedecer y respetar a sus padres mientras convivan con ellos.

En el adulto el esquema es este:

1º. Comprendo por qué el otro es una autoridad en tal o cual materia: lo demuestra con sus actos. 2º. Consecuentemente, respeto sus decisiones. 3º Obedezco u observo sus prescripciones. Comprensión, respeto y obediencia.

En el caso de los niños la cosa cambia:

1º. El niño obedece presionado por el adulto. 2º. Acaba comprendiendo que es el adulto quien manda en la relación. 3º. Respetará al adulto que tome las para él ininteligibles decisiones diarias. Es decir, el proceso está invertido. Primero ha de actuar el mecanismo de la obediencia. Después, o paralelamente, el del respeto. Ningún niño reconocerá la dignidad, capacidad o valor intrínseco del adulto que no sepa hacerse obedecer.

Esta es la tesis más “atrevida” que aquí mantengo. A algunos, y con razón, les parecerá que digo obviedades. Pero recuerde el lector que lo “único” que aquí pretendemos es recuperar el sentido común, tundido por mil y una sandeces posmodernas. Estoy dispuesto a discutirla y probarla sobre el terreno, si fuera necesario, con quien lo desee en la medida de lo posible.

La paranoia posmoderna respecto del poder ha alcanzado de lleno las relaciones entre adultos y niños. Como el poder político, eclesial y militar siempre ha intimado al súbdito o lo ha convertido –o tratado de convertir- en autómata carente de juicio crítico, en alienado fanático del poder de turno, el hombre actual ha reaccionado vehementemente contra todo mandato enajenador y arbitrario. En su enjundia manumisora, ha llevado la cosa demasiado lejos, pretendiendo que hasta los niños de tierna edad deben recibir de sus mayores mandatos inteligibles, comprensibles a su (inexistente) juicio crítico (más que mandatos, sugerencias, invitaciones…). Pasará mucho tiempo hasta que la sociedad entienda que, por necesidad, los niños deben obedecer a sus mayores maquinalmente, sin comprender sus disposiciones y reglas. Hasta ese día, si acaso llegase, no habrá paz en las familias. Tampoco en las aulas.

 

VALORES

Empeño contumaz de la educación progresista es inculcar valores democráticos a los niños. Sobre esto, me limitaré a decir lo siguiente. Qué valores deben inculcarse o promocionarse es cosa sujeta a discusión racional. Ahora bien, lo que ninguna sociedad civilizada debe cuestionar es la necesidad de que los niños obedezcan y respeten a sus mayores. Pues si el niño no ha aprendido a obedecer y respetar a sus mayores (no por la vía del miedo, como ya he explicado), ¿de qué manera podrán estos intentar inculcarle tal o cual valor o enseñarle lo que sea? Nadie me malinterprete: la finalidad de una educación adecuada no es la obediencia de nadie. Especialmente en el niño, obedecer no es un fin, sino un medio: es la base psicológica necesaria para poder avanzar hacia el mismo reino de la reflexión ética. Si queremos formar jóvenes críticos, primeramente hemos de tener niños maquinalmente obedientes, receptivos de las enseñanzas impartidas por los adultos. Si no se crea en el pequeño la actitud de obedecer, de escuchar al adulto, en modo alguno tendrá jamás la oportunidad de formarse juicios críticos, pues estos resultan de la adquisición de conocimientos filosóficos y generales muy complejos e inaccesibles a sus mentes (muy en contra de la cuasi autosuficiencia cognitiva infantil que predica el constructivismo).

La paradoja aquí es que los fieles a la secta pedagógica y gran parte de la población consideran la misma desobediencia como un acto de crítica, y la obediencia como un acto de sumisión autómata. Partiendo de estos falaces supuestos, los beocios pedagogos de salón no pueden sino estimular y aplaudir la actitud rebelde del joven, creyéndola crítica. Indudablemente, muchos adultos hay que obedecen ciegamente. (Sin ir más lejos, los miembros o adeptos a la secta pedagógica.) De los niños pequeños no podemos esperar, sin embargo, el milagro intelectual de que sepan criticar las indicaciones del adulto, de modo que nada innatural o protervo hay en el deseo de que obedezcan maquinalmente. ¿Corremos el riesgo de formar a niños con mentalidad de soldados autómatas? En absoluto. Qué se le enseñe al niño obediente es responsabilidad del adulto. Si le enseña a pensar y a respetar a sus semejantes, bien por el adulto; ese es su deber de educador. Si le enseña a odiar y atacar a sus semejantes, ese adulto deberá, o debería, responder ante la sociedad. En todo caso, la actitud obediente es condición necesaria para formar ciudadanos cultos, críticos, inteligentes y, llegado el caso, críticamente desobedientes. Si un adulto enseña a ser obediente a su hijo y luego utiliza esa obediencia para fines perversos, no por ello hay que cuestionar la actitud obediente del niño ni al adulto por forjarla, sino los fines que le impone ese adulto, el cual, como digo, deberá responder ante la ley si sus actos constituyesen delito.

Hay, por último, quien objeta –prepóstero mundo relativista- que el adulto no está en posesión de la verdad. De ahí la hesitación, el escrúpulo y el remilgo continuo del educador actual, de ahí la autoridad dubitativa que se desautoriza a sí misma a cada momento. Claro que el adulto es falible, faltaría más, pero ello no es razón como para ensayar una autoridad vergonzante, ni para compartir “democráticamente” el poder entre quienes nada saben de la vida. El cirujano puede equivocarse, mas no por ello le dejará el bisturí al paciente. El adulto puede fallar, cierto, pero el niño no puede acertar.

El adulto puede dar órdenes insensatas y leoninas. Es un riesgo que está ahí, sin duda. Pero es un riesgo que no se conjura desautorizando la figura del adulto. Esa desautorización (más bien auto-desautorización) sólo puede comprenderse en una sociedad que, en su afán desmedido de prevenirse de la tiranía, ha llegado a conculcar la presunción de inocencia de cualquier persona investida de autoridad. Son reprobables y punibles los abusos de autoridad (en realidad, de poder), no la autoridad en sí. Cuestionar, impugnar y anatemizar la autoridad no es la forma más inteligente de prevenirse de los abusos de autoridad (de poder, insisto). A nadie en su sano juicio se le ocurriría destruir las medicinas para evitar sus efectos secundarios indeseables. A nadie cuerdo se le pasará por la cabeza prohibir el uso del automóvil para evitar los accidentes de tráfico. Sin embargo, la mayoría de los ciudadanos ve natural anatemizar la autoridad para prevenirse de los abusos de autoridad. Ha sido como matar al perro para acabar con la rabia. Lo inteligente es tratar de eliminar lo indeseable sin mermar el efecto beneficioso.

Si pensamos que toda autoridad es, en sí y por sí, culpable, difícilmente la llegaremos a ejercer con la firmeza que para sí reclama. Por razones obvias, no es al niño a quien corresponde alzarse contra el adulto insensato o protervo, sino a la sociedad.

 

SDA: El SÍNDROME DE DESAUTORIZACIÓN ADQUIRIDA

Esa educación para la felicidad, libre de cargas e impuestos, grácil cual libélula, inspirada en numantinas falacias antropológicas como la del buen salvaje de Rousseau, o en perversiones intelectuales como el relativismo y tontunas afines, esa educación, digo, es ya la máquina de paradojas y antinomias más portentosa de la posmodernidad. La felicidad, a cuatro leguas del hogar: gritos, nervios, impotencia y desazón diarios. Y discusiones y rupturas matrimoniales, ojo. ¿Niños motivados? Nada más lejos de la realidad: niños ociosos y llorones a quienes nada satisface y contenta. El agasajo permanente los vuelve ingratos. Y la ingratitud es la antesala de la infelicidad. ¿Democráticos? Más bien, despóticos, siempre con la lágrima en el ojo o el exabrupto en la boca. ¿Por qué lloran y protestan tanto? Muy sencillo: porque les estamos pagando por ello. Llorando y protestando consiguen lo que desean. ¿Quién de nosotros no estaría todo el día lagrimeándole al jefe si cada vez que lo hiciésemos nos diera 20 euros para que nos callásemos? ¿Solidarios? Ni por asomo. ¿Dialogantes? Digamos, respondones. ¿Autónomos? Sí, para exigir que les asistan…

Queja común de muchos padres es que sus hijos no les hacen caso. Lógico, señores padres: nadie les ha enseñado a ello, ustedes no se han hecho respetar, no les han enseñado a obedecer. Ustedes tienen lo que yo llamo el SDA: el Síndrome de Desautorización Adquirida. Es un virus ideológico que mina las defensas intelectuales de quien lo contrae. Los infectados, que se cuentan por millones, no tienen defensas ante el niño: no saben darle ninguna orden, no saben imponerle ningún castigo o se lo levantan a las primeras de cambio, le hablan como si fuera su igual (y no lo es), lo sobornan y halagan continuamente (convirtiéndolo en un ingrato), lo idolatran (y lo hacen desdeñoso), lo consienten, no le han enseñado el significado de la palabra no (y hace lo que quiere), le prestan una atención desmedida o patológica (se siente el centro de atención, el rey de la casa), no le imponen deberes, le sacan siempre las castañas del fuego, le esconden la dureza de la vida (pero él no lo sabe), lo llevan entre algodones, le hacen mil regalos, se rebajan a discutir con él, creen que sus rabietas lo harán sumamente infeliz (y no aprende a tolerar la frustración), se desautorizan entre ustedes ante él… Francamente –y lo siento-, difícilmente se podría hacer peor. Pero hay una vacuna contra ese virus. Se llama sentido común y no precisa receta médica.

SÍNDROME DEL EMPERADOR

El SDA paterno ha generado un síndrome filial: el del emperador. No en todos, por supuesto, pero sí en muchos, y la cosa va en aumento. Lo tienen aquellos niños que tiranizan a sus padres o hermanos y convierten el hogar en un pequeño infierno. En su despótica vesania llegan a insultar, amenazar o agredir a sus familiares. Trascribo a continuación, muy brevemente, algunas notas tomadas de Internet (recomiendo al lector buscar más información al respecto. La hallará sin dificultad):

Las cifras del problema

Las estadísticas no sangran, pero muestran tendencias. El Fiscal General del Estado Español recibió en el año 2006, 6.000 denuncias paternas sobre maltrato. Padres y madres que acudieron a las autoridades asustados por niños y jóvenes de 7 a 18 años que insultan, amenazan o golpean a sus familiares.

El asunto es preocupante toda vez que el fenómeno ha aumentado y se constata en el 2009 un aumento ocho veces superior a lo que ocurría el año 2000.

Es más inquietante al saber que sólo un 10% de los casos son denunciados y corresponden a los episodios más graves.

 

Razones del síndrome

Javier Urra, psicólogo de la Fiscalía de Menores del Tribunal Superior de Justicia de Madrid, autor del libro «El pequeño dictador» sostiene que:

«algunos psicólogos y pedagogos han transmitido el criterio de que no se le puede decir no a un niño, cuando lo que le neurotiza es no saber cuáles son sus límites, no saber lo que está bien y está mal. Ésa es la razón de que tengamos niños caprichosos y consentidos, con una filosofía muy hedonista y nihilista«.

Según Urra, si un niño

«hace lo que quiere, que piensa que todos a su alrededor son unos satélites, que a los dos años no ayuda a recoger los juguetes, que jamás se pone en lugar del otro, aprende que la vida es así y la madre es una bayeta que sirve para ir detrás de él«.

Más que preocupante, diría yo. Si sólo un 10% de los casos es denunciado, hágase la multiplicación pertinente. Tenemos sobre 60.000 menores con ese síndrome. ¿Algún docente en su sano juicio cree que podría enseñarle matemáticas o lengua a un chico habituado de insultar y agredir a sus propios padres y abuelos? Ya sé que no todos los chavales tienen ese síndrome, faltaría más. Pero es que no hace falta llegar a esos dramáticos extremos para empezar a preocuparse, ni para entender que estamos ante un fenómeno que requiere la máxima atención y desvelo. Sin duda, un porcentaje grande de niños no llegan a tenerlo, pero se quedan en un nivel de insolencia que los hace intratables y, desde luego, inservibles para el estudio.

 

¿POR QUÉ TODO ESTO?

Una de las razones más oídas para explicar todo este desbarajuste es que los padres de hoy están ausentes la mayor parte del día por cuestiones laborales, de modo que no tienen tiempo para atender y educar adecuadamente a los hijos. No negaré que sea un factor a tener en cuenta. La madre del cordero, sin embargo, no está ahí. Dos observaciones al respecto: 1. Los padres de hace décadas (los pre-constitucionales y anteriores, aunque no sé si los antediluvianos) tampoco disponían de mucho tiempo que dedicar a los hijos. Las tareas domésticas eran agotadoras y absorbentes. Los padres, por su parte, solían llegar a casa rendidos del trabajo, tras una dura jornada en la fábrica o  detrás del arado. Para colmo, solían ser familias numerosas: no había tiempo para atender con esmero a cada hijo. Era imposible. Hoy, por el contrario, son muchos los hijos únicos y no es obvio que reciban menos atención paterna que aquéllos. 2. Más revelador: He podido observar que en aquellos hogares en que un progenitor está en casa a tiempo completo, el desbarajuste sigue siendo el mismo, por no decir mayor. El problema no radica ahí. Radica en las pésimas prácticas educativas que una mayoría de padres emplea cuando están con los niños. Tan malas son esas prácticas que, al cabo, los niños acaban siendo los que dan órdenes a sus adultos. Y esto supone el caos y el interregno.

(Mención y análisis aparte merecen los trastornos emocionales infantiles causados por separaciones y divorcios, masivos y en aumento hoy día. No puedo estudiarlos aquí. Baste decir lo obvio: que tienen un influjo pésimo o letal en el alumno).

¿Por qué todo esto? Porque el SDA es un potente virus ideológico que fagocita el sentido común del padre (o docente). Ese virus está armado de las más sofísticas falacias paidocéntricas, cuya enjundia desquicia todo el sistema conceptual de la persona infectada y destruye el disco duro de la racionalidad. Así, por ejemplo, la víctima confundirá autoridad con autoritarismo, disciplina con rigor castrense, orden con dictadura, esfuerzo con esclavitud, sabiduría con absolutismo, responsabilidad con sometimiento, presión con represión, excelencia con clasismo, prudencia con inhibición o apocamiento, comedimiento con auto-represión, pudor con mojigatería, urbanidad con elitismo, teoría con rollo y prejuicio, tradicional con anticuado, cultura con ranciedad, erudición con pedantería, fuerza de voluntad con auto-flagelación y negación de la libertad… Por eso es misión casi imposible discutir racionalmente con el infectado. Cada palabra que uno dice la connota de significados ominosos. Así no hay manera.

 

VAMOS A LA ESCUELA

Vamos a la escuela con este niño a quien sus padres no le han enseñado a obedecer, a ver qué pasa. ¿Qué se encuentra el maestro y el profesor? A un niño incapaz de atender, de prestar atención ni veinte segundos seguidos. Eso es lo que pasa. Repare el lector en la definición de educación del RAE: “cortesía, urbanidad”. ¿Y qué es cortesía?: “Demostración o acto con que se manifiesta la atención, respeto o afecto que tiene alguien a otra persona.” ¿Y qué es urbanidad? Esto: “Cortesanía, comedimiento, atención y buen modo”. En ambas palabras aparece la voz “atención” (atención al otro). Pues bien, este es el problema, amigos: que los niños maleducados no prestan atención a sus semejantes. En este caso, a sus maestros. ¿Cómo queremos entonces que aprendan? Nuestro sistema de enseñanza quiebra por lo más básico, por sus mismos cimientos. Quiebra porque los alumnos no han aprendido (no se les ha enseñando) a prestar atención a nadie (salvo a sí mismos). Sin respeto y consideración hacia el otro, nada puede ingresar en la inteligencia (no el pensamiento del otro), que queda condenada a vagar en un laberinto de solipsismo e idiotez (o atrapada en la Red). Este es nuestro drama. Falla la educación y, por consiguiente, falla la enseñanza.

Este déficit de atención hacia el adulto se generaliza a la atención intelectual. Me lo confirma una prima maestra de un pueblo de Castellón. Me cuenta que hace unas décadas, los niños pequeños podían copiar en su cuaderno el contenido de toda la pizarra. Hoy, no, ni mucho menos. Esas criaturas llegan a clase con un severo déficit educativo: Un severo déficit de atención. Nadie les ha enseñado a obedecer reglas. Por eso tantos maestros se quejan del aumento de niños hiperactivos. Muchos no lo son. Son niños a los que no se les ha enseñando a centrar la atención: a obedecer al adulto y observar normas y reglas. Dicho coloquialmente: están neuróticos perdidos. La moraleja es muy aleccionadora: los niños con déficit de atención social (no atender al adulto), no desarrollan convenientemente la atención intelectual (prestar atención a una explicación). La social precede y prefigura la intelectual. Por algo somos seres sociales.

Los problemas académicos no aparecen en el tramo de los catorce a los dieciséis años, sino mucho antes, en la misma Primaria. Lo que ocurre es que, a partir de los catorce, el chaval es ya por completo intratable e inmanejable.

La escuela logsiana, para colmo, continúa el laisezz faire familiar. El chico seguirá viviendo en el país de las maravillas, por completo ajeno a deberes y responsabilidades. Todo un arsenal de medidas, recursos materiales y humanos (sus rendidos fámulos) se dispondrá en su favor: psicopedagogos, profesores terapéuticos, asistentes sociales, maestros de apoyo, adaptaciones curriculares, abajamiento de contenidos académicos, excursiones, ordenadores, clases comunicativas y divertidas, vídeos, musiquillas, lemas halagadores de la juventud… Cualquier cosa menos exigirle que estudie.

Por eso dije más arriba que la escuela actual maleduca en la parcela que le toca. Obsérvese cómo, de nuevo, falla la cosa en el terreno de la educación. Después, y consecuentemente, en el académico. Consentir al alumno, eximirlo de responsabilidades, permitir que campe por sus respetos, no presionarlo, no obligarlo a obedecer (a estudiar y comportarse bien)… El fracaso académico es consecuencia de un sistema familiar y escolar que lo maleduca. La mala educación es la antesala de una enseñanza mala. El desastre perpetrado en los hogares se continúa en las escuelas y cuaja, por fin, en las calles, a instancias de una lenitiva Ley del Menor. Entre la LOGSE y lo que ocurre en las casas no hay discordancia, sino perfecta armonía.

 

¡SE DEROGÓ LA LOgsE!

Imaginemos la mejor situación posible para un futuro no lejano: tras la presión de Deseducativos y otras asociaciones repartidas por España, los políticos han recobrado el sentido común y han derogado las leyes vigentes sobre educación. Se acabó abaratar y regalar títulos. En adelante, se exigirá esfuerzo y resultados a los alumnos. La ley requerirá e impondrá disciplina y respeto a los discentes. Ah, será fenomenal. Motivo de alegría y celebración… Nos está permitido soñar, supongo.

Lo cierto, por desgracia, es que no hay señales de cambio en el horizonte. No lo suficientemente claras. Pero lo peor de todo, estimados amigos, es que una ley sensata, siendo buena y harto necesaria, no lograría sacarnos, a mi juicio, del marasmo en que nos hallamos. Sin duda, muchos padres obligarían a sus retoños a estudiar en serio, sabedores del encarecimiento del aprobado y el título. Mi opinión, no obstante, es que una cantidad enorme de padres seguiría sin saber presionar a sus hijos, hijos malcriados desde la cuna. Unos padres auto-anulados, auto-desautorizados no sabrían aprovechar la buena nueva de una ley sensata sobre la enseñanza. ¿Por qué habría de estudiar el chaval? ¿Qué consecuencias perjudiciales tendría no estudiar para él? Estas: No aprobar, no obtener el título. ¿Y qué? Lo cierto es que ya hay una cantidad ingente de chavales que no lo obtiene. Hay muchos ya en esa situación. La posibilidad de terminar la secundaria sin un título, no ha espoleado el propósito de enmienda en casi nadie. Reparemos en las cifras de fracaso escolar. Tenemos un 30% de alumnos que abandona sus estudios o no obtiene el título. Y sabemos que es una cifra falsa. Con criterios de evaluación menos lenitivos, las cifras serían bastante mayores.

Siento hacer de abogado del diablo, pero la pregunta me salta a la lengua: ¿por qué confiamos en que una ley más exigente rebajaría el índice de fracaso? A muchos de los que abandonan sus estudios o simplemente están sin estar, les importa una higa la amenaza del fracaso. ¿Qué razones tenemos para pensar que esos alumnos que son suspendidos y los que son aprobados por los pelos hincarían los codos con una reforma sensata de la enseñanza? El sistema les brinda las mayores facilidades del mundo y, sin embargo, se quedan por el camino. Obviamente, el problema no reside en los que aprueban con cierta holgura. Estos, con seguridad, pondrían más empeño y esfuerzo, adaptándose a los nuevos requerimientos. Pero toda esa población de alumnos que hoy fracasa o que tiene un éxito falso, simplemente tropezaría antes académicamente hablando si la ley se volviese más exigente con ellos, lo cual sería de utilidad para chicos con padres con autoridad, pero no para quienes no los tienen. Creo que estamos en un profundo error cuando dirigimos (casi) exclusivamente nuestra atención a las nefastas leyes que tenemos. El problema, me temo, es más hondo. Cualquier político sabe intuitivamente que, dada la mentalidad de los padres y alumnos de hoy día, la aprobación de una ley exigente no haría otra cosa que evidenciar o destapar un mayor índice de fracaso escolar. Por eso nadie, ningún político, está dispuesto a dar el paso. Por eso optarán por más de lo mismo; es decir, por ensayar la consabida fórmula del abaratamiento del aprobado y del título, de maquillar o falsear descaradamente las estadísticas remitidas a los inspectores europeos. No les queda otra. Saben que la escabechina sería terrible con una ley seria y rigurosa. Y para el ministro y el gobierno de turno eso sería tanto como aceptar el suicidio político o electoral.

Nuestro verdadero problema reside en que, a la par que contrajimos la LOGSE, la población de padres quedó seducida por los cantos de sirena igualitaristas, el laissez faire y la permisividad en el hogar: la “educación feliz”; y quedó a merced de un síndrome (el SDA) de terrible potencia aniquiladora. Y ahora lo que nos aflige no es sólo una mala ley, sino una mentalidad por completo contraria al espíritu de la excelencia, el esfuerzo, el mérito o el sacrificio. Algo que afecta tanto a niños como a adultos. En realidad, a la sociedad entera.

Nadie tendrá que contarme los estragos que ha causado la promoción automática. Ha actuado esta como un anestésico: elimina el dolor pero no cura la herida. A los padres, desde la implantación de la Reforma, les ha faltado información puntual (retroalimentación), veraz y realista del desarrollo académico de sus hijos. Confiados en que estos no podían, por ley, quedar retrasados por mucho tiempo, quizá han llegado a imaginar el “Título Automático” tras la Secundaria. No en balde, sé de algunos que lo reclaman para sus polluelos como un derecho. La confianza, dicen, mata al hombre. No otra cosa nos ha matado aquí: un sistema que ha permitido que muchos padres, despistados con los bálsamos estupefacientes del “progresa adecuadamente” y la promoción automática, hayan bajado la guardia por completo desde un principio. Para cuando algunos hayan querido reaccionar, era tarde: a su niño, malacostumbrado por la ley o leyes de marras, ya no había fuerza humana capaz de hacerle estudiar nada. Y es que a la “promoción automática” le corresponde, lógica y psicológicamente, el “título  automático”: “si me has estado aprobando y promocionando durante toda la escolarización sin merecérmelo, ¿por qué ahora me niegas el título aduciendo que no me lo merezco?: ¡si el mérito no importaba ayer!”.

Pues bien, una ley sensata que eliminara la promoción automática y restableciera un sistema de evaluaciones riguroso y detallado, devolvería a los padres la información académica realista que hoy se les niega. Sabrían pronto de las aptitudes y actitudes del niño y tendrían oportunidad de corregir sobre la marcha sus tropiezos o estancamientos. Es decir, entiendo la imperiosa necesidad de derogar unas leyes como las que tenemos. Lo que digo, lo que añado es que eso no sería suficiente. Por un lado porque al igual que la población de alumnos se ha acostumbrado a la buena vida escolar, también lo han hecho sus padres. La LOGSE y siguientes engendros legales han malacostumbrado a todos. A unos, los alumnos, a no estudiar. A otros, los padres, a no tener que exigir el estudio. Por otro lado, como vengo argumentando desde el principio, porque los progenitores postconstitucionales padecen el Síndrome de Desautorización Adquirida. Todo ello junto nos deja en la penosa situación en que hoy nos hallamos.

Al chico se le puede explicar que tendrá un futuro laboral comprometido si no estudia. Sí, pero lo cierto es que él llega a casa y tiene su equipo de música, su ropa de marca, su Play, su cena puesta, su moto para fardar, su licencia para holgazanear, su dinero para alcohol y demás drogas; o sea, todos los privilegios intactos. Él no ve el peligro. Ni lo huele. Él no ve la ventaja de estudiar. La vería si los padres supieran ponerse en el lugar que les corresponde y no anduvieran con miramientos igualitaristas a la hora de ejercer su autoridad. Si acertasen a recuperar la autoridad que nunca debieron perder y le obligasen a estudiar. ¿Cuántos adultos se asustarían de perder el trabajo si siguieran conservando el sueldo?

Si tenemos una población de padres con el Síndrome de Desautorización Adquirida y una población de niños insolentes o, en el peor de los casos, con el Síndrome del Emperador, ¿nos está permitido ilusionarnos con que un cambio de leyes sería suficiente para sanear la escuela?

 

EL PESO DE UNA AUSENCIA

Los padres no sólo faltaban en esta bitácora tan singular. Eso tenía remedio, al menos en lo que a mí respecta. Lo malo, lo realmente serio es que los padres de hoy (muchos, no todos, por supuesto, pues no hay regla sin excepción) están ausentes respecto de sus hijos. Padres que quieren ser amigos o colegas de sus niños son padres ausentes, evasivos, en retirada. Otras veces, obsesivos, ansiosos e hiperprotectores. Rara vez firmes y serenos. En muchos sentidos importantes supone la orfandad virtual para el niño.

Recuerdo bien que, hace unos años, Manuel Torreiglesias, el anterior presentador de “Saber vivir”, se lamentó un día de que cuando se anunciaba la sección en que tocaba hablar de los problemas entre padres e hijos, indefectiblemente, se producía un bajón tremendo en los índices de audiencia. ¿Acaso no les interesa a los padres dicha sección? ¿No les afectan los problemas de que allí hablaban expertos en educación? ¿O quizá, más bien, cambiaban de canal por esquivar una sensación de angustia e impotencia?

¿Y de qué no se quieren enterar los padres? De todas aquellas conductas filiales que no saben cómo controlar: rabietas, contestaciones, amenazas, violencia, despotismo, drogadicción, tabaquismo, borracheras, botellón, sexo sin protección, embarazos no deseados, abortos, pandillas callejeras, conducción temeraria, malas compañías, delitos familiares, acoso escolar, violencia entre jóvenes, gamberrismo…

Nuestros niños son los terceros más gordos del mundo, solo por detrás de los estadounidenses y los británicos. La razón es sencilla: al niño se le ofrece comida muy calórica y sabrosa porque es, obviamente, la que más le gusta. No se le sabe negar por miedo a sus rabietas y malos modos. Los padres, además, como ya dije, quieren ver siempre feliz a sus retoños. Piensan que frustrar sus deseos gastronómicos –o cualesquiera otros- lo traumatizará o lo hará infeliz. O que si no se le da lo que desea, dejará de quererlos. ¿No es grave que los padres no sepan cuidar de la salud de sus propios hijos? ¿No es grave que muchos niños estén condenados a sufrir enfermedades crónicas que limitarán su longevidad y calidad de vida por culpa de una dieta insana?

Estamos a la cabeza de Europa en consumo de cocaína. El cannabis todavía se consume más. El número de embarazos no deseados y de abortos de menores es igualmente alarmante. Omito cifras y datos porque el lector interesado, el que no quiera jugar al avestruz, podrá encontrarlos fácilmente en Internet.

Todos estos problemas conductuales no están causados por la LOGSE. Su origen está en las familias, en unos padres igualitaristas, mayormente bienintencionados, pero incapaces de controlar a sus pimpollos. Si se muestran incompetentes para controlar al niño de dos años, ¿cómo podrían saber controlar a los de catorce? Nada puede extrañar que prefieran mirar para otro lado y delegar en otros, en maestros y profesores, la indelegable tarea de educar a sus hijos. A este paso, lo de menos será si el niño estudia o no. La lógica preocupación de los padres será que sus vástagos no se metan en líos de drogas, pandillas, sexo sin protección…

Para todo hay fórmulas de consuelo. Cuando yo he presentado a algunos contertulios liberales datos y argumentos sobre la preocupante deriva conductual de gran parte de nuestros jóvenes, he recibido siempre la misma respuesta: “antes era peor; con Franco todo era peor. Nuestra época es preferible.” Triste, estúpido e improcedente consuelo.

Tenemos, señoras y señores, un problema de primer orden. Y no podemos esperar respuesta de nuestros inefables políticos, como no la podemos esperar en relación a las leyes educativas (LOGSE, LOE…). Ellos solo tienen sonrisas, prebendas, subvenciones y promesas falsas para los padres, sus clientes. Nadie saldrá al escaparate público para hablar sin eufemismos de la cuestión y pedir a los padres que cumplan con su impostergable deber de educar a sus hijos, tal como lo establece la ley y el sentido común. No habrá ninguna “campaña de concienciación” al respecto. Sería un pecado de incorrección política demasiado grande. En un sistema venal como el nuestro, en una democracia infectada de demagogia, la casta política, muchas veces, más que solucionar problemas, los crea.

Ya habrá advertido el lector que no voy buscando amigos. No me importa nada ser políticamente incorrecto. No obstante, nadie se confunda: en modo alguno mi objetivo es incomodar o molestar. Ocurre, eso sí, que no soy político ni mercader que precise vender su producto a costa de mentiras, eufemismos y vanas promesas. Sólo me mueve el deseo de contar honradamente lo que a mí me parece una verdad ostensible; tanto, que sólo un histérico y forzado acto de ceguera podría preterirla. No lo niego: bastantes conductas paternas me parecen reprobables. Aquellas que bordean la negligencia. Con seguridad, empero, la mayor parte de los padres quiere lo mejor para sus retoños y sus intenciones son buenas. En general, no falta amor por los hijos, ni preocupación por ellos. Lo veo todos los días en mis queridos amigos: personas inteligentes y bien formadas que, no obstante, andan tremendamente confundidas a la hora de educar a sus hijos. Demasiadas falacias pueblan y trastornan su pensamiento. A veces, me tomo la confianza de advertirles e instruirles sobré qué cosas deben o no hacer. Me dan la razón, y no la de loco. Sin embargo, se muestran emocionalmente incapaces de aplicar las sencillas instrucciones que les doy. La rabieta del crío les puede.

Señores padres, queridos padres: no podemos seguir así. Olvídense de las consignas igualitaristas aventadas durante varias décadas por los falsos gurús del buen rollo. Dejen ya de ser epígonos de los santones del igualitarismo y de pedagogos de la farfolla y la quimera. Retomar la autoridad no equivale a ejercer de déspota. No tiene nada que ver lo uno con lo otro. Amor y disciplina no sólo son compatibles. Son necesarios.

Den un paso adelante. Comparezcan ante sus hijos y ejerzan de padres. Su ausencia pesa demasiado.

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Categorías: Diagnósticos, Soluciones

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85 comentarios en “Los padres: el peso de una ausencia”

  1. Francisco Javier
    8 octubre 2010 a 10:11 #

    Lieber Raus,

    fantástico tu artículo. De momento, tan sólo decir que considero que has abierto una nueva dimensión en Deseducativos sobre la que habrá que reflexionar largamente. Siempre tendemos a centrarnos en la ESO, olvidando que el desastre está ya en la escuela.

    Enhorabuena y gracias.

  2. Ana Belén
    8 octubre 2010 a 11:34 #

    Magnífico y necesario artículo. Me uno a la felicitación de Francisco Javier. Ojalá tal desfile de verdades cale en más de un padre. Me ha sorprendido la alusión al libro de Marina, pues casualmente lo estoy leyendo, me llamó la atención porque supuestamente ayuda a recuperar la autoridad a padres y docentes, pero de momento no he encontrado nada de utilidad (más que las definiciones teóricas de los conceptos que se manejan), y sí unas cuantas afirmaciones que me escamaban un poco al leerlas. Ahora entiendo su procedencia.
    Una parte que me ha encantado leer, por haber vivido en primera persona el curso pasado lo que en ella se afirma, es la que lleva por título «Vamos a la escuela». Los alumnos con los que tuve serios problemas eran incapaces de mantener la atención ni dos minutos, me faltaron al respeto verbalmente cada uno de los días que tuve que estar con ellos (no diré «que tuve que dar clase» porque eso fue absolutamente imposible), nunca había visto tanta mala educación junta, pero lo peor de todo fue que cuando por fin decidí, tarde, coger el toro por los cuernos y llamar a sus padres, sólo de una madre recibí la atención adecuada, del resto recibí plantón, amenazas o directamente no atendieron el teléfono. Volviendo a la atención, uno de ellos afirmaba que le resultaba imposible estarse quieto en la silla: «es que no soy capaz» decía. Eso sí, este joven, como sus compañeros, tenía un móvil mejor que el mío, ropa último modelo, tabaco, dinero para ir al bar de al lado en el recreo y encima practicaba el snow-board con una tabla y un equipo completo… A mi me parece que esto a lo que estamos llegando (o hemos llegado ya) es propio de una sociedad desquiciada por completo y desnortada. En fin, será mejor dejarlo.
    Enhorabuena por tu artículo, Raus. Es espectacular. MIentras esperamos a que vengan tiempos mejores, sigamos soñando con ese cambio, que por algún sitio tiene que empezar, y por la educación sería un buen comienzo, aunque no resolviera totalmente el problema que afecta a la sociedad española.
    LOE DELENDA EST!

  3. 8 octubre 2010 a 13:20 #

    Antonio, un artículo excelente. Un abrazo.

  4. Tineo
    8 octubre 2010 a 13:31 #

    Buenos días:
    Niego la mayor.
    Como que la vulgaridad y el analfabetismo no cotiza al alza?
    No ven Uds, acaso, los programas de TV con mas share?
    Tengo hijos en la adolescencia, esa edad en la que el/los padre/s comienzan a ser una parte más del universo, y tengo un grave problema de “modelos” de persona y sociedad.
    Con qué cara le digo que para triunfar en la vida hay que estudiar?
    Quien triunfa en la sociedad hoy en día?
    Quien acapara los medios? Barbacid? Exiliado.
    Para ser político………..idem.
    Entonces?
    Familia? Padres?
    Experiencia reciente: Hace unos días apareció por el insti una agente de igualdad (lo juro), acaparó el horario de tutoría.
    El resumen es una alabanza a la familia alternativa, a la sexualidad alternativa, etc.
    Como queda pues la mencionada “auctoritas” paterna?
    Es verdad que como reacción al, supuesto, autoritarismo de la educación familiar y escolar de los años 60, se propuso en la Transición una enmienda a la totalidad.
    Es lo que hemos sembrado, por otra parte me deja un regusto amargo que Uds (los profesionales de la educación) intenten hacer recaer en las familias el peso de la culpa. De una parte alentaron esa manera de hacer las cosas, de otra la familia es el eslabón más débil, es donde los sentimientos, el chantaje emocional es más acusado.
    No quiero enrollarme más, me extraña la poca participación (en comparación con otros temas de debate) pues parece que en este foro no hay padres.
    Quizá mas adelante siga con muchas cosas que se me quedan en el tintero.

    • Polícrates
      8 octubre 2010 a 15:47 #

      Antes de nada, Tineo, le doy la bienvenida a Deseducativos. Igual que vd. yo soy un navegante que no participa en la administración del foro pero creo que ellos lo recibirán con los brazos abiertos.

      Entrando en el fondo de su réplica, de la que vd. mismo admite necesitaría mayor desarrollo, no termino de ver que esté vd. «negando la mayor». En todo caso, observo la indignación de una persona forzada a remar contracorriente. Lamentablemente no creo posible ordenar el sistema educativo y la vida civil para aliviarle de esta pesada carga que vd. mismo asumió en el momento que se convirtió en padre. Es más, creo que tales tentativas serían (son) perniciosas: no hay más que ver a la lamentable situación a la que nos ha llevado la teoría salvífica de buenismo educativo, el que habría de hacernos a todos y todas felices y felizas. Lo que indigna, y le indigna a vd. también pues ambos somos padres, es que la ley no me permita apartarme a la orilla, donde la corriente castiga con menor ahínco lo que facilitaría la remontada.

      No voy a ponerme espléndido, intentaré explicarle mi postura con un ejemplo. Trata este hecho real de un tema complementario a lo que vd. expone: la degradación de los contenidos académicos.

      En cierta ocasión apartado del rio de alumnos, que regresando del recreo remontaban las escaleras hacia el aulario, coincidí con una compañera de departamento. Ésta me comenta indignada que está harta de las matrices inversas, es decir, «de tener que dedicarse a calcular matrices inversas como si estuviéramos en el siglo pasado». Le comento que no me parece ninguna barbaridad exigir este tipo de contenidos a un muchacho de 2º de bach. y me contraataca con que «existen unos programas maravillosos que te lo hacen todo en un pis pas». Mi minimalista respuesta se ciñó a mi ámbito personal: «cierto, pero no es el tipo de educación que yo quiero para mi hijo». En tono todavía más indignado termina la cháchara con que «pues yo si la deseo para los mios».

      Y todo esto no resultaría lamentable si no fuera porque:

      1.) La evolución natural del esperpento que nos rige nos depara este futuro: derribo progresivo, para que nadie ser percate, de todo atisbo de matemática real que será sustituida por habilidades digitales (darle a la tecla). De momento los temarios mantienen en apariencia los mismos contenido de hace 20, 25 o 30 años pero no resisten ni el más mínimo análisis riguroso. Punto importante a destacar, y que le alegrará el día: una buena parte de los profesores de matemáticas de secundaria no están dispuestos, tal vez incapacitados, para admitir la barbarie, la estafa cometida.

      2.) Yo estoy dispuesto a admitir la existencia de colegios que colmen de felicidad a mi compañera pero, a juzgar por el silencio con el que la misma me ha cubierto, creo que ella no concibe más posibilidad que la existencia de este tipo de colegios.

      3.) Los orientales nos van a comer vivos, crudos o con patatas.

      No me extenderé más. Puede visitar la web de Andrei Toom si siente algún interés por estas cosas de las matemáticas escolares que le he comentado. El señor Toom se centra en los casos useño y brasileño, extensibles al noventa y tantos por ciento al caso español. Si es vd. ateo, y eso le preocupa, le recomiendo el artículo de Dotsenko enlazado desde la web de Toom: pone los pelos de escarpia.

      http://www.de.ufpe.br/~toom/
      http://nauka.relis.ru/05/0412/05412020.htm
      http://translate.google.com/translate?js=n&prev=_t&hl=en&ie=UTF-8&layout=2&eotf=1&sl=ru&tl=es&u=http%3A%2F%2Fnauka.relis.ru%2F05%2F0412%2F05412020.htm

      Otro día le momento me conversación con una mujer rusa madre de una niña de primaria que quiso enterarse por este servidor del tipo de instrucción (matemática) que recibiría su hija en el instituto y si existía algún instituto especial (después de tantos años en España, se ve que todavía quería creer que tal vez dispusiéramos de estos centros de excelencia). Dos posibilidades le di: colegio de la embajada rusa o instrucción en casa. En parte me arrepiento de haberle expuesto la cruda realidad tan abiertamente, de haberle dado rienda suelta a la indignación que a diario me acompaña.

      Mi más cordial saludo y ojalá acudan más padres como usted, resultaría enormemente enriquecedor.

      • 8 octubre 2010 a 17:56 #

        Polícrates, suscribo totalmente tu afirmación, pero con un matiz. Yo creo que los orientales nos van a comer cortados en trocitos pequeñitos, al Chop suey. Fijo. Seguro.

      • Jesús San Martín
        9 octubre 2010 a 10:20 #

        Estimado Polícrates a su compañera que opina así de las matrices inversas sólo debe ponerle el siguiente problema. Un sistema compatible determinado, de dos incógnitas, mal condicionado y que busque la solución invirtiendo la matriz del sistema usando el ordenador. Me explico, dos rectas en el plano de pendiente muy parecida. Al no ser la pendiente la misma no son paralelas y por tanto se cortan, pero como la pendiente es muy parecida se cortan donde el viento da la vuelta, por consiguiente el determinante de la matriz será muy pequeño, tal como 10 elevado a -100, o más pequeño, en consecuencia por la limitada precisión del programa generará un cero y dirá que la matriz no es invertible, implicando automáticamente que el sistema no tiene solución: lo que es falso. Si la compañera argumentase que tales sistemas son poco frecuentes recuérdele que el “número” de tales sistemas es Alpeh-1 (dejando una recta fija y variando la pendiente de la otra), es decir, cardinalidad de los reales, la misma que el cardinal de los conjuntos que ella piensa que es mayor, si insiste llámela tonta y recuérdele que puede establecer una biyección entre la recta real y un intervalo finito de la misma. Es fundamental comprender esa problemática porque subyace en el problema de los pequeños divisores en los sistemas perturbados.
        Dejando de lado una matriz numérica, lo que le importará a un profesional es una matriz que dependa de parámetros, forzando que el determinante (“que también calculará el ordenador según su compañera”) se anule para que el teorema de la función implícita no se satisfaga y no haya unicidad de soluciones: la madre de toda la teoría del caos y que rige los latidos de nuestro corazón y las tonterías que pasan por nuestro cerebro, entre otras cosillas.

        Saludos.

  5. Raus
    8 octubre 2010 a 14:02 #

    Queridos amigos, gracias a todos por vuestras palabras. Más adelante os contestaré con más detenimiento.
    Estimado Tineo, no es cierto que yo cargue culpas sobre los padres de la manera que usted dice o da a entender. Mire, yo soy psicólogo, no docente, aunque he dado clases a chicos de muy diversas edades. Como usted verá, en este artículo, y en otros, me meto mucho con mis colegas (obviamente, no con todos). No se me podrá acusar de corporativista precisamente.

    De los padres he de decir dos cosas: por un lado que son víctimas de una ideología oficial y de unos psicólogos y pedagogos que los ha confundido enormemente. Por otro, que ya es hora de que, a la vista de las evidencias, reaccionen contra esa ideología oficial, pues, en última instancia, creo que el ser humano debe saber capaz de asumir y rectificar sus errores cuando éstos saltan a la vista. Errar es humano pero porfiar en el error, un acto de contumacia inadmisible.

    A los docentes que comulgan con la permisividad inherente a la LOGSE y LOE, les he dicho lo mismo: que se equivocan. Por último, no he escamoteado críticas a la televisión y sus terribles modelos.

    Lo que yo pido a los padres es que reaccionen. Y eso mismo se está pidiendo a cada momento en estas páginas a los maestros y profesores: que reaccionen de una vez contra todo aquello que les impide o dificulta desarrollar su trabajo. En definitiva, todos los agentes implicados en la educación y la enseñanza debemos rectificar y reaccionar ya. Y si tal cosa pido a unos y otros -y aquí especialmente a los padres- es porque los considero responsables de sus actos. Imagino que también usted los considera responsables. Y porque, cronológicamente, la educación (paterna) es, obviamente, anterior a la enseñanza (escolar). De ahí la imperiosa necesidad de que la población de padres cumpla con su derecho y obligación de educar bien a sus hijos. Si la labor educativa está mal hecha, la académica también lo estará.

    Saludos.

  6. Limbania
    8 octubre 2010 a 14:28 #

    Felicidades, amigo, por el completo e ilustrado análisis.
    A José Antonio Marina lo tengo yo calado desde hace tiempo, cuando leí un arículo sobre la violencia en las aulas. Hacía el hombre una exposición acertadisima y pormenorizada de las formas de violencia, de los padecimientos y tribulaciones de los docentes, de sus consecuencias… para terminar proponiendo que todo ello se arreglaría si a principios de curso alguien, el director, le explicara a los chavales cómo tenían que comportarse. A intelectualismo moral este Marina le gana al mismísimo Sócrates, que en paz descanse.
    La Disneylandia en que muchos viven nos ha hecho mucho daño.

  7. 8 octubre 2010 a 16:15 #

    Llevo, desde que nos obligaron a empezar el 7 de setiembre las clases, oyendo en la radio, de bon matí, un anuncio en la SER (que tiene una publicidad de juzgado de guardia, por cierto) de Peugeot o de Citroen, no sé, que soy tan sensible a los coches como a la retórica de Maragall, el Consejero; un anuncio en el que comienza afirmándose lo siguiente: «Por fin se acabó el verano, los niños gritando, los castillo en la arena…»
    La publicidad se basa en el engaño y en la manipulación de los mensajes para conseguir aquél, pero no va «radicalmente» contra los valores sociales arraigados, porque no hallarian eco sus mensajes. Así pues, que los padres están deseando «perder de vista y oído» a sus indóciles cachorros es una verdad como un templo. Si así no fuera, ¿cómo es que nadie ha denunciado esa campaña ante la justicia, del mismo modo que se denuncia cualquier anuncio machista, racista, belicista o antidemocrático, por ejemplo? ¿O se trata de una verdad «incuestionable»? Me inclino a pensar que sí. Con ese bagaje, entonces, ¿no convendría replantearse el hecho educativo y comenzar a repartir las tareas a quienes les tocan, por derecho de familia, en vez de consolidar la idea pedabobista de que la escuela es la panacea de la vida social? Parafraseemos a Los Bravos: Los padres con los hijos tienen que estar…, y educarlos, y ayudarlos, y acompañarlos en la forja de su personalidad, y ser un referente para ellos y una instancia de autoridad, y un colaborador entusiasta de la tarea de adquisición del conocimiento que ha de ser prioritaria en el sistema educativo.

  8. Raus
    8 octubre 2010 a 16:34 #

    Querido Francisco Javier:
    mi intención era ésa: abrir el debate con problemas a los que no podemos hacer caso omiso si queremos de verdad un sistema de enseñanza eficaz. Precisamos un cambio radical, tanto en las leyes como en las prácticas educativas paternas. El desastre, como bien dices, ya está en la escuela. Y lo está porque, previamente, ya lo está en los hogares. Los problemas de disciplina e insolencia no aparecen a los catorce o quince años, en la ESO: aparecen muchísimo antes. Simplemente, a los 14 el crío está imposible e intratable.

    Querida Ana Belén:
    Yo, al igual que Limbania, también hace tiempo que calé a José Antonio Marina. Si dijera que no he aprendido nada de leerle, mentiría como un bellaco. Pero sobre el asunto presente y otros de gran importancia, Marina no sabe o no quiere estar a la altura de las circunstancias. A base de palabras y cuentos no se recupera la autoridad. Eso es de una candidez que, en Marina, me escama mucho. Casi que no me la creo. Me da la sensación de que no se atreve a ser políticamente incorrecto, quizá para no comprometer la venta de sus libros o no perder parte de su clientela, no lo sé. Y hoy, si se quiere decir algo de fundamento, es preciso ser políticamente incorrecto. Quizá a Marina lo ha engullido el propio sistema y la misma posmodernidad que él critica.
    La incapacidad para atender al otro es el inicio de nuestro drama. Y esa deficiencia aparece en los primeros años de vida, cuando los padres deberían saber condicionar adecuadamente a sus hijos para conseguir su obediencia. Como no hay tal condicionamiento, tenemos lo que tenemos.
    Desquiciada y desnortada: totalmente de acuerdo. Y ya veremos si somos capaces de arreglar esto. Ojalá.
    Un abrazo.

    Querido amigo Antonio:
    Gracias. Un abrazo.

    Estimado Limbania,
    Lo dicho: Marina propone soluciones de Disneylandia. Y dado el predicamento de que goza (que será merecido en gran parte), es mala cosa que nos venga con esas “soluciones”. Que Punset y Marina sean referentes públicos de primer orden en cuestiones educativas, me parece preocupante, pues, con sus mensajes de los mundos de yupi, coadyuvarán a perpetuar la confusión reinante sobre estos delicados asuntos. Decir que los problemas de indisciplina y violencia escolares se solucionan con unas palabras del director al principio de curso, es de una simpleza que raya en la ridiculez.
    Un cordial saludo.

    También a mí me llamó la atención el citado anuncio, Juan Poz. De acuerdo con lo que dice.
    Cordiales saludos.

  9. 8 octubre 2010 a 16:35 #

    Excelente artículo y exhaustivo análisis, Antonio. Sólo me quedaría añadir que, aunque los padres son los responsables últimos de la educación habría que explicar porqué los padres claudican y esto tiene que ver con el tipo de sociedad en la que hemos vivido y en la que se ha producido una crisis de valores, que, ya, en algunas ocasiones, hemos analizado aquí. Y todo ello tiene que ver con el posmodernismo y el relativismo que son la ideología que al sistema neoliberal en el que estamos inmersos le interesa. Insisto, cuando hablo de neoliberalismo no renuncio al liberalismo, sino que me refiero a una perversión del mismo en tanto que razón económica. A este orden neoliberal le interesa la sumisión, la ausencia de crítica y, en definitiva, esos niños tiranos y desobedientes son, en última instancia, esclavos de sus pasiones; por tanto, instrumentos que alimentarán el sistema. Creo que es necesario, y lo intentaré, hacer un análisis desde la perversión de la razón ilustrada hasta el posmodernismo, relacionándolo con el imperialismo neoliberal que ha producido una crisis de valores en la que todos estamos inmersos. Con ello no pretendo exculpar a los padres. Creo en la libertad y la reivindico como el máximo valor. Lo que quiero decir es que hay que analizar la estructura social que sirve como condición de posibilidad, suficiente, aunque no necesaria, para que se produzca la situación que tan agudamente has analizado.

    • 8 octubre 2010 a 17:43 #

      Juan Pedro, yo creo que no habría que utilizar la expresión «crisis de los valores», porque no es precisa y porque además la suelen esgrimir los partidarios de la corriente más amarga (los curillas esos que salen a veces por la televisión escandalizándose cual novicias recién ingresadas en el convento). O sea, la expresión ni es acertada y encima es tendenciosa. Yo creo que se trata más bien, y estoy seguro que tú también te refieres a ello, de una «transformación de los valores». Por supuesto que ahora hay sólidos valores que no se encuentran en crisis de ningún modo (a los que tú te refieres cuando hablas de «imperialismo neoliberal»). Y esos valores, presuntamente nuevos, chocan directamente contra los presuntamente viejos valores ilustrados. De cualquier manera espero con impaciencia tu artículo. Un saludo para tí y otro para tu chica.

      • 9 octubre 2010 a 7:05 #

        Efectivamente, Antonio, mejor transformación de los valores o transvaloración. Lo tendré en cuenta. Saludos.

  10. Jesús San Martín
    8 octubre 2010 a 16:43 #

    Excelente y profundo artículo que pone el dedo en la llaga. Tendrá la oposición de:

    1) Los logsianos, que pretenden una educación uniforme e idiotizada dirigida por el partido, con la finalidad de instruir ciudadanos aprobativos a los que poder seguir chupando la sangre.

    2) Los padres, que no querrán reconocer su culpabilidad, y buscarán culpabilizar a los docentes de la dejación de sus funciones paternales, obviando que cuando uno entra en la carnicería compra carne, en la pescadería compra pescado y en la clase de matemáticas compra matemáticas: no educación.

    Felicidades por el artículo y saludos.

    • 8 octubre 2010 a 17:46 #

      Oye, Jesús (permíteme el tuteo),
      ¿por qué no te adhieres a esta causa deseducativa? Montamos unas fiestas de primera.
      Un cordial saludo.

      • Jesús San Martín
        8 octubre 2010 a 18:48 #

        Faltaría más que no te permitiera el tuteo, si lo utilizo continuamente y me esfuerzo por emplear el tratamiento de usted cuando escribo en el foro. Me siento totalmente integrado en la causa deseducativa, más como ciudadano que como docente, ya que tengo la suerte de poder mandar a los capullos a tomar un café cuando molestan en clase. Podéis contar conmigo y ya me diréis en que puedo ayudar.
        Quiero deciros que vuestro blog tiene más proyección de la que imagináis, yo llegué a él desde http://www.qmunty.com que se dedica esencialmente a la economía, y tras haberlo introducido en clase lo visitan algunos de los alumnos.

        Un cordial saludo

    • Raus
      8 octubre 2010 a 19:37 #

      Gracias, amigo Jesús San Martín. Ojalá una parte de los padres asuma sus deberes educativos. Pero sí, sé que la oposición está servida. Te agradecemos (yo también te tuteo) la colaboración. Vamos a necesitar toda la fuerza que podamos concitar.
      Un cordial saludo.

  11. Raus
    8 octubre 2010 a 16:56 #

    Claro, amigo Juan Pedro. Fíjate que en el artículo digo:

    «Al mercado le interesa sobremanera una juventud que viva en la indigencia mental, que crea tener derecho a todo (móvil, Internet, mp3, ropa de marca, mil juguetes, tabaco, alcohol…). Una juventud entregada al capricho y el placer, que actúe siempre por el acicate de la motivación y no por la voluntad, la disciplina y el sentido del deber.»

    En todo ello interviene, como bien dices, el relativismo, el hedonismo, el individualismo y demás rasgos ideológicos de la posmodernidad. Lo cual requiere un detenido análisis para ver nítidamente la relación. Espero con interés el tuyo al respecto. (Yo tampoco ataco el liberalismo, sino ciertas perversiones que de él se han derivado).

    Quiero insistir en esto: los padres no son «los» culpables de la bancarrota académica. Son, con el resto de agentes implicados (políticos, legisladores, juristas, psicopedagogos, maestros, profesores, publicistas, responsables de radio y televisión…) corresponsables de esa bancarrota. Pero a todos y cada uno en particular hay que pedirles rectificar a la vista de los nefastos resultados que hoy sufrimos. Porque creo que es hora de decir: «Señores padres, admitimos que ustedes han sido víctima de modas ideológicas erróneas, pero confiamos en que ustedes, en cuanto que seres dotados de razón y voluntad, sepan reaccionar y salir del engaño en que se hallan. Es hora de reaccionar.»
    A los padres debe llegarles ya este mensaje, pues su labor es capital e impostergable.

    Un abrazo.

    • 9 octubre 2010 a 7:11 #

      Totalmente de acuerdo. Me di cuenta que tratabas el tema en tu artículo. Pero tenemos que tratar de encontrar el hilo conductor que nos lleva a todo esto. Esperemos que entre todos lo encontremos. Saludos.

  12. Francisco Javier
    8 octubre 2010 a 17:06 #

    Desde el primer año que empecé a dar clases comprendí que en ese ambiente de degradación humana era imposible llevar a cabo cualquier tarea de una forma seria. En unas aulas donde la falta de respeto por el docente y por el conocimiento son norma, cualquier intento de enseñar está condenado al fracaso. Y da igual la metodología empleada. Mejor dicho: los alumnos se violentan menos con los métodos tradicionales, que con las metodologías superinnovadoras (que suelen producir el delirio y el descojone generalizado.) Los profesores que he conocido que mejor han enganchado con nuestro temible alumnado son curiosamente maestros de la vieja escuela en los que por una compleja razón, que seguramente Raus sabrá descifrar, estos alumnos vislumbran (oscuramente) esa ausencia filial que se les ha negado. Y son estos maestros a los que los alumnos quieren como a un Padre. Por el contrario, el profe enrrollao, sobre todo si está verde, está muy expuesto a perder los nervios y con el tiempo lo más frecuente es que se queme. La razón es obvia: el alumno es su inconsciente debe pensar: «otro pringao como mi papá.»

    Los años no han hecho sino corroborar una y cien veces -para mi desgracia- lo que acabo de señalar. Desde luego, yo no pienso jamás asumir las responsabilidades que no me corresponden y por las que no cobro un duro. Procuro ser siempre educado, respetuoso y generoso con mis alumnos (buena voluntad), pero lo que es educar educar, que los eduquen sus padres.

    Y aunque es muy cierto que un cambio radical en la ESTRUCTURA del sistema edcuativo -como señala con agudeza Raus- no va a resolver del todo el PROBLEMA, pienso que al menos ayudaría algo. (Sobre esto y la dialéctica educación-mundo del trabajo-capitalismo intentaré explicarme cuando me sienta inspirado.)

    Un saludo.

    • Jesús Alemán
      8 octubre 2010 a 17:43 #

      Un artículo de Antonio Gallego Raus, sin duda, sobrecogedor. Imprescindible. Verdades como puños. Por más que a muchos, a la mayoría, no les interese escucharlas. Personalmente creo que este artículo tiene el valor añadido de expresar (y de qué manera) todo aquello que muchos llevamos en nuestro pensamiento como una nebulosa, que no termina de concretarse en palabras por culpa de nuestra propia torpeza, o bien por estar inmersos en la vorágine diaria del centro educativo y, también, de la vida cotidiana. Gracias, pues, por esta clarividencia mental y verbal, Antonio. En efecto, buena parte de lo que sucede hoy en día en los colegios e institutos no es sino un reflejo de lo que hay fuera: en la sociedad, en la política, en los medios de comunicación… ¿Quién o qué puede contener una fuerza tan arrolladora? No bastaría, en efecto, una nueva ley de educación. Son tantos frentes simultáneos que da vértigo. Pero por algún lado hay que empezar. Al menos, por tener las ideas un poco más claras, que se puede conseguir con este artículo.
      Tal vez la crisis económica en la que nos encontramos pueda ayudar, sin pretenderlo ella claro está, a que el sistema empiece a reaccionar. Pero no porque de pronto se descubra la luz de tu artículo, Antonio, sino porque la crisis hará tambalearse, ya lo está haciendo, este sistema social y educativo «subsidiado».
      Saludos y gracias otra vez por tu artículo.

      • Raus
        8 octubre 2010 a 19:50 #

        Muchas gracias, Jesús Alemán, por tan amables palabras. La realidad que estamos viviendo es sobrecogedora. Al menos a mí me sobrecoge. Quizá esta crisis ayude a acabar con todo este estropicio. Pero soy pesimista, Jesús. Como bien dicen los compañeros más arriba, los chinos nos van a comer con patatas. Basta con tener en cuenta que ellos no se andan con las pamplinas de la «comprensividad». Al contrario, son tantos compitiendo por una plaza en la universidad, que las pruebas de selección son terribles, casi inhumanas. Y esa durísima selección del alumnado nos va a dejar a nosotros, ante o después, con una mano delante y otra detrás. Quiero decir que aunque la crisis nos despabilara un poco, dudo mucho que eso fuera suficiente. Vivimos entre algodones y de rentas: en la inopia. Quienes luchan por sobrevivir tienen una visión más realista de la realidad y no le pierden la cara. Aquí hace mucho ya que queremos vivir en Noñilandia. Podemos ir preparándonos.
        Un cordial saludo.

    • 8 octubre 2010 a 19:45 #

      Francisco, mi respeto me lleva a tratar de usted a los alumnos desde 1º de ESO hasta el bachillerato, una distancia cortés que, por supuesto, no elimina la relación afectuosa con los alumnos porque ven en mí una persona «fiable», no expuesta a ventoleras caprichosas del pie con el que me levante; ven un profesional que tiene un criterio y lo aplica con rigor, que marca distancia pero que, al mismo tiempo, es accesible. Estando cada uno en su sitio, la relación es transparente y eficaz, porque les exijo lo mismo que les doy: respeto y dedicación.
      En cuanto a la educación de mis hijos, una vez formulé una suerte de lema al que me he mantenido, y me mantengo, fiel: «Prefiero que me respeten a que me quieran». Es críptico lo sé, porque aparentemente no tienen por qué ser incompatibles ambas actitudes; pero quiero indicar con él que no estaba dispuesto a hacer «cualquier cosa» para conseguir el amor de mis hijos, es decir, que reconozco que había de enfrentarme a su ingratitud e incluso su desprecio cuando de mantener mis posiciones sobre lo que les conviniera se tratase. Aún sigo en la lucha, pero vamos sacando algo en claro, mi mujer y yo.

    • Raus
      11 octubre 2010 a 17:37 #

      En efecto, los maestros y profesores que van de “guays” y “colegas” de los alumnos, reciben más revolcones que un alumno de primero de judo. La razón es sencilla: al presentarse ante el alumnado como un igual, sus alumnos lo tratan como a un inferior. A un igual no hay por qué obedecer, respetar o hacer caso: es tu igual. Las chispas surgen de la contradicción de tener que estar encerrados en clase oyendo a un igual. Esa contradicción no la perdonan.

      A los niños y jóvenes les causa grima y desazón el adulto (padre o docente) auto-desautorizado. No hay misterio en ello. Imagina, Javier, que vas al médico y éste, dubitativo y “democrático”, te pide opinión sobre lo que te debe recetar. O que vas de viaje en barco y el capitán te pregunta sobre qué dirección tomar. Sales de los nervios.

      Yo también pienso que un cambio radical en la estructura ayudaría a mejorar la situación, Fco Javier. Por eso digo que es necesario cambiar la ley. Añado que no sería, a mi juicio, suficiente.
      Saludos.

  13. 8 octubre 2010 a 17:32 #

    Una frase para enmarcarla, Antonio:

    «Si queremos formar jóvenes críticos, primeramente hemos de tener niños maquinalmente obedientes, receptivos de las enseñanzas impartidas por los adultos. Si no se crea en el pequeño la actitud de obedecer, de escuchar al adulto, en modo alguno tendrá jamás la oportunidad de formarse juicios críticos, pues estos resultan de la adquisición de conocimientos filosóficos y generales muy complejos e inaccesibles a sus mentes (muy en contra de la cuasi autosuficiencia cognitiva infantil que predica el constructivismo).»

    • Raus
      8 octubre 2010 a 19:56 #

      ¿Pero cuántos la entenderían a la primera, tocayo? Si esta frase se colgara en el tablón de anuncios del instituto, ¿cuánto tiempo sobreviviría a la mirada censora del psicopedagogo de turno? Lo de «maquinalmente obedientes» les causaría sudores fríos y temblores de rabia.
      Un cálido abrazo.

      • 9 octubre 2010 a 0:07 #

        Me temo que sería objeto de denuncias, procedentes por supuesto de los más abyectos y nocivos para la enseñanza y aplaudidas por un me temo que amplio coro de papanatas.

    • Raus
      8 octubre 2010 a 19:59 #

      ¿Pero cuántos la entenderían a la primera, tocayo? Si esta frase se colgara en el tablón de anuncios del instituto, ¿cuánto tiempo sobreviviría a la mirada censora del psicopedagogo de turno? Lo de «maquinalmente obedientes» les causaría sudores fríos y temblores de rabia.
      Un cálido abrazo

      • 8 octubre 2010 a 21:11 #

        Les estoy poniendo a mis alumnos de Psicología «El milagro de Anna Sullivan». Lo curioso es que todavia no están descerebrados del todo y lo entienden. Antonio, ¿cuántos pedagogos lo entenderían?

      • Raus
        11 octubre 2010 a 17:39 #

        Antonio, te doy un porcentaje aproximado de pedagogos logsianos que entenderían el milagro de Anna Sullivan: 0.0%. Sobrio porcentaje, como el de la cerveza sin alcohol.

      • 12 octubre 2010 a 1:11 #

        Mis queridos Antonios:
        Ya que insistís en Anne Sullivan, os contaré algo acerca de mi oscuro pasado fascista. Cuando yo era pequeño, había en la televisión un programa llamado «Novela», el cual los vejestorios como yo recordaréis muy bien. En ese programa pusieron una vez una adaptación de «El milagro de Anne Sullivan» y la historia me dejó impresionado (habré de aclararos que entonces debía yo de tener nueve o diez años). Aún recuerdo las primeras escenas, en las que Anne, recién llegada a la casa de los Keller, doblega la rebeldía animal de aquel ser destinado a poco más que la bestialidad que hubiera sido Helen, y la doblega con una decisión de enorme riesgo y compromiso, literalmente a pura pelea física: a golpes. Según tengo entendido, la bienvenida de la casa de los Keller a la señorita Sullivan (dicho sea lo de señorita con el respeto que esa palabra merecía en sus tiempos) fue de órdago a la grande: durante la comida, apareció Hellen imponiendo su furia, su violencia y su desobediencia por encima de unos padres y unos hermanos aterrados. ¿Cuál fue la respuesta de la delicada señorita Sullivan? Arrearle un guantazo al animalito del que acaba de ser contratada como institutriz delante de toda su familia y poner a esa pobre criatura en su sitio. Hoy en día, la señorita Sullivan habría sido empapelada por las autoridades educativas y encarcelada por las autoridades judiciales, pero como esa señorita no vivió en nuestros felices tiempos, tuvo la oportunidad de seguir adelante con la educación de la pobre Hellen, sorda, muda y ciega, pobre pero afortunada, porque en su vida se cruzó alguien con unos ideales educativos un tanto alejados del conformismo que, de haber vivido hoy, hubieran tenido los orientadores y petés en cuyas manos hubiera caído. Pero no, tuvo suerte; Anne Sullivan no se conformó. Con madera de verdadera educadora, pensó que a la alumna que había caído bajo su responsabilidad tenía que sacarla hacia arriba, y no dejarla hundirse en la miseria, como hubieran hecho, siguiendo el piadoso dogma de la adaptación a la situación del alumno, los angélicos educadores de hoy en día. En una primera fase de pura y simple domesticación pugilística, sacó a Hellen del estado de bestialidad en que la habían dejado; después, una vez sometido el animal, una vez comprendido por este que -como diría Raus- para progresar hace falta primero la obediencia a quien representa el conocimiento y es capaz de transmitírtelo, la delicada señorita Sullivan -cuyo pasado no había sido precisamente un camino de rosas- paso a la fase del amor -perdonadme la concesión al sentimentalismo- y se volcó en hacer de su pupila un ser humano de altos vuelos, una persona que, venciendo sus terribles limitaciones, llegó muy lejos en la vida. Reitero algo que ya he sugerido más arriba: miro hacia Helen Keller y me la imagino bajo la protección de uno de los departamentos de orientación de nuestros institutos y pienso: ¡pobre de ella!, habría sido toda la vida una sorda-muda-ciega perfectamente arropada, pero incapaz de dar los buenos días. Eso sí: habría sido, sin duda, absolutamente feliz. Cuando a mis nueve o diez años me quedé impresionado por esta historia, yo no tenía ni la más remota idea de que acabartía siendo profesor, de que acabaría existiendo en el mundo un engendro llamado LOGSE, de que yo me pondría radicalmente en su contra y de que habría unos cuantos chiflados más afanados en la misma tarea. Yo no sabía lo que era el fascismo, yo no sabía lo que era un pedagogo, yo no sabía lo que era la exclusión… Ahora, que sé unas cuantas cosas más que entonces, lo tengo muy claro: Anne Sullivan y su historia son muy incómodos para la pedagogía oficial, porque derriban con hechos todas sus presuposiciones en torno a lo que es la educación. Por eso esta historia últimamente está muy silenciada por estos pagos; por suerte para el establishment, la novelita que os cuento se programó en la televisión de cuando Franco, así que siempre les quedará el recurso de decir que lo que pasa es que los que la recordamos somos unos fachas nostálgicos.

  14. Raus
    8 octubre 2010 a 19:59 #

    Perdón, ha salido repetido el comentario.

  15. 9 octubre 2010 a 0:51 #

    Ha sido un acierto dedicar un artículo a los padres como tema específico, y muy conveniente que no procediera de un profesor, ya que ello permite una perspectiva más alejada y objetiva, y también más amplia, es decir, atenta no solo al mundo escolar. Y es que el problema, ya lo señala Antonio, es complejo: intervienen los hijos, los padres, los profesores, el sistema educativo que padecemos, los pedagogos, las modas educativas que yo llamaría sesentayochistas (¡qué mal ha envejecido aquella refrescante explosión de rebeldía juvenil!), la confusión creada por mensajes interesados que se presentaban como recetas infalibles, el relativismo, la perfidia de un sistema que prefiere y tal vez fomenta la baja formación de la personas…: para echar a correr. Yo sí quiero decir que padres somos todos, pero que, lo problemático problemático de verdad habría que ceñirlo a porcentajes concretos, como ese 30% que citas de padres que delegan o ese escalofriante número de denuncias de violencia filial, su escalofriante progresión, el escalofriante hecho de que represente solo un 10% del fenómeno. Pero es que estos datos ya son mucho, representan que nos hallamos ante un grave problema. Por fortuna, la otra cara de la moneda, la de los padres razonables que con errores y aciertos saben muy bien por donde se andan y hacen bien las cosas, son también mucho, son mayoría. Yo no me cansaré de decir que, como docente, he tratado con un porcentaje abrumadoramente mayor de padres sensatos que de padres estúpidos o capullos cerriles, estas cosas no debemos dejar de decirlas, como tampoco debemos dejar de decir que es falso que haya una pugna padres-profesores, que los padres que parecen estar en eterna guerra con los docentes no son todos los padres, sino solo un porcentaje ridículo que yo situaría entre el 10 y el 20%, lo que pasa es que son los peor intencionados y hacen mucho ruido, porque suelen estar muy bien organizados y metidos en asociaciones al servicio de los ayatollahs del pedagogismo, como instrumentos de su guerra contra ese profesorado que, según ellos es el causante de todos los males de la enseñanza por no comulgar con la LOGSE. Por tanto, al problema de la desorientación de un alto porcentaje de padres, a la extensión de ese SDA del que hablas, estoy de acuerdo contigo en que hay que aplicarle como antídoto unos remedios nada difíciles de hallar: sentido común, compromiso, firmeza, disposición a hacer frente a malos tragos cuando se trate de afrontar batallas por el bien de nuestros hijos. Son remedios no difíciles de hallar, ya digo, aunque quizás el ponerse a ellos ya cueste un poco más. También sería muy útil -y también lo propones- el las prpopuestas baratitas de la pedagogía oficial-ogsianista; el todo a cien suele dar malos resultados en todo, también en educación: ciertamente, no cuesta nada el buenismo, el darles a los nenes todo lo que quieren, el ir de papás colegas, pero sucede que al final no vlae para nada, tiene la misma eficacia que esos abrelatas baratísimos pero que no abren latas que te venden en los chinos (esos mismos que nos van a comer a rodajitas y con patatas). Como profesor lo he visto, me vendieron el cuento cuando entré en el oficio, pero tuve la fortuna de abjurar de él bien pronto, me refiero a eso de que hay que a lols niños hay que razonárselo todo: ¡mentira!, es agotador y estéril el prentender razonarlo todo, particularmente, las cosas que se caen pòr su propio peso: niño, estamos en clase y te callas porque molestas y te lo dice el profesor, me parece increíble que haya profesores y padres adultos que se dejen embaucar como estúpidos en la trampa del eterno por qué. A lo que llegan es algo que tú dices muy claramente: a no ganarse jamás ese respeto al que aspiran, porque los chicos se ríen a carcajadas de los adultos que no saben hacerse obedecer. Las paparruchas de los pedagógicos acerca de cómo gobernar a los hijos o a los alumnos dan como resultado los peores padres y los peores profesores.

    • Raus
      11 octubre 2010 a 17:42 #

      Pablo, voy con tu reflexión y observaciones. Ciertamente, que haya un tercio de padres que haga dejación de sus funciones es como para echarse a temblar. Simplemente, imaginemos que un tercio de los médicos, reconocidos como tales a todos los efectos, se negaran a ejercer. O de arquitectos, o de basureros, o de lo que sea. ¿Cuánto se tardaría en expedientarlos o en despedirlos. Sin embargo, nada menos que uno de cada tres padres hace lo propio y nadie les dice ni mu. Y mí me parece de lo más asombroso y preocupante.

      Por otro lado, afirmas que el porcentaje de padres sensatos con que has tratado es mucho mayor que el de los estúpidos o cerriles. Bien, te creo a pies juntillas. Pero es que eso no es incompatible con lo que yo digo: que una inmensa mayoría no lo hace bien RESPECTO de sus hijos. A lo largo de tu carrera vas a tratar, en muchos casos, con padres que no son energúmenos y que no van a montar en cólera si les comunicas que has castigado a sus hijos por algo malo que hayan hecho. Sin embargo, seguirán tratando al hijo como a un igual, confiando en los dones del diálogo, preguntándoles su opinión sobre cuestiones impropias, no sabiendo castigarlo, etc. La imagen de un padre razonable que acude a hablar con el maestro no es incompatible con la de un padre blandito y permisivo. Y ahí también tenemos un problema serio, Pablo.

      Por fortuna, tú has sabido ver el error de intentar contestar al eterno “por qué”, pero pocos son los que lo advierten, me temo.

  16. Mari
    9 octubre 2010 a 1:42 #

    Muy bien argumentado, señor Raus, como siempre, pero que hay de lo mío. Perdone la pequeña broma. No deseo entrar en polémica, sólo que tenga en cuenta otra visión, la mía, porque lo viví así, se lo aseguro, y supongo que, como yo, muchos otros. Sólo le pido que piense un poco en ello… porque no creo que me engañen los recuerdos, etc. La experiencia es la madre de la ciencia (me gusta este refrán). Ya sé que esto…
    Oí hablar de déficit de atención, por primera vez, cuando tenía unos doce años. Recuerdo ese verano. Mi tío, que me daba clases particulares (de todo), pretendía, que mi hermano y yo, escucháramos atentos sus explicaciones, quería… sacarnos de la ignorancia… nos decía que teníamos la atención tan dispersa como… era imposible enseñarnos… pero a mí y, supongo, a mi hermano nos importaba un carajo. Consiguió que le obedeciéramos, pero nada más. Nos dolían los oídos de oírle, pero no le escuchábamos, no aprendimos casi nada, suspendimos en septiembre. Por aquellos entonces mi problema era otro, mi sufrimiento era otro… la familia no funcionaba, el dinero escaseaba y… Éste ejemplo de subjetivismo me demuestra (a mí) que las letras entran cuando la puerta está abierta… No sé si algunos de los que estáis tan de acuerdo con el señor Raus habéis sido niños rebeldes, carotas, respondones. Tampoco sé, si lo fuisteis, por qué lo fuisteis. Pero me temo, que una persona que fue como estos alumnos… ven las cosas de otro modo. Os habéis preguntado alguna vez, ¿por qué estos alumnos son como son? Imagino que sí, pero esto… ¿es problema del profesor?; además, ¿quién se ocupa de los problemas del “profe”? Señor Raus, ya sé que estoy hablando de un diez por ciento de los alumnos como máximo, y éstos existieron siempre; y usted habla de una mayoría, de las características generales de la mayoría de los alumnos, y de las de los padres de hoy (porque antes en mi barrio, en mi colegio e instituto, que es lo que realmente conozco, se obedecía a los padres y a los maestros, casi siempre, por miedo, y esto no lo digo sólo yo). Pues sí, sino me engañan mis percepciones, mis experiencias, tiene usted razón, la sociedad tiene que mejorar, lo que no tengo tan claro es si el camino educativo que propone es el adecuado, ni si sus deducciones tienen el rigor científico suficiente (permítame que lo dude, ya que mis experiencias me demuestran otra cosa). Agradezco su esfuerzo como siempre y no le canso más, ya sabe como pienso, aunque sigo teniendo algunas dudas.

    Un cordial Saludo.

    • Jesús San Martín
      9 octubre 2010 a 9:49 #

      Estimada Mari cuando una persona tiene hambre dos más dos son cuatro panes y, como ser humano, está usted en su derecho de ser tan especial como el que más y exigir la solución de su problema. Cuando navego por el foro lo hago apoyando a compañeros de profesión, conscientes de que el actual sistema no funciona. No creo que ninguna de las soluciones aquí propuestas resuelva todos los problemas, veo tentativas –algunas un poco exageradas- de resolver los problemas para una mayoría, y me queda claro que si yo estuviera en la minoría maldita gracia que me haría. Para tratar casos particulares habría que utilizar procedimientos particulares; es probable que si los métodos usados con la mayoría no funcionan con una minoría lo contrario también sea cierto ¿Estamos dispuestos a que nos suban los impuestos pata tratar los casos particulares?
      Atendiendo a su necesidad de rigor científico le explicaré la razón por la que el sistema educativo público no funciona:
      1) Las continuas agresiones a los docentes.
      2) Las universidades imparten cursos cero de nivelación, para suplir los bajos conocimientos de los nuevos alumnos. Y lo que es peor, les conceden créditos por ello, generando una regresión piramidal que devalúa el título.
      3) Los padres mandan a sus hijos a la escuela privada, Si la pública funcionase no estarían gastándose el dinero.
      Observe que los hechos se aplican a grandes conjuntos, no a un caso particular, como el que usted cuenta de su tío. De la mala experiencia con su tío no se puede deducir que el método fuera malo. Podría haber varias causas: que el método fuera malo, su tío un incompetente, los problemas familiares a los que alude, otros que desconocemos. Lo que pretendo es que no se destierre la clase magistral porque haya inútiles que no sepan darla, es una buena herramienta con sus limitaciones como cualquier otra: un excelente martillo para clavar es inútil para arreglar el mp3.

      Visto como escribe le iría mal a los doce años, pero después creo que superó a los compañeros y en el mismo denostado entorno.

      Un saludo.

    • Ana Belén
      9 octubre 2010 a 19:36 #

      Hola Mari,
      pues si el camino educativo no es el adecuado, ya me dirá usted cuál es. Como ya le ha dicho Jesús, evidentemente cuando hay problemas familiares y económicos de fondo, es completamente normal que la atención esté dispersa, un caso como el suyo entra en el terreno de lo particular, pero lo que se argumenta en el artículo son verdades en general o mejor dicho, realidades. Usted dice que su experiencia le hace dudar, la mía en cambio me hace estar totalmente de acuerdo porque en el poco tiempo que llevo en la profesión ya he vivido en mis carnes todo eso. La proporción a la que se alude en el artículo entre alumnos maleducados y fracaso escolar es real, repito, la he vivido. ¿Es casualidad? ¿casualidad que lo haya visto en todos los centros en los que he estado, en distintas ciudades, provincias y comunidades autónomas? Pero sin hablar ya de institutos o colegios, los padres han renunciado a su condición de educadores, eso es algo que está en la calle, que se ve, que es palpable… ¿que no son el 100% de los padres? pues claro que no, si no, iríamos aviados. Pero los que son, son ya demasiados. Me daba la queja mi madre el otro día de que unas niñas que no tendrían más de seis o siete años estaban rompiendo las ramas de un árbol delante del portal y cuando mi madre les llamó la atención para que dejaran de hacerlo recibió por respuesta un corte de manga y un insulto. Usted dice también que duda del rigor científico de las afirmaciones del artículo, ¿qué necesita? ¿porcentajes? Creo que el quid de la cuestión se encuentra en su afirmación de que usted y las personas de su entorno obedecían por miedo a sus padres y maestros, y es esa identificación entre obediencia y miedo precisamente la causa del problema . Yo tengo la suerte de tener unos padres maravillosos y una infancia normal, no fui nunca rebelde ni contestataria porque no tengo un carácter de ese perfil y tampoco tenía un entorno que propiciara tal actitud, pero eso no quiere decir que no tuviera unas normas y unos deberes que cumplir y los obedecía porque así debía ser. Sin miedos ni porqués. Y así debería seguir siendo, en mi opinión. Creo que no hay nada peor que un niño que crece sin gobierno de ningún tipo, sin normas ni horarios ni obligaciones, porque ese niño se convertirá en un adolescente igual, sin gobierno de ningún tipo y con pocas probabilidades de cambio de la situación. Si no hay unos buenos hábitos de comportamiento, de aceptación de normas y de responsabilidad para con las obligaciones traídos de casa, ¿qué vamos a esperar encontrar los profesores en el instituto cuando se suman a todo eso las características de la propia etapa de la adolescencia?
      Un saludo y perdón por la extensión.

  17. Maximiliano Bernabé Guerrero
    9 octubre 2010 a 12:02 #

    He tardado en sumarme a los comentarios porque antes de felicitar a Antonio quería leer entero este gran artículo, ensayo más bien. Y a eso voy, a felicitar a Antonio. Una exposición magnífica que, como las grandes síntesis, tiene la virtud de ordenar y sistematizar lo que muchos ya pensábamos de una forma más inconexa. Yo lo publicaría en forma de folleto y lo echaría en los buzones o, al menos, mandaría ejemplares a colegios, institutos, asociaciones de padres… Yo tengo una hija pequeña, de dos años y medio, y ya durante el periodo de gestación y los meses como bebé me di cuenta de que esta aberración postmoderna de destruir la autoridad comienza aún antes de nacer el crío. En las charlas de personal cualificado (y alguno que no lo es, que hay por ahí unas asociaciones siniestras pro- varias cosas, desde parto natural, lactancia.., que mangonean lo suyo) te adoctrinan para que no se te ocurra someter al niño a ningún tipo de horario, norma o patrón, no vaya a ser que se traumatice. Así lo decían.

    • Raus
      11 octubre 2010 a 17:52 #

      Muchas gracias, Maximiliano. Estoy contigo en que, dado que el problema traspasa los límites físicos de la escuela, habría que hacer algo para hacer reflexionar a los padres.

      En relación a lo que dices de tu hija sobre las charlas para adoctrinar a los padres acerca de la inconveniencia de que sigan ningún tipo de horario o norma para que no se traumaticen, te diré que ello explica por qué unos amigos míos (ella médico, él físico) se niegan a introducir ningún hábito o norma en la crianza de su niña (una pequeña de un año y pico). Ella, la pequeña, se acuesta (la acuestan) cuando se acuestan ellos y cosas así. Madre mía. Esto merece un estudio detallado y riguroso me parece a mí.

      Saludos.

  18. Francisco Javier
    9 octubre 2010 a 12:44 #

    El déficit de atención del que habla Mari no se limita a un porcentaje limitado de alumnos con problemas familiares (aunque en ellos es especialmente acusado, lo que a menudo tiende a diagnosticarse mal como un «síndrome de hiperactividad» inexistente), sino que afecta a la práctica totalidad de nuestro alumnado. ¿En qué me baso? En esa experiencia que es madre de la ciencia, como dice nuestra contertulia . Es una dato innegable que, por ejemplo, los alumnos de hoy en día son incapaces de escuchar en silencio (es decir: de escuchar) más de un minuto un fragmento musical, sea de Mozart, de Camarón de la Isla o de los » Red hot chili peppers». Alguien podría argumentar que es porque yo desconozco las técnicas adecuadas para motivar al alumnado y prepararle para la escucha. Pero no es así: conozco esas técnicas de sobra y previamente a la audición, hemos interpretado (intentado) ritmos, melodías, armonías, .., que sirvan para interiorizar lo que vamos a escuchar; también hemos visionado «musicogramas», «audiogramas» o presentaciones digitales de la estructura sonora, etc. ¿Por qué entonces? Pues por ESO y por todo lo que llevamos aquí manifestando de mil formas, sin conseguir que se enteren quienes deberían enterarse. (Y en particular, porque España sigue siendo un país analfabestia musical.) Pero no es de esto de lo que quería hablar.

    Como todos sabemos entre nuestros ínclitos peda-gogós se insiste y se insiste en que el «rol» del docente ha cambiado radicalmente, que ya no es posible ni deseable la imagen del profesor llenando pizarras de números y símbolos matemáticos, que eso es del pasado, que eso es ¿de derechas?. El docente de hoy ha de ser no un mero docente, sino un educador integral; por encima de impartir unos conocimientos X (por ejemplo: álgebra, geometría, cálculo, etc.), debe educar en «valores», participar activamente en el desarrollo total del alumno como persona, etc. Se trata de un discurso inflamado de amor filial, de humanismo extremo, de una bondad tal que uno no sabe si reír o llorar (que cada cual gestione sus emociones.) Bien, a mí este discurso me parece muy peligroso.

    Cuando empecé en esto de dar clases, lo primero que se me dijo (mi compañero de departamento, que sabía muy bien de qué iba el asunto) es que ni se me ocurriese jamás rozar a un alumno, lo cual he llevado siempre a rajatabla. Siempre mantengo una distancia de seguridad: para no ser agredido y para que nunca pueda malinterpretarse un gesto. Tampoco atiendo jamás a ningún alumno en espacios cerrados, si no es en presencia de otros profesores (por cautela). Por suerte, nunca tengo reclamaciones, ya que los suspensos que pongo son tan evidentes, que no procede ninguna reclamación (además de que como música es una maría les importa un bledo suspenderla.) Esto que digo, debería darnos una idea clara de por dónde nos movemos. Dicho esto, a mí lo de educar en valores, el traspasar la frontera de lo académico, me parece entrar en un terreno pantanoso en el que yo al menos no pienso entrar en la vida. Al final, de lo que se trata es de que educar es básicamente un asunto familiar. Si un profesor se excede de sus funciones académicas, corre el peligro de que los padres le llamen la atención , y le digan con razón que se limite a enseñar mates a su hija y no se meta donde no le llaman. El peligro es más que evidente.

    Termino con una reflexión: la desproporción existente entre el infantilismo pedagógico y la libertad respecto a la decisión de abortar de nuestras jóvenes no deja de resultar llamativa (o más bien grotesca.) Si una persona joven tiene la suficiente madurez como para tomar decisiones libres en un asunto tan serio como abortar, ¿por qué esa manía por tratarla como un niño incapaz de ejercer su autonomía como estudiante? No digo nada a favor ni en contra de la nueva ley del aborto (si bien me parece que este asunto se trata con una violencia y una frivolidad preocupantes), sino que tan sólo incido en algo que me resulta chocante por lo contradictorio. No es la única contradicción (vid. el artículo de Raus.)

    • Jesús San Martín
      9 octubre 2010 a 14:32 #

      “la desproporción existente entre el infantilismo pedagógico y la libertad respecto a la decisión de abortar de nuestras jóvenes” la voy a utilizar como definición de infinito, creo que explica el concepto mejor que cualquier libro de matemáticas.

      • 9 octubre 2010 a 14:52 #

        De acuerdo, pero, con todo, hay que seguir defendiendo que a los 16 años una joven no «tenga que» ser madre de una criatura si no quiere serlo, pues es ella sola quien ha de gestar, parir y hacerse responsable de la criatura. Obligarla a tenerlo para darlo, para renunciar a la patria potestad, sí que me parece una tortura. El anonimato de la acción de abortar en según qué contexto familiar es imprescindible, por supuesto. Yo iría con mi hija a la clínica, pero no ignoro que otros tratarían, incluso, de deshacerse de su hija, de ponerla de patitas en la calle. En fin, es un tema complejo, para tratarlo en un comentario a vuelapluma y fijaderechos.
        Estoy de acuerdo, ya digo, en el valor del ejemplo para definir el concepto. Ese infantilismo no sólo es pedagógico, sino consustancial al cuerpo social, y se aprecia claramente en la política, sin ir más lejos, o en ciertos planteamientos pseudoartísticos.

    • Francisco Javier
      9 octubre 2010 a 21:19 #

      Te comprendo Juan, y no era mi intención entrar a debatir un tema tan complejo, tan dramático, tan triste. Yo tan sólo digo que me resulta contradictoria la rigidez, la falta de libertad, en lo relativo a la educación (hace no mucho nuestro ministro filósofo apuntaba la posibilidad -ilusa- de ampliar la obligatoriedad de estudiar hasta los 18), en contraste con el grado de libertad en el ámbito de la sexualidad (que me parece muy bien si se ejerce con responsabilidad.)

      • Raus
        11 octubre 2010 a 17:54 #

        También a mí me parece alarmante la distancia entre el infantilismo de nuestra juventud y ciertos derechos que, principalmente, se les ha reconocido a las chicas, por vía del feminismo de género. Hay que darse cuenta de que no se trataba tanto de legislar derechos para la juventud como de legislar para las mujeres. Aunque éstas sean mocosas que no tienen ni idea de lo que es la vida. Hay regalos envenenados.

  19. 9 octubre 2010 a 14:43 #

    !Enhorabuena¡ Es de los análisis más interesante que he leído últimamente no sólo sobre el mundo de la educación, sino sobre lo está aconteciendo en este país con quienes queriendo dejar atrás el franquismo, les ha pasado lo de quien tiró al niño con el agua sucia. Como sabes de mi querencia por el enfoque de género, creo que se podía completar el buen trabajo que nos brindas, con el estudio sosegado y en detalle de la pérdida de autoridad de la figura paterna, figura sobre la que en la sociedad más tradicional recaía de forma más clara la fijación de límites a los hijos, permitiendo que la madre jugase un papel más conciliador. La progresía tiene especial querencia por eliminar cualquier tipo de autoridad, pero dentro de la familia la que ha sido literalmente barrida, es la del padre, figura consideraba en buena medida prescindible, y así efectivamente es en muchos más casos de los que se está dispuesto a reconocer.

    • Raus
      11 octubre 2010 a 17:56 #

      Muchas gracias, Emilio. Llevas razón. El desprestigio de lo masculino y de la autoridad aneja están detrás del desastre. Si no he hablado de ello ha sido, precisamente, porque tal cosa requiere de argumentos y explicaciones sólidos, cuya inclusión hubiera dilatado todavía más el artículo. Pero sí, es un asunto que merece toda nuestra atención. Hablaré de ello en cuanto pueda.
      Saludos.

  20. 9 octubre 2010 a 17:46 #

    El artículo de Raus sobre “la ausencia de los padres” es magistral y de antología. Me sumo a los comentarios anteriores para no repetir las mismas ideas.

    Algunas reflexiones al hilo del artículo. Para empezar, pese a que haya tendencias marcadas en nuestra sociedad, no todos los padres ni todas las familias son iguales. Es cierto que el factor paterno ha sido muchas veces un componente que ha contribuido a la degradación de la enseñanza pública en las dos últimas décadas. La actitud de muchas familias, por diversos motivos, ha favorecido el fortalecimiento de la noción de “escuela guardería”. Prueba de ello es el hecho de que se haya llegado a defender en los programas electorales de los partidos políticos la apertura de los colegios durante “doce horas al día” como una medida “progresista” y “social”, de forma que la primera familia del niño sería su escuela.

    Supongo que la cosmovisión consumista y buenista que están en el ambiente algo han contribuido también a esta situación. En nuestro entorno vemos a “padres-abuelos” que consienten todo a sus niños y no quieren asumir el papel de malo de quien en ocasiones tiene que decir que “no”. Algunos con nuestros hijos hemos hecho lo que hemos podido, pero hemos tenido muy claro que educar era nuestra responsabilidad, que a la escuela iban a aprender y desde luego, cuando eran menores de edad, no nos hemos sentido identificados con el abandono de las obligaciones más ingratas de la paternidad ni con el tratar como iguales a quienes no son iguales.

    Sin embargo, pese a estar de acuerdo con el artículo de Raus, los padres no están siempre satisfechos con la enseñanza que reciben sus vástagos en los centros educativos. Es frecuente escuchar entre ellos comentarios nada favorables sobre la pobreza y escasez de conocimientos que reciben.

    Cierto es, por el contrario, que muchas veces, aprovechando los cauces que les ha dado el sistema, quieren duros a peseta, exigen lo imposible: que su hijo tenga el nivel para entrar en Medicina o Caminos y a la vez apruebe sin hacer nada. Y está extendida entre “madres y padres” la tendencia en convertirse en defensores a ultranza del alumno, hagan lo que hagan, aun en los casos en que saben que sus hijos no tienen razón, justifican faltas que saben que son injustificables, etc. A los padres el sistema LOGSE les ha llevado a exigir el absurdo “derecho al aprobado” y tener en el docente, como en el fútbol con el árbitro, al chivo expiatorio al que echan la culpa de todos los problemas académicos de sus vástagos.

    También es verdad que la educación permisiva ha tenido como efecto secundario una infantilización de la generación que va de la adolescencia a la juventud. Es asombroso comprobar cuántos padres de alumnos hay en la universidad haciendo las matrículas, mirando notas, incluso preguntando a los profesores por las calificaciones de sus hijos, paisaje insólito en otros lares y en otros tiempos.

    Por otro lado, sl sistema ha buscado la complicidad de los padres para hacer más amplio el bloque social que apoyara sus disparates. Los padres han sido utilizados como ariete contra el papel lógico del profesor en el aula, que es un papel disimétrico per se. Ha sido un proceso consciente destinado a deteriorar la autoridad del docente. De hecho, se ha utilizado de forma bastarda el argumento de la voluntad y participación de los padres para justificar los cambios educativos sufridos en las nefastas reformas del sistema educativo. Sin embargo, lo que los padres quieren no siempre coincide con lo que los pedagogos y mandarines educativos dicen que es la demanda social, como intenté argumentar enEn el nombre del padre y de la madre en DESEDUCATIVOS. En las últimas décadas, los padres, en un porcentaje importante, al menos en ciertas CCAA, prefieren delegar la educación de sus hijos en los centros privados o concertados que en los públicos. Ya es todo un síntoma evaluador de la LOGSE.

    Se me escapa una generalización sociológica y psicológica sobre los cambios en la familia española: desestructuración, violencia, papel de los abuelos en la enseñanza primaria (en muchos colegios el dato de contacto –teléfono y dirección- es el de los abuelos), parejas de hecho, familias reconstituidas tras los divorcios y segundas nupcias o arrejuntamientos. El innegable cambio social que se ha producido en España, no obstante, no sólo no puede justificar el mantenimiento del statu quo en la educación. Al contrario: debería ser un argumento para un cambio de rumbo.

    Hoy hay psicólogos, como Urra, que ahora hacen de bomberos después de décadas haciendo de pirómanos. La teorización del laissez-faire, de que el niño se traumatiza, no se motiva, no se divierte, proviene en buena medida de los psicólogos. Siempre me ha llamado la atención la inmensa cantidad de libros de auto-ayuda, de cómo ser padre, cómo educar a los niños. Justamente ahora empiezan a cambiar de tendencia, pero han sido ellos, los psicólogos, y en la escuela los nefandos pedagogos, los paladines de la educación infantilizante, los responsables de malcriar a los chicos, hasta que se han dado cuenta (algunos) del monstruo que estaban creando.

    Finalmente, del magnífico artículo de Raus creo que se extrae una conclusión a modo de preguntas. ¿Qué debe exigir la escuela a los padres? ¿Cuáles son las obligaciones de los padres, excepción hecha de escolarizar a sus hijos (cosa que no todos hacen)? ¿En qué sentido debe modificarse el concepto (o pseudoconcepto) de comunidad educativa? ¿Qué papel deben desempeñar los padres en los centros educativos?

    • Raus
      11 octubre 2010 a 17:58 #

      Muchas gracias, Mariano. Aportas (nos tuteamos si no te importa) muchos datos y reflexiones de interés que ahora no puedo comentar como merecen. Sólo diré algo sobre lo de Urra. Llevas razón: muchos de mis colegas han ejercido de pirómanos antes que de bomberos. Ya sabes que soy muy crítico con mis colegas. A Urra lo conozco en su versión de bombero, pero algunas de sus afirmaciones sobre educación me confirman su pasado de pirómano, en efecto. Si fueran honrados, ensayarían la palinodia.
      Las preguntas que haces al final trataré de contestarlas más adelante, una vez madura la respuesta.
      Saludos.

      • 12 octubre 2010 a 12:34 #

        Muchas gracias por tus siempre amables comentarios. Espero las respuestas a las preguntas formuladas, porque al respecto tengo muy claro qué es lo que no hay que hacer, pero no siempre la solución al actual estado de cosas.
        Un abrazo

  21. Raus
    10 octubre 2010 a 9:20 #

    Antes de comentar las muchas valiosas observaciones y sugerencias (también alguna objeción) de quienes han intervenido, quiero atender primeramente a quienes están en frontal desacuerdo con el artículo, pues creo que es lo que más urgen contestar y discutir. En este caso, a la señora Mari.

    Estimada Mari, es cierto que conozco cómo piensa y que usted conoce cómo pienso. En otro lugar hemos hablado largo y tendido sobre estas cuestiones sin llegar al deseado entendimiento. Jesús San Martín y Ana Belén le han contestado a usted con certeras palabras que yo suscribo plenamente. (Gracias, por cierto, a ambos por su colaboración).

    Quiero, no obstante, plantear lo siguiente. Cuando la exposición de razones y de datos más o menos informales sobre la realidad no valen (a usted no le valen, Mari), quizá no quede otro remedio que recurrir al experimento formal. Lo malo es que, por razones obvias, va a ser muy difícil hacer el experimento de forma pública. Aún así, yo propondría algunos experimentos para que los haga todo el que lo crea conveniente. Veamos, usted, Mari, viene a decir que, para que la cosa funcione, los niños no simplemente deben obedecer a sus padres, sino que habrán de actuar por voluntad propia, o por convicción, o por gusto. Si sólo se fuerza la obediencia, mala cosa.

    Háganse, por tanto, los siguientes experimentos:
    – Cójase un grupo de niños (cuantos más mejor. A ser posible 30 ó más) de diversas edades (de 2 a 14, por ejemplo). Explíquese a cada niño, con las mejores razones de que se dispongan –adaptadas a la edad del crío-, lo conveniente de que coman verdura, fruta y pescado en vez de hamburguesas, patatas fritas y demás comida basura. A continuación, dígaseles lo siguiente: “Ya conocéis las razones de por qué hay que comer sano. Ahora sois libres para comer lo que os dé la gana. Podéis escoger entre comida sana y comida insana. Vosotros decidís.”
    – Con el mismo grupo de niños (u otro, da igual), hágase lo siguiente: Explíqueseles por qué es bueno y necesario que acudan todos los días a la escuela, hagan los deberes y estudien. A continuación dígaseles que, no obstante, ellos son libres de ir o no ir a la escuela, que se pueden quedar en casa a jugar con la play, ver la tele o jugar con sus amigos (en casa o fuera de ellas).

    La intención de estos experimentos es clara: si los niños han de actuar por convicción propia, no por obediencia al adulto, hemos de ver si, escuchando razones, los niños hacen, por voluntad propia, lo que es conveniente o necesario que hagan (comer sano, ir a la escuela cada día…). Tendríamos que discutir qué resultados apoyarían la hipótesis de que con sólo emplear razones los niños harían lo que deben hacer. Supongo que, usted, Mari, entiende que la mayoría de los niños, o todos, harían caso de las razones expuestas por el adulto. Mi hipótesis es la contraria: sólo un porcentaje pequeño de niños (los más mayores si acaso) se guiarían en lo sucesivo por razones. También habría que formar grupos de control.
    Si un 80% de los niños (o muchos menos si se quiere) procediera por razones, sería todo un éxito y así habría que admitirlo. Aún así y todo, tendríamos que ver qué hacer con el 20% que no estaría dispuesto a comer sano e ir a la escuela por voluntad propia.

    Estos experimentos, por supuesto, podrían hacerse de manera más informal. Bastará con que, el que lo desee, elija varios niños al azar y les explique por qué es necesario comer bien o asistir a la escuela, y que luego les dé libertad para hacer lo que quiera. Y a ver qué pasa.

    Señora Mari, si los resultados apoyaran su hipótesis, yo le prometo deponer armas y hasta pasarme a la oposición: me haría adepto a las enseñanzas de los de “No es Verdad” y combatiría con todas mis fuerzas a estos cavernícolas de Deseducativos. ¿Y usted qué haría si los experimentos me dieran a mí la razón? ¿Se haría de Deseducativos?

    Cordiales saludos.

    • Madame Guillotine
      6 enero 2011 a 21:12 #

      Señor Raus, le doy otro ejemplo de motivación. Residimos en una localidad muy turística de playa y a principios de septiembre, tal como el señor Conseller nos ha obligado a comenzar el curso, la alternativa para el alumnado es adquirir conocimientos y cultura en un aula donde habitualmente se superan los 35 grados centígrados, o bien pasar el día jugando y bañándose en la playa, y en los cursos superiores, ligando por la noche con los/las turistas que se lo están pasando bomba en las discotecas. Algunos tiran por la calle de enmedio viniendo a clase a las diez de la mañana con el consentimiento de los padres (pobrecitos, es que con tanto bar no se puede dormir). Que algún psicopedagogo me explique cómo motivar al alumnado en estas condiciones porque se me acaban los recursos, y eso que mi asignatura es bastante llevadera.

      • Raus
        7 enero 2011 a 12:05 #

        Estimada Madame Guillotine: el invento de Guillotin hoy no serviría de nada, pues no se puede descabezar a quien no tiene cabeza; y hasta la fecha, todos los psicopedagogos logsianos observados son acéfalos.Una pena. Mire, usted, como profesora, no puede competir con el festivo ambiente en que le ha tocado dar clase. Por muy atractivas y estimulantes que pueda hacer sus clases, jamás estarán a la altura de la diversión que proporcionan los juguetes, el alcohol, el sexo, las juergas y cosas así. Todo intento de competir contra tales cosas en la escuela ha de resultar infructuoso y patético. Usted está en clara desventaja. Yo le sugiero una estrategia más realista. Aproveche usted que los pedagogos son muy amigos de proponer excursiones a los alumnos para motivarlos. Vaya al director del centro, o al psicopedagogo de guardia (guardián) y proponga hacer una excursión. ¿A dónde? A las oficinas del INEM. Se lo digo en serio. ¿Objetivo pedagógico? «Que los alumnos (y alumnas: «género» obliga) conozcan su futuro más o menos inmediato, que se familiaricen con su entorno socioeconómico y con la enorme diversión que les espera sin un euro en el bolsillo y haciendo cola en dichas oficinas». Y para que conozcan de primera mano su futuro, que hagan entrevistas a los parados de larga duración que allí se encuentren, etc. Yo creo que sería de lo más didáctico.

        Cordiales saludos.

  22. 10 octubre 2010 a 10:04 #

    Podríamos poner en práctica un tercer experimento, Antonio : razonarles a los alumnos la conveniencia de utilizar métodos anticonceptivos. Lo bueno de este caso es que ya se ha realizado, los alumnos están hartos de oír cincuenta mil razones de cuatro Ministerios, y encima sobre ellos pesa el miedo a los daños colaterales (sobre todo de la parte del ombligo). Pues resulta que han aumentado los embarazos no deseados entre adolescentes y el uso de la píldora post coitum. Q.E.D.

  23. Raus
    10 octubre 2010 a 11:33 #

    En efecto, tocayo. La experiencia acumulada durante muchos años en calles, aulas y hogares es el mejor laboratorio de todos. Y ya hay muchos experimentos del tipo que apuntas. Creo, por lo demás, que es de sentido común: si los niños pudieran elegir entre ir al colegio y quedarse en casa o en la calle jugando, pocos, muy pocos irían al colegio, pese a todas las razones a favor de ir a la escuela. Saludos.

  24. Mari
    10 octubre 2010 a 13:15 #

    Señor Raus, aunque crea lo contrario sé que coincidimos en algunas cosas, esto lo sabe usted también. No soy partidaria de tanta burocracia, soy partidaria de la clase magistral en su justa medida y de otras cosas más en las que podríamos estar de acuerdo, pero ahora trataré sólo de resumir mi propuesta educativa, más que por usted que la conoce, por aquellos otros compañeros que amablemente han respondido a mi escrito.
    Creo que en los centros educativos (soy maestra desde hace veintitantos años) hoy, al igual que en la sociedad en general, se olvidan bastantes deberes y, sin embargo, se exigen (casi desmedidamente) los derechos, esto acarrea una serie de problemas de no fácil solución; si no comenzamos a exigir el cumplimiento de normas, la exigencia de deberes y también… de derechos, la cosa empeorará. Esto es a grosso modo lo que genera, desde mi punto de vista, ese “todo vale”. Para mí todas las personas valen lo mismo, mientras no se demuestre lo contrario. Las opiniones, razones, de cualquier persona deben ser escuchadas… ya he hablado de esto hace poco en este foro. Pero una cosa es que todo lo se diga deba ser escuchado y tenido en cuenta y otra muy diferente es que todo lo que se haga esté bien hecho. No vale todo y hoy nos hemos pasado (una inmensa mayoría). Creo que no todos vemos el vaso igual de lleno, quizás porque algunos no hemos visto nunca los vasos llenos del todo y otros nunca los han visto vacío del todo; esto, desde mi criterio, y también grosso modo, da lugar a que se perciban soluciones diferentes a los problemas. Con otras políticas esto del vaso quizás tuviera poca importancia, pero si lo mezclamos con la democracia y con la picaresca (que no creo que sea sólo española) puede dar lugar (que es lo que creo ha ocurrido) a este “todo vale” que… tanto miedo me da, principalmente porque, como se tarde en buscar soluciones sensatas a estos problemas, lleguen quienes no vean otra solución que adoptar medidas muy prohibitivas para todos.
    Sigo al señor Raus porque considero que detecta casi los mismos problemas que yo, lo que ocurre es que él considera que las causas son otras y también otras las soluciones (aunque no es mi intención compararme con el señor Raus, ya que él baja a lo profundo, yo me quedo en la superficie, lo sé, pero considero que los que piensan y saben más deben también tener en cuenta el sentir de los otros; el señor Raus, lo hace, lo que me demuestra su inteligencia).
    Considero que hoy no son pocos los que dejan de cumplir con sus obligaciones en innumerables ocasiones: se saltan los límites de velocidad, que decir de los impuestos, de la economía sumergida, de la atención a los hijos… En democracia las leyes se aprueban por quiénes los ciudadanos han decidido que las dicten y aprueben y si no nos gustan una vez en funcionamiento pues eso… a cada cuatro años se vota. No soy partidaria de tantísima burocracia, pienso que lo que hay es que pactar, ya que no todos vemos el vaso igual de lleno (igual pactando vemos por donde realmente está el vaso de lleno).
    En los centros educativos el problema es el mismo que en la sociedad muchos no cumplen con las obligaciones, con las normas y no nos empeñamos lo suficiente en que se cumplan. Un alumno no puede dar la lata en clase (es la norma), esto debe tener una sanción (por ejemplo: salir fuera y que alguien se encargue de recordarle la norma y la sanción y el porqué se consideró en su momento necesaria esta norma y hacer que la cumpla; ejemplo quedarse una semana sin recreo copiando… claro que para esto necesitamos más docentes (éste es uno de los grandes problemas de la educación y también menos alumnos por aula). Se tienen que pactar normas (pocas) y sanciones claras y hacerlas cumplir. De los centros educativos se podría hablar mucho, se podrían hacer mil y un estudio y se podrían sacar muchas conclusiones. Hay ya muchos estudios, hay estudios sobre la sala de profesores y conclusiones: sobre grupos de poder, diferentes ideologías entre el profesorado, diferentes modos de entender la educación, la enseñanza… a poco que prestemos atención lo percibiremos. No todos ven el vaso igual de lleno, por ello es tan necesario pactar en los centros (como ves tú este problema, si todos vemos que hay un problema, como lo ves tú y tú… y yo, lo discutimos y buscamos una solución pactada). Ésta es mi visión.
    En la familia el problema es el mismo. Los niños deben saber que son las normas y por qué hay que cumplirlas y por qué el incumplimiento de ellas necesita una sanción, lo entenderán pronto, y desde antes de entender esto tienen que cumplirlas, papá y mamá también tienen que cumplir las normas…
    Todos tenemos que cumplir con las obligaciones, los padres, los profesores, etc. La norma se puede saltar, pero la sanción, no, hay que cumplirla, hay que obedecer la norma, hay que conocer las normas y las sanciones. ¿Quién hace cumplir las normas o las sanciones? Los padres, profesores, jueces y uno mismo, si ya ha madurado y se es respetuosos con los acuerdos. ¿Quiénes acuerdan las normas? Desde que se puede (por la edad) todos los componentes de una comunidad determinada. Los niños no son tontos, si papá se salta los límites de velocidad todos los días y nunca o casi nunca lo multan, pues eso… si papá deja que me salte una norma casi todos los días, pues eso… mi comportamiento no madurará…
    Señor Raus, ve que y no se trata de hacer esos experimento que nada tienen que ver con mi “teoría”, sino de éstos (diálogo, pacto, etc.).
    Hay quien dice que quién hizo la ley hizo la trampa y que las normas están para saltárselas, pues no, aunque como no somos perfectos, pues alguna vez caeremos en la tentación, pero alguna vez no… por NORMA.

    Se me quedan atrás muchas cosas y principalmente el tema del esfuerzo (problema de hoy también y muy relacionado con el del “todo vale”).

    Saludos

    • Jesús San Martín
      10 octubre 2010 a 15:34 #

      Me uno a ese temor de “lleguen quienes no vean otra solución que adoptar medidas muy prohibitivas para todos” y el péndulo se nos vaya al otro lado, y teniendo en cuenta la situación económica, y lo que está por venir, es un escenario que yo desgraciadamente veo probable.

      Lo que observo de la lectura del blog son visiones parciales de todos nosotros, con el mismo fin de resolver el marasmo en que se ha convertido la educación, y que arrastrará a toda la sociedad, pues sus futuros profesionales necesariamente deberán pasar por La Escuela.

      Es muy interesante la frase “Sigo al señor Raus porque considero que detecta casi los mismos problemas que yo, lo que ocurre es que él considera que las causas son otras y también otras las soluciones”. Encierra dos puntos importantes:
      1) Los problemas se han detectado y los profesionales coinciden en ello, esa es la mitad de la solución.
      2) Los problemas se asocian a distintas causas por diferentes docentes. Lógico es que asumiendo distintas causas se propongan distintas soluciones.

      Poco puedo aportar al debate de las causas específicas, ya que no sufro la problemática descrita y no puedo analizarla. Si soy consciente de que los problemas han surgido con la LOGSE, por lo tanto, de momento, volvería a la situación anterior a su entrada en vigor.

      Tengo una hipótesis sobre el origen del problema. Ayer fue un día especialmente lluvioso en Madrid y las nubes se veían bastante negras, pero las nubes eran tan blancas como en cualquier otro momento. Cuando llueve la gente ve las nubes negras y deduce que están cargadas de agua; también canta el gallo y sale el Sol. Parece lógico, tan lógico como que el Sol gira alrededor de la Tierra. Y el pedabobo hace una construcción tan absurda, pero aparentemente lógica, como las que acabo de describir y la impone sin someterla al experimento. El caso más extremo lo tenemos en el artículo “Sexo y escuela en la Alemania del 68” Al descerebrado de turno se le ocurre cualquier cosa que le parece lógica, o que cree que debería hacerse porque se ajusta a sus creencias, y tira “pa´lante” y de paso se lleva por delante la vida de miles de niños. Digo bien, digo la vida, no su enseñanza, porque perdida la enseñanza en el colegio perderá la carrera, su futuro profesional y todo su potencial.
      Por eso, cuando finalmente alguien me muestre las causas le pediré las pruebas y cuando quiera modificar la enseñanza a una mejor le pediré las pruebas de que es mejor, sino le pediré que se corte el pene mental y que deje de masturbarse.

      Saludos.

      • Raus
        10 octubre 2010 a 16:38 #

        Estimados Mari y Jesús San Martín, también comparto el temor de que la sociedad acabe en un nuevo golpe de péndulo. Cierto. Ahora bien, respecto de lo que yo he escrito, me gustaría saber si hay algo que encierre elementos para albergar ese temor. Pues, hasta donde yo llego, el método que he expuesto es cualquier cosa menos represivo. En ningún caso causa miedo o pánico en el niño (excepción hecha cuando hay que condicionar a un niño desobediente a no cruzar la calle sin mirar, o a no meter los dedos en un enchufe. Lo lógico es meterle en el cuerpo el mínimo miedo necesario para que no lo vuelva a hacer). Que un niño de ocho años se vaya a su habitación (pero donde no pueda divertirse) durante UNOS MINUTOS como forma de presionarlo para que obedezca (recoja los juguetes, colabore en la casa, haga sus deberes, no pegue al hermano…), no creo que sea algo que recuerde, ni por asomo, a los métodos punitivos y bárbaros que pudieron emplearse otrora o en otros lares. Y quitar la pala de juguete ipso facto a un niño desobediente que hace mal uso de ella, creo que tampoco nos puede inspirar ese temor pendular. Pues si ni estos métodos de presión (que no de represión) son admisibles, ¿qué métodos hay que emplear? ¿De nuevo la palabra, las razones, el diálogo con los niños? En tal caso, nos quedaríamos como estamos. Es decir: sin autoridad ante los niños. Salvo que se razone y pruebe lo contrario, creo que lo que he propuesto es moderado y eficaz (o eficaz en la medida que moderado).

        Soy muy consciente del peligro que corremos de acabar en el extremo opuesto a la permisividad y el laissez faire. De hecho, he escrito en otro artículo cuáles son, a mi juicio, los mecanismos por los que las ideas pueden desquiciarse y entrar en un torbellino de irracionalidad y fanatismo. Volveré a ello en un próximo escrito.

        Saludos cordiales.

  25. Jesús San Martín
    10 octubre 2010 a 16:59 #

    Raus no me refería ni a ti ni a nadie en partiuclar, es el mismo temor que tú compartes e indicas en la primera línea. La frase tal cual yo la he entendido en el escrito de Mari era genérica, una sociedad en descomposción trae problemas y argumentaba mi temor por la crisis económica: continuamente recuerdo el preludio de la II Guerra Mundial en Alemania. En ningún momento he fijado la frase en el entorno deseducativo; si hay algo que me preocupa todavía más que el estado de la enseñanza es el estado social y económico en el que se está moviendo El Mundo. Si la frase, como pienso, es genérica va a tener más adeptos que tú y yo.
    Un saludo.

    • Raus
      10 octubre 2010 a 17:22 #

      Disculpa entonces, Jesús, no estaba seguro de entender bien. Totalmente de acuerdo con lo que dices.
      Saludos.

  26. Mari
    10 octubre 2010 a 18:01 #

    Señor Raus, espero que no piense que yo pienso que sus propuestas encierren elementos que alberguen ese temor, porque sabe que no es así. Me refería a lo que señala Jesús San Martín y usted mismo.

  27. Raus
    10 octubre 2010 a 19:42 #

    De acuerdo, Señora Mari. Me alegro de que así sea. Si algo nos puede salvar será el comedimiento y la moderación, no los radicalismos. Un saludo.

  28. sonia
    11 octubre 2010 a 6:41 #

    Hoy me han mandado este vídeo. El hermanísimo se echa las manos a la cabeza a cuenta de los padres ¿No sería conveniente que le tirase un tirón de orejas a su mismísimo hermano que, junto a su cuadrilla, es responsable en grandísima parte de lo que ocurre?

    • 11 octubre 2010 a 8:23 #

      Me temo, Sonía, que en este vídeo el hermanísimo está diciendo lo que al hermano no le dejan. ¿Será por indicación de don Ángel? En este foro hay bastantes que piensan que Ángel Gabilondo no es miebro de la secta pedagógica, sino que era alguien que tenía verdaderas intenciones de acabar con el desastre, pero que, nada más entrar en el ministerio, lo apresaron y ahora es un rehén que dice lo que las notitas que le pasan. Si esto fuese cierto, aún podría hacerle a su verdadera causa un gran favor: el del kamikaze, es decir, dimitir. A lo mejor una cosa así constituía el detonante que esto necesita para que los templos de Babilonia empiecen a derrumbarse.

    • 11 octubre 2010 a 9:32 #

      ¡Hay que ser hipócrita! Y lo curioso es que don Iñaki lo dice con todas las letras… Lo mejor del video es el momento en el que llama «expertos» a los sociólogos y a los pedagogos.

  29. Mari
    12 octubre 2010 a 9:08 #

    Pablo López, y yo vi hace unos años «los chicos del coro» y… creo que hace cuarenta años no hubiera podido ver una película como ésta. Ahora podemos ver ésta y aquélla. Seguramente pueda bajársela y también, esto seguro, podrá encontrar no pocas páginas que hablen de ella. En fin…

    • 12 octubre 2010 a 11:13 #

      Querida amiga, no sé si habrá usted deducido de mi comentario sobre Anne Sullivan, que yo estaba haciendo una apología del régimen de Franco. Si es así, le recomiendo que (lo) lea bien. Le agradezco el favor que me hace acerca de «Los chicos del coro», pero ya la he visto y, por cierto, me parece también encomiable la labor de ese profesor. Yo estaba hablando de educación buena y comprometida, no de crear trincheras en la escuela, como estoy seguro de que usted habrá percibido, y cuando dos profesores son buenos y comprometidos, para personas flexibles y democráticas como usted y yo, no existen choques ni incompatibilidades: Anne Sullivan es tan buena como Clément Mathieu, ¿verdad? Usted no cree, como esos logsianos que hay por ahí sueltos, que debe haber trincheras en la escuela y que hay que anatemizar a los que se salen de la vía logsiana, ¿verdad que no? Usted ya conocía a Anne Sullivan y la valoraba tan al alto como a Clément Mathieu, ¿verdad que sí? Usted no se ha metido en este foro persuadida de que es un nido de fachas a los que hay que flagelar, ¿verdad que no? Supongo que no me responderá, pero ya sería bastante que usted se hiciera a sí misma esas preguntas.

    • Raus
      12 octubre 2010 a 11:20 #

      No sé si capto bien el mensaje que le envía a Pablo, señora Mari. Diría que está usted ensalzando las virtudes de la democracia frente a los pecados de la dictadura pasada. Una manera de decir: «sí, pero antes era peor; pues ahora, en definitiva, hay libertad de expresión y podemos criticar lo que no nos gusta… y antes no». Lo de siempre: criticar el presente o alguno de sus aspectos excita en muchos el prejuicio de que el que critica está lanzando loas a nuestro pasado político; el prejuicio de que el que critica lo que hoy tenemos lo hace en calidad de nostálgico político. Usted se equivoca, Mari. En varios e importantes sentidos:

      1. Criticar el presente o alguno de sus aspectos no implica, en modo alguno, ensalzar el pasado, ni siquiera implícitamente.
      2. Creer que hoy no hay censura informativa es de una ingenuidad soberana. Es probable que usted pueda ver cualquier película en los medios de difusión, pero lo que le aseguro que no va a ver es la verdad desnuda, lo que hoy está ocurriendo de verdad en este falsario país, pues la información oficial que vomitan los medios está sesgada y manipulada según los intereses particulares del partido que ocupe la poltrona.

      Ese tic en que usted incurre continuamente, consistente en recitar un obsesivo «antes peor, antes peor…» cuando alguien critica algo del presente, es una de las causas de la regresión y deterioro de España en muchos e importantes aspectos, pues ese mantra que usted lleva en la cabeza («antes era peor, antes peor…») impide la autocrítica de manera sistemática y nos sume en la autocomplacencia y el conformismo. Y lo malo, señora, es que en una cantidad ingente de personas anida ese mantra que nos condena a bendecir cualquier pifia del presente sólo porque acontece en una (supuesta) democracia y no en una dictadura.

      Para colmo de males, esa forma de pensar suya, Mari, reproduce y perpetúa, sobre argumentos infundados (prejuicios), el sempiterno conflicto entre «las dos Españas» y nos convierte en sospechosos de fascistas a quienes, simple y llanamente, estamos criticando el presente sin hacer ninguna alusión o comparación (ni implícita ni explícita) con nuestro pasado político.

      Por tanto, ese mantra que tantos y tantos recitan con ocasión y sin ella:
      – Prejuzga al crítico y lo convierte en culpable de filias que no tiene (o no necesariamente tiene).
      – Se basa en la ingenua idea de que vivimos en una democracia real, cuando es falso.
      – Favorece la involución de la sociedad y la complacencia ante el error y el disparate («es que antes era peor»).
      – Etc.

      Pero mire, señora, si a usted le duele bastante la cabeza HOY, no creo que se conforme pensando que AYER le dolía mucho más, ¿verdad que no? ¿Verdad que usted buscará una aspirina?

      Saludos.

      • Francisco Javier
        12 octubre 2010 a 12:17 #

        Es verdad Raus, uno acaba ya harto de tener que estar en guardia continuamente y tener que medir con tiralíneas todo lo que dice, para no ser inmediatamente catalogado como nostálgico, retrogrado, conservador, elitista, aristocrático, o simplemente fascista.

    • sonia
      12 octubre 2010 a 12:22 #

      Puestos a poner películas (valga la redundancia), por qué no «Rebelión en las aulas».

  30. Jesús San Martín
    12 octubre 2010 a 13:20 #

    Lo que viene a continuación es una lista, no exhaustiva, de técnicas manipuladoras, usadas conscientemente por demagogos para engañar a la gente e inconscientemente por quien se quiere engañar a sí mismo.

    1.- Negación de los datos
    2.- Ridiculización de los datos
    3.-Generalización para sacar los datos del contexto
    4.- Mezcla de datos inconexos
    5.-Mezcla de situaciones inconexas.
    6- Ridiculización de quien aporta los datos
    7.- Descalificación de quien aporta los datos

    Hay más, evidentemente, pero su finalidad es sólo una, no discutir el hecho objetivo y poner a la defensiva a quien los aporta para perderse en el subjetivismo. De todas formas, ya sabéis: “Se dice que Cristo podía hacer ver a los ciegos, andar a los cojos, resucitar a los muertos,… pero que huía de los tontos porque no podía sacarles de su tontería” Conclusión demagógica: soy cristiano. Lamentablemente la frase referente a Cristo es un proverbio sufí. Conclusión demagógica: soy musulmán. Lamentablemente en mi biblioteca hay libros de maestros Zen. Conclusión demagógica: soy budista. La conclusión demagógica que más vamos a oír es la de “fachas”, pero tal y como están las cosas eso empieza a ser un elogio, porque también sabéis que “Nadie es considerado santo hasta que es llamado mil veces hereje”. ¡Ojo! Otra vez un proverbio sufí.

    Espero que los dadores de carné de pureza democrática me llamen hereje, es decir, facha. De todas formas, cuando enseño, no les pregunto a mis alumnos por sus ideas políticas, ni a nadie cuando confronto datos con ellos ¿Por qué ellos quieren pedírmelos a mí? ¿Quizá porque son profesores que suspenden a quien no piensa como ellos?

  31. Mari
    12 octubre 2010 a 18:09 #

    Creo, señor Raus, que nuestro sistema educativo no funciona como debiera; aunque no creo que sea el papel, lo que dice la ley, lo que no funciona; esta ley nunca se desarrolló como hubiera sido deseable para saber realmente si funciona o no. Los insuficientes recursos y los profesores, sus diferentes maneras de entender la educación y las ínfimas ganas de llegar a acuerdos in situ primero, han hecho el resto.
    No soy yo la que vuelvo al pasado, ni nombro a personas del pasado primero; sólo replico cuando considero que se está sesgando la realidad, pasada y presente. Sé que es muy difícil presentar la realidad entera, tal cual es, pero debemos intentarlo si queremos entendernos. Para empezar debemos aceptar la realidad: existen hoy diferentes modos de pensar respecto a la educación; un compañero del foro venía a decir en otra entrada, que son pocos los que piensan como nosotros (refiriéndose a ustedes, los que siempre están de acuerdo en casi todo en este foro y también que los convencidos logsianos, igualmente son pocos, y después están los demás…); estoy de acuerdo con él en parte, porque no me considero ni dentro de un grupo, ni del otro, ni del otro, pero como resumen… valga. Así que si esto es cierto, de que nos sirve dar tantas vueltas sobre nuestro propio eje, si ustedes están convencidos de que lo suyo es lo único y mejor y los logsianos que es lo suyo lo mejor (cosa también cierta)… así podemos tirarnos… Inventen una nueva fórmula en la que realmente nos reconozcamos todos, al menos, en parte.
    Ya contestaré a su escrito completo, señor Raus, también a los demás que han, de alguna manera, contestado a lo que dije, pero ahora tengo poco tiempo y quiero contestar a Pablo López.
    No sé exactamente cual era su intención al hablar de Anne Sullivan, si sé lo que intuí… Entreví algo así como una casi comparación entre los escolares de hoy (sin estas minusvalías) y esa pobre niña, caso extremo, con la que era en esos momentos (del bofetón) casi imposible comunicarse; la causa principal de su salvajismo (llamémoslo así) era la injusticia con la que había sido tratada desde su más tierna infancia, la consideraban subnormal profunda, siendo más lista que el hambre; pero usted no comenta esta interpretación (más ajustada), sino la que le interesa… dando lugar a interpretaciones como la mía; parece que lo que la sacó de tal salvajismo fue principalmente el guantón… pues no, fueron las normas, la comunicación y el amor; lo primero sólo fue un bajarse (la educadora) a su mundo salvaje, para ser tenida en cuenta… Si a esta interpretación suya, unimos el comentario que hace referente a la época en la que usted pudo verla, pues eso… A pesar de ello no creo que con esto usted quisiera crear trincheras, lo que creo es que considera, como el señor Raus, que con sólo la palabra poco se consigue, al menos al principio… Ya sabe que mi combinación es palabras y normas, hacer cumplir las normas (las justas para que las cosas funcionen). Y sí me gustó la película, sobre todo por lo que tiene de pedagógico el cariño.

    • 12 octubre 2010 a 19:05 #

      Dicho como usted lo dice, parece que Hellen era una salvaje porque se rebelaba contra una injusticia, y no es así. La injusticia existía e iba acompañada de una desidia y un abandono que habían convertido a Hellen en un ser casi animal. La bofetada y las peleas de los primeros tiempos de Anne, en su época, fueron una realidad y un método; en la nuestra deben representar un símbolo y un método, no el de los guantazos (no es por presumir, pero me temo que los conozco mejor que usted, ya que de pequeño -en aquella época que menciono en mi anterior entrada- me llevé unos cuantos manojos; difícilmente una mujer habrá podido llevar tantos), sino el del inconformismo del buen profesor, que, como Anne Sullivan, a veces debe estar dispuesto a asumir riesgos si hay ciertos límites que están perjudicando a su alumno. Quiero hacerle otra objeción: Anne Sullivan no se rebajó ni se puso al primario nivel de Hellen cuando usó la violencia con ella, sino que utilizó el que le pareció -y a la postre resultó ser- el mejor método para domar a aquella fiera, para hacer lo contrario de lo que usted dice: abrir la puerta para poder elevarla al nivel de dignidad humana en el que ella ya estaba y del que nunca desertó, como prueba su posterior trayectoria con Anne. Está muy bien lo del cariño y lo de la amabilidad con los alumnos, créame que los practico a diario incluso con quienes no son mis alumnos, soy un tipo la mar de cariñoso, pero un profesor tiene que tener también el instrumento de la firmeza (para el cual, hoy en día por fortuna podemos y debemos prescindir de los guantazos), porque sin ella, hasta los buenos alumnos, como muy bien señala Raus, pueden alguna vez sentir la tentación de evadirse de sus obligaciones, por no hablar de los malos alumnos y los energúmenos, que también existen y se adueñarían gustosos de cualquier clase y la pondrían a sus pies si no hubiese un profesor dispuesto a impedirlo con su autoridad, ya sabrá usted que estas cosas hoy en día pasan. Como también sabrá usted cómo agradecen los buenos alumnos que haya profesores con firmeza que pongan en su sitio a los gamberros, yo puedo asegurárselo, porque he visto muchas veces sus caras. Y este es el quid de la cuestión y la razón por la que en mi anterior comentario traje a colación los métodos de los actuales departamentos de orientación: están tan convencidos de las bondades del cariño y de las maldades de la firmeza que tienen una metodología deficiente, carente de un elemento esencial, esa determinación que en su día usó Anne Sullivan para domar a la salvaje que había en Hellen Keller como paso previo para poder sacar de ella lo que llevaba dentro. Dudo mucho que un actual orientador hubiera hecho algo así, porque en su obsesión por no violentar al niño, por no someterlo a traumas, esfuerzos ni imposiciones, por respetar el nivel en que se encuentra, lo condenan a quedarse como está, a no conseguir un solo progreso, porque los progresos nunca son gratuitos. En 27 años de profesión, he visto esto demasiadas veces.

    • Jesús San Martín
      12 octubre 2010 a 19:49 #

      ¿Es la falta de medios la responsable de las agresiones a los profesores?
      ¿Es la falta de medios la responsable de que los profesores no tengan una autoridad acorde a su responsabilidad?
      ¿Se dejaría operar por un cirujano promocionado al siguiente curso con asignaturas suspensas?
      ¿Se dejaría operar por un cirujano cuyas asignaturas están vacías de contenido?

      Se acaba el puente y no podré participar tanto, Mantendré el diálogo, pero más espaciado.
      Saludos.

      • Raus
        13 octubre 2010 a 5:24 #

        Ni más ni menos, Jesús, tú lo has dicho. ¿Qué tendrán que ver la supuesta deficiencia de medios con la falta de respeto de buena parte de los alumnos? Como decía Ricardo Moreno Castillo, muchos niños inmigrantes, procedentes de familias humildes y muy pobres, vienen con mucha más educación que bastantes de los autóctonos, niños ricos de papá, malcriados desde la cuna.
        Saludos.

  32. Tineo
    13 octubre 2010 a 10:12 #

    Reconozco un cierto cansancio después de leer las sesudas aportaciones.
    Del tema principal (creo) del papel de los padres (genérico por Dios!) un porcentaje ínfimo, de lo demás todo.
    Sólo un ruego ¡Padres del mundo uníos! ¿Para qué?…Ahhhhhhhhh.
    Una aportación me ha parecido interesante, no puede haber disciplina en el aula mientras no exista en la familia. Autoridad que ha desaparecido, afortunadamente diría aquel, ¡no volvamos al pasado!
    Pues tiene razón, es lo que tenemos y es con lo que tienen Uds. los docentes que lidiar.
    La “autoridad familiar” ni está ni se le espera.
    Porque, además, según la Ley del Menor, hasta los 16 se es “irresponsable”.
    Cómo voy a presionar a mis hijos para que aprueben todas las asignaturas, si la promoción funciona con asignaturas suspensas?
    Esto en cuanto atañe a fuera del aula.
    La relación padres-profesores.
    En infantil y primer ciclo de primaria, mal que bien, como el horario en casi todos los colegios es partido, los padres tienen más interacción con los profesores.
    En el segundo ciclo de primaria y secundaria (no digamos bachillerato), ninguna.
    ¿Cómo puedo secundar las iniciativas de profesores desconocidos?
    ¿Cómo pueden pedir ayuda los docentes a padres desconocidos?
    En “mi insti”, tenemos una reunión anual con el tutor (menos mal) y este se pone a disposición los viernes de 10 a 10:45.
    Si hablar con “mi tutor” me va a costar un día de salario ¿será normal que sólo en situaciones extremas acuda a una reunión?
    Entenderá el tutor que si no es urgente, detraer de mi salario una horas o un día para conversar no es una opción prioritaria?
    Con el presupuesto que existe para educación, no hay para tutorías por la tarde?
    Porqué en la concertada si hay tutorías por la tarde?
    En la escuela no es que haya déficit de comunicación, hay desconocimiento e indiferencia, cuando no directamente hostilidad.
    Como se va a colaborar con estos mimbres?
    Lógicamente el profesor defenderá su horario laboral, compatible con el de los padres e incompatible con una convergencia. ¿Que se puede esperar entonces?
    Hubo un tiempo que la máxima era: Si quieres conocer a un niño debes conocer a la familia. Era la etapa de Montessori (feminista y católica mecachis), hoy es un residuo en España, en Finlandia lo aprecian y lo mantienen.
    Recuperar la “autoridad familiar” ¿a costa de qué?
    Les voy a contar un anécdota, unos amigos nuestros “castigan” de forma habitual a uno de sus hijos a quedarse en casa el viernes por la tarde.
    Ellos el viernes le dicen ¡castigado! Y se van a su vida social habitual: cena, sobremesa, copas……….vuelven a las ¾ de la madrugada.
    Lógicamente su hijo sale después de ellos y con volver antes de las 2, vale.
    Esto viene a lo de “predicar con el ejemplo”, claro que cuando la corrupción institucional y personal es “lo que se lleva” (incluida la escuela) porqué se le va a pedir coherencia a la familia?
    En fin creo que (al menos Uds) los docentes deberían leerse un estudio que La obra social de la Caixa tiene: “La familia española ante la educación de sus hijos” es del 2001 pero creo que no ha cambiado tanto.
    Del tema de la censura, no sé creo que tuve la suerte de poder ver las obras de Pasolini, hoy serían censuradas, durante un tiempo fue famosa una canción “un pingüino en mi ascensor” hoy no saldría al mercado.

    • Raus
      13 octubre 2010 a 11:04 #

      Estimado Timeo, la verdad es que algunas de sus reflexiones me desconciertan un tanto. No estoy seguro de entenderle bien. Iré por partes.
      – En el artículo explico por qué el docente no puede enseñar gran cosa a un chico maleducado por sus padres. La buena educación es necesaria para atender al otro y aprender de él. No debemos celebrar que la autoridad haya desaparecido. Lo que debemos evitar es el “abuso de autoridad”, no la autoridad en sí.
      – La famosa y desgraciada (a mí no me hace ninguna gracia) Ley del Menor contribuye, cómo no, a la desautorización de los padres. Pero mire, para que los padres no tengan que estar respondiendo una y otra vez por las malas acciones de sus hijos, lo mejor que pueden hacer es enseñarles desde muy pequeños a responder de sus actos: a ser responsables.
      – En efecto, cuando usted dice aquello de “Cómo voy a presionar a mis hijos para que aprueben todas las asignaturas, si la promoción funciona con asignaturas suspensas?”, se confirma mis sospechas al respecto: por eso dije en el artículo que la promoción automática “libera” a muchos padres de tener que preocuparse de la marcha en los estudios de sus hijos. Me alegro de que su testimonio como padre confirme esas mis sospechas.
      – Respecto de lo que usted dice sobre la relación entre padres y profesores, me abstengo de opinar. Mis compañeros, en cuanto que docentes, son más aptos que yo para contestarle si así lo desean.
      – Si le quiero comentar lo de la manera que tienen sus amigos de “castigar” a su hijo no dejándole salir los viernes por la tarde. Hay varias cosas aquí que hay que aclarar. En primer lugar, que no hay realmente castigo, dado que el chaval tiene la oportunidad de infringirlo fácilmente. Esos padres, o no se enteran de lo que pasa, o no se quieren enterar. Me parece a mí que más bien lo último.
      En segundo lugar está eso de “predicar con el ejemplo”. Aquí no le entiendo, Tineo. No sé si quiere decir usted que los padres, para predicar con el ejemplo, deberían no salir los viernes por la noche. Hombre no, ¿qué tiene que ver? Entonces los castigados serían ellos. Obviamente, si no deben de salir la noche del viernes cuando el crío está castigado a no salir es, en realidad, para evitar que éste incumpla el castigo, pero no por otra cosa. Me explico, si un padre deja a su niño sin su postre favorito como forma de castigo, no por ello deberá el padre dejar de tomar también ese postre, pues el castigado no es él (el padre), sino el hijo.

      Le agradezco que, como padre, exprese aquí sus opiniones, como ya le dijo el compañero Polícrates. Ojalá muchos padres se animaran a pasarse por aquí. Pues su papel como educadores forma parte inseparable de todo sistema de enseñanza que aspire a la excelencia académica de sus alumnos.

      Saludos.

  33. Mari
    17 octubre 2010 a 15:56 #

    Señor Raus, disculpe el retraso en contestar, pero las obligaciones, ya sabe.
    1. Usted dice: “No sé si capto bien el mensaje que le envía a Pablo, señora Mari. Diría que está usted ensalzando las virtudes de la democracia frente a los pecados de la dictadura pasada. Una manera de decir: sí, pero antes era peor; pues ahora, en definitiva, hay libertad de expresión y podemos criticar lo que no nos gusta… y antes no”. Lo de siempre: criticar el presente o alguno de sus aspectos excita en muchos el prejuicio de que el que critica está lanzando loas a nuestro pasado político; el prejuicio de que el que critica lo que hoy tenemos lo hace en calidad de nostálgico político…
    1. Criticar el presente o alguno de sus aspectos no implica, en modo alguno, ensalzar el pasado, ni siquiera implícitamente.
    2. Creer que hoy no hay censura informativa es de una ingenuidad soberana. Es probable que usted pueda ver cualquier película en los medios de difusión, pero lo que le aseguro que no va a ver es la verdad desnuda, lo que hoy está ocurriendo de verdad en este falsario país, pues la información oficial que vomitan los medios está sesgada y manipulada según los intereses particulares del partido que ocupe la poltrona.”

    Pues sí, ENSALZO nuestro presente con respecto al pasado… y además propongo… que esto siga mejorando, deseo que la democracia se desarrolle como es debido e intento aportar mi granito de arena… cuando me dejan, porque ésta… es otra. Intento aportar – mi granito de arena – observando, sintiendo, criticando lo que considero injusto, proponiendo lo que a mi parecer mejoraría la situación (igual que hace usted) y haciendo todo lo que está en mi mano para frenar las desviaciones egoístas, etc. de quienes quieren imponer la ley del embudo.
    Y claro que criticar el presente o alguno de sus aspectos no implica, en modo alguno, ensalzar el pasado, ni siquiera implícitamente y claro que creo que hoy hay censura informativa y también me han dicho que existen unas cuantas grandes agencias mundiales con enviados especiales a diestro y siniestro y censores que dicen qué hay que decir y cómo hay que decirlo… la verdad desnuda, señor Raus, de este pícaro país, la información de los medios (hay medios para todos los gustos, porque no dice esto, hay que ser claros) está sesgada y manipulada según los intereses particulares… La una, la dos, la tres, la cuatro, la cinco… el mundo, el país… Decir esto… no hace buenos a unos y malos a otros, decir esto es describir la realidad tal cual es.

    2. Dice usted: “Ese tic en que usted incurre continuamente, consistente en recitar un obsesivo “antes peor, antes peor…” cuando alguien critica algo del presente, es una de las causas de la regresión y deterioro de España en muchos e importantes aspectos, pues ese mantra que usted lleva en la cabeza (“antes era peor, antes peor…”) impide la autocrítica de manera sistemática y nos sume en la autocomplacencia y el conformismo. Y lo malo, señora, es que en una cantidad ingente de personas anida ese mantra que nos condena a bendecir cualquier pifia del presente sólo porque acontece en una (supuesta) democracia y no en una dictadura”.

    No me diga, señor Raus, que yo no soy crítica (¿que soy autocomplaciente y conformista?). Soy crítica, y mucho, créame, con todo lo que creo se debe criticar. No me diga que yo no critico la situación actual, porque no es cierto, lo que ocurre es que no culpo sólo al Gobierno y seguidores de nuestros males, porque considero que no son sólo ellos los culpables, ellos van y vienen… hay otros que están siempre ahí, cizañeando, queriendo volver a… la ley del embudo. Lo dicho, no exime de culpa a los que están ahora en el Gobierno, ni a los que estuvieron antes… por supuesto.

    3. Dice: “Para colmo de males, esa forma de pensar suya, Mari, reproduce y perpetúa, sobre argumentos infundados (prejuicios), el sempiterno conflicto entre “las dos Españas” y nos convierte en sospechosos de fascistas a quienes, simple y llanamente, estamos criticando el presente sin hacer ninguna alusión o comparación (ni implícita ni explícita) con nuestro pasado político”.

    Pues si es así, perdón a quiénes haya podido ofender, nunca fue mi intención convertir en sospechoso de fascistas, ni nada de esto, a quiénes consideren que es una ofensa que así se les considere, perdón mil veces.

    Termina diciendo: “Por tanto, ese mantra que tantos y tantos recitan con ocasión y sin ella:
    – Prejuzga al crítico y lo convierte en culpable de filias que no tiene (o no necesariamente tiene).
    – Se basa en la ingenua idea de que vivimos en una democracia real, cuando es falso.
    – Favorece la involución de la sociedad y la complacencia ante el error y el disparate (“es que antes era peor”).
    – Etc.”

    Y a esto no le contesto, porque… si todos los que aquí escribimos buscamos una democracia real, una vez aclarada mi postura y la suya, que es la de casi todos los que aquí escriben… pues eso… a no cometer más errores de comprensión, intentaré corregirme. Pero, ahora, para despedirme, permítame una pequeña broma: Sí, la cabeza me duele un poco hoy, no tanto como ayer, pero me duele, ahora eso sí… no tanto como ayer.
    Un cordial saludo, señor Raus.

    Cuando tenga otro ratito contestaré a Juan San Martín y a Pablo Gómez.

    No tengo tiempo para leer siquiera otras entradas, que ya me gustaría, pero en fin…

    • Raus
      18 octubre 2010 a 11:58 #

      Señora Mari, leeré y responderé sus comentarios en cuanto me sea posible. Disculpe si tardo algo en hacerlo.
      Reciba un cordial saludo.

  34. Mari
    23 octubre 2010 a 18:02 #

    Pablo López, disculpe la tardanza, usted, dice: “La injusticia existía e iba acompañada de una desidia y un abandono” (¿desidia y abandono o vergüenza de tener una hija así? castigada por ser como era a no recibir el cariño necesario para crecer como persona).
    También dice: “La bofetada y las peleas de los primeros tiempos de Anne, en su época, fueron una realidad y un método” (¿un método o un contacto?, tenía que llegar a ella y llegó de la única manera que pudo, asumió riesgos, claro que sí, pero no era una niña normal, no podemos compararla con los niños de hoy, ni siquiera con los que hoy tienen una deficiencia como la suya, porque en esto también se ha avanzado mucho; ya no es una deshonra tener un hijo deficiente físico o psíquico, antes a los hijos con deficiencias se les escondía… para muchos era una vergüenza haber engendrado un hijo deforme o con deficiencia (y esto era así por desgracia, se consideraba un castigo del cielo, no hay más que recordar los métodos utilizados con los deficientes psíquicos, etc.).
    Dice: “… abrir la puerta para poder elevarla al nivel de dignidad humana en el que ella ya estaba…” Aquí dice exactamente lo mismo que yo… llegó hasta ella bajándose a su mundo salvaje, utilizando sus mismas armas – pero usted quiere que sea a través de una puerta – que abre con un bofetón -, pues vale; abriendo la puerta que le pondría en contacto con ella – para así elevarla – al nivel del que nunca debería haber bajado – al nivel de la dignidad humana, claro; aquí es principalmente donde demuestra ser una excelente profesional Anne, no la adiestro, la EDUCO.
    Y claro que la firmeza es necesaria, pero no sólo para los alumnos, también para los que nos dirigen, y para los que van a la par nuestra, y para con nosotros mismos. ¿Quién no siente la tentación de evadirse de las obligaciones alguna vez a lo largo del día? ¿Quién no se evade? ¿Quién no incumple con sus obligaciones de vez en cuando? Esto no es bueno, pero como somos humanos pues… a veces… nos relajamos. Aunque lo realmente peligroso es caer en una evasión constante, en una dejadez constante (que es lo que ocurre hoy a no pocos de nuestros alumnos de Secundaria, sobre todo, quizás por no habérseles exigido sus obligaciones obligatorias – por sus propias necesidades físicas, psicológicas y sociales). Y claro que los buenos alumnos agradecen que haya profesores firmes, que obliguen a todos a cumplir las normas, igual que agradecen que existan profesores que les comprendan y les ayuden, que intenten sacar lo mejor de ellos… La mayoría de los componentes del departamento de orientación de mi centro están convencidos de las bondades de la palabra, la comprensión, el auxilio, el cumplimiento de normas y sanciones. La mayoría de niños y adolescentes de hoy no son como la alumna de Anne, a pesar de estar, algunos, un poco solos, otros, muy mimados por ser hijos únicos, otros… por las características peculiares de la época. No podemos obviar nada, no podemos reducir la formación de un ser tan complejo como el humano a la homogeneidad. A cada alumno hay que darle lo que necesita, como hizo Anne con esta niña; seguramente ese mismo método no le hubiera servido para otro alumno.

    • 24 octubre 2010 a 9:57 #

      Querida Mari, después de esta última entrada suya, ya casi estamos a punto de que le diga aquello tan forgiano de «pues nada, a ver si un día de estos tomamos unas cañas», porque, cuando toca usted puntos que yo había tocado también en el comentario al que responde, resulta que pensamos casi lo mismo. Es elemental, es usted profesora, ¿no?, pues yo también, y no defiendo otro sistema que el sentido común, al que la LOGSE proscribió en los institutos, por lo cual, a poco que no nos neguemos a ver la realidad, tendremos todos que defender esto: sacar al alumno hacia arriba, exigirle esfuerzo y nada de cachondeo en la clase. ¿Ve qué simple? Así soy yo y así somos todos en el fondo, no he visto un colectivo de gente más normalita que el profesorado, es una pena que en algún momento vinieran a enredar las cosas ciertos mesianismos. También estoy muy de acuerdo con usted en una cosa (de la que, por cierto, yo no hablaba porque no tocaba): si al niño o al adolescente hay que exigirles esfuerzo, al adulto, mucho más, que para eso es adulto y además le pagan. Y además de esfuerzo, hay que exigirle rersponsabilidad, particularmente en cosas tan delicadas como la educación de los tiernos infantes: nada de mistificaciones, ni de juegos ni de experimentos alegres, porque corremos el riesgo de hacer pagar graves consecuencias a inocentes criaturas. Finalizaré con su afirmación de que a cada niño hay que darle lo que necesita, con la que estoy de acuerdo en líneas generales, pero hay que tener cuidado y no malinterpretar este principio y llevarlo a extremos grotescos. Recuerdo que una vez, en un centro en el que trabajé, dos partidarios a ultranza del evangelio logsiano lanzaron a la arena un documento demencial en el que proponían que se hiciese una adaptación curricular a todos y cada uno de los más de 800 alumnos del instituto. ¿Usted se imagina el despropósito? Pues lo decían completamente en serio, pero, por suerte, la cosa era de tal envergadura que fueron sus propios correligionarios quienes les pararon los pies.

  35. Mari
    23 octubre 2010 a 18:10 #

    Donde dice (y esto era así por desgracia, se consideraba un castigo del cielo, no hay más que recordar los métodos utilizados con los deficientes psíquicos, etc.), debería decir: ( esto era así por desgracia, se consideraba un castigo del cielo). Los métodos utilizados para su educación (escasos) y para su curación, en los casos que se consideraban pudieran ser curados , muy duros (no hay más que recordar los métodos utilizados con los enfermos psíquicos, etc.).

  36. 24 diciembre 2010 a 17:46 #

    En EL PAÍS de hoy leemos un artículo del inefable Vicente Verdú sobre la familia, los padres, la educación, etc,, Muy postmoderno, muy nihilista, muy chorra, como últimamente nos tiene acostumbrados el ensayista-sociólogo de guardia de Cebrián y compañía.. Aunque la influencia de estos escribidores declina y el grupo PRISA ya huele a chamusquina y puede ser una de las víctimas de la crisis, el fin de ciclo y la excesiva codicia depredaora, este texto no deja de ser sintomático y significativo. Ya me dirás, Raus, qué opinas sobre él en relación con la necesaria redefinición del papel de los padres en la escuela, una de las claves del desastre educativo.

    Si no funciona el enlace, esta es la URL: http://www.elpais.com/articulo/opinion/Nuevos/padres/nuevos/hijos/elpepiopi/20101224elpepiopi_10/Tes

  37. Jesús San Martín
    12 octubre 2010 a 13:19 #

    Hola Qmunty, llegué a este blog gracias al tuyo. A ver si escribes tan frecuentemente como lo hacías antes, que no me quiero perder la movida mundial. Un abrazo.

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  1. Slaps 2010/10/11 | Qmunty - 11 octubre 2010

    […] España el 32% de los adolescentes abandona la escuela antes de terminar sus estudios. Los padres son quienes educan, los profesores enseñan. La Iglesia perseguida en Oriente […]

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